En la ED publicamos casas tan lindas, que a veces uno siente que ha perdido la capacidad de asombro. Pero con esta volvimos a suspirar. En una zona rural cercana a Santiago, esta antigua casona de 150 años lleva casi 100 en las manos de la misma familia. Las tardes de verano, un grupo grande, entre abuelos, hijos, nietos y amigos de todos, se suben a un carro coloso que los lleva al tranque y a dar una vuelta por el campo para volver a tomar té a la glorieta que se encuentra en el jardín interior. Son cuatro las galerías que dan a esta construcción de look oriental. Dicen que quien la construyó se inspiró en un jardín japonés y que antiguamente por debajo de ella pasaba un estero. Hoy es sólo un jardín.
Aunque el campo es de la misma familia hace un siglo, los dueños de la casa la tienen hace dos años. Antes la suya era una que estaba cerca de esta, pero se les quemó. Sólo quedó una puerta que la dueña puso en la nueva casa, en la galería hacia los dormitorios.
Le tomó dos años la remodelación; el trabajo fue enorme. No es para menos, la casa tiene casi 1.500 metros cuadrados y 17 dormitorios. Fue casi como partir de cero. Aunque el lugar no estaba deshabitado, sí tenía un montón de injertos, había varias de esas típicas ampliaciones que no siguen el estilo original. Por eso se propusieron unificar todo y trataron de ser fieles al carácter de la construcción. Con ayuda de maestros, igualaron ventanas, pintaron de blanco ciertos espacios para darle más luminosidad, hicieron la cocina de nuevo y también el jardín, entre cientos de otros cambios. Las tareas más difíciles fueron remodelar el techo (amarraron tejas), reforzar con malla y estuco varias paredes y botar algunos muros. “No es llegar y botar un muro de adobe”, recalca la dueña, y tiene razón. Así y todo, la casa lleva varios terremotos en el cuerpo y los ha sufrido poco. Sólo hay un par de grietas, pero en general sigue firme.
Ingeniosa, con restos de otras casas de inquilinos puso vigas en el comedor y también hizo las cenefas de algunas cortinas. Además, armó una sala de estar luminosa, uno de los muros lo decoró con herramientas recogidas de diferentes partes del campo. Enchapó en madera algunos dormitorios y el principal lo recubrió también con género. Los grandes muebles del living, estaban, pero tuvo que retapizarlos. Reordenó cuadros antiguos, alfombras, mesas y lámparas.
Lo que ahora es el baño principal antes era un repostero, y su pieza antes era el comedor.
La cocina parece un sueño. Con baldosas Córdova, la dueña le dio un look antiguo. Pulió unos muebles y armó un mesón central con restos de casas de demolición. Pero es la cocina misma la que se roba el protagonismo: la trajeron de Alaska y debe ser al menos igual de antigua que la casa. Aunque tienen un horno moderno, todavía la usan.
¿Cómo no pasarlo bien en un lugar como este? No sólo es como estar en una máquina del tiempo y trasladarse a otra época –en uno de los corredores hay una antigua capilla azul con vitrales en donde varios miembros de la familia se han casado– sino que hay un montón de otras entretenciones. La dueña instaló un fogón detrás del quincho donde los más jóvenes se juntan en las noches. En otro sector del jardín puso columpios, juegos y una pajarera para sus nietos.
Además, tiene un huerto grande, un gallinero donde recogen huevos y varias ovejas. Adentro, junto al living, hay una sala de pool, una sala de juegos para los niños y una donde el dueño de casa arma sus trenes; un hobby que descubrió hace poco.
El quincho que armó con palillaje tiene un aspecto bien rústico, y es el espacio que por lejos aprovechan más. Tiene una estantería azul, una gran parrilla y muebles en obra. Acá caben todos juntos a la hora de almuerzo. En el verano, el calor se hace casi insoportable, pero para eso esta la piscina. Era de esas altas, antiguas, y en vez de cambiarla, la rodeó con un deck. Desde aquí la vista es como la casa, excepcional: primero se ven las parras, y a lo lejos, el Aconcagua.