Según Lonely Planet, Tulum es una de las playas imperdibles en México. Y es que tiene la combinación perfecta: arena blanca, agua verde jade, y una agradable brisa marina, todo junto a ruinas mayas que parecen colgar de un acantilado sobre el mar Caribe. Si a esto sumamos un hotel que se abre camino entre la selva, el panorama es perfecto para una luna de miel inolvidable.
Construido el 2003, el Azulik no se parece a nada que uno haya visto antes. Como ellos mismos declaran: “el hotel es un lugar mágico para perderse y encontrarse”. Aquí el único objetivo es estar en contacto con la naturaleza y disfrutar de la playa, el spa y la comida, sin ninguna preocupación. Para eso, han construido 48 villas, una casa de medicina ancestral, una galería de arte, un club de playa y tres restoranes.
El gestor de este oasis es el artista argentino Eduardo Neira Sterkel, quien llegó a Tulum hace 20 años y se maravilló con el gran potencial de la región. Es él mismo quien se ha preocupado de diseñar y construir –junto a gente de la comunidad– estas verdaderas esculturas habitables. Usando materiales de la zona de Yucatán y técnicas ancestrales, logró reinterpretar los sistemas constructivos de la cultura maya, con una visión única. Las villas se dividen en dos: las que están a orillas del mar y las que se esconden dentro de la jungla, todas construidas de manera artesanal, con cada detalle hecho a mano; acá no hay una igual a la otra.
Aparte de su arquitectura impresionante, una de las cosas que más llama la atención del hotel es esa capacidad de desconectar a cualquiera del mundo. No tiene internet ni electricidad (sólo en las áreas comunes), obligando hasta al más millennial a soltar el celular por un par de días. Pero esta elección no es porque sí: la idea es proteger las cuatro especies de tortugas marinas que desovan en la playa de mayo a octubre. Una vez que los huevos eclosionan, las pequeñas tortugas se guían con la brillantez del horizonte para llegar hasta el mar; si en la costa hubiera luces artificiales, se desorientarían.
La mejor manera de empezar el día en el Azulik es tan espectacular como suena: con una clase de yoga a la orilla del mar, seguida de un desayuno en el restorán del hotel. Aunque si no quiere mover un músculo, la recomendación es aprovechar el room service y tomar desayuno en la terraza privada de la villa, con vista al mar. Después, un masaje en el spa, o una visita a la casa de medicina ancestral –donde se practican ceremonias y rituales mayas que buscan el balance entre el cuerpo, la mente y el espíritu– es casi una obligación. También se puede recorrer la recién abierta galería de arte IK Lab, que busca ser una vitrina para artistas vanguardistas, dispuestos a jugar con la arquitectura surrealista del lugar. La primera exposición, que se inauguró en abril de este año, contó con la participación de Tatiana Trouvé, Artur Lescher y Margo Trushina, quienes exploraron el viaje humano a través de los ámbitos físicos y metafísicos.
Otro panorama es conocer Zak Ik, la tienda de hotel. Entre caminos de agua se pueden encontrar diseños hechos con materiales orgánicos y sustentables, por artesanos locales. Y ningún viaje estaría completo sin una buena propuesta gastronómica. El Azulik tiene tres restoranes, además del Beach Club, para disfrutar. En Tseen Ja, la carta es una fusión de comida japonesa con un toque mexicano y maya. También está el Cenote, de cocina internacional, que sigue el concepto farm to table. Y el tercero es uno de los más impresionantes: en Kin Toh no sólo la comida –fusión entre la gastronomía mexicana y la cocina maya– llama la atención, también su construcción, a 12 metros de altura. Lo mejor es reservar uno de los “nidos” privados que hay en el restorán, que tienen la mejor vista a la jungla y al mar, para ver el atardecer disfrutando de la comida a cargo del chef Paolo della Corte. Ahí podrá comer una langosta ligeramente asada, con pepino y papaya crocante; unos raviolis de zapallo con longaniza de Valladolid con cebollas caramelizadas y ricota, o unas increíbles tostadas con atún fresco.
Pero no sólo en el hotel hay panoramas imperdibles, también hay que aprovechar de recorrer Tulum, “la ciudad amurallada”. En el itinerario no puede faltar una visita a la reserva de la biósfera de Sian Ka’an, la mayor área protegida del Caribe mexicano, que ocupa aproximadamente 650 mil hectáreas, entre los municipios de Tulum y Felipe Carrillo Puerto. O un paseo al Gran Cenote de Tulum, el más grande y famoso de la región, perfecto para los amantes del buceo y la natación, o quienes simplemente quieran nadar a través de las grutas. Además, en el hotel tienen tours que invitan a explorar el lado místico de la naturaleza, con experiencias exclusivas en los lugares más impresionantes de la zona. La gracia es que el servicio es privado y se aleja de los spots más turísticos. Podrá disfrutar de un recorrido por las ruinas mayas al atardecer, un masaje para parejas en un cenote bajo la tierra o un paseo por la selva para conocer una verdadera comunidad maya. Toda una experiencia.
azulik.com