Antítesis Revista ED

Antítesis

Esta casa sorprende con una decoración que desafía cualquier norma, algo que su dueña aprendió en su familia y que demuestra con una desbordante ración de color, patrones desmedidos y una amalgama de simpleza y naturalidad.

Todas las casas de la cocinera y socia fundadora de la desaparecida tienda Se Cocina, Valentina Mac-Auliffe, han sido una explosión de color. Obviamente ésta, la definitiva, también lo es. En este nuevo reducto quedaron en el olvido las reglas de decoración… que sólo tres tonalidades se pueden combinar en un lugar, que lo mejor es no usar más de un diseño a gran escala en una habitación, que hay que decorar en matices y variaciones de un solo tono… y así muchas más. “No tengo ninguna tranca en mezclar colores, estilos y texturas… Son puros elementos que se van combinando y que arman una cosa más entretenida”, dice. Le encanta y se nota en su paleta desenfadada y estampados: geométricos, tropicales, animal print y étnicos. Todos contrastantes e irreverentes.

Pero llegar al resultado de este lugar, tal como se ve hoy, tomó cuatro largos años. Era un sueño, donde la ubicación lo era todo. La querían al lado del colegio de los niños, y es que como la familia creció, había que privilegiar lo más cómodo para todos. Junto a su marido tienen cinco, entre 16 y 2 años. “Nos importaba que la casa siempre estuviera llena de niños, de los nuestros y sus compañeros de curso… hasta tenemos una despensa extra, llena de bebidas, papas fritas y todo ese tipos de cosas para ellos”, explica. Y la encontraron luego de un año y medio de búsqueda.

En este punto tenían claro que era muy probable que habría que entrar a picar. Lo que menos deseaban era un sitio inabarcable; ni tan grande ni tan pequeño. Un lugar donde cada quien pudiera convivir en su propio espacio y en donde no hubiera ningún rincón que no se disfrutara o compartiera. Debía ser absolutamente funcional, y en eso eran enfáticos. Quedó finalmente en living y comedor separados, dos salitas de estar –una para los niños más chicos y otra para las adolescentes–, la cocina en un extremo y al otro, el taller donde Valentina cinco o seis veces a la semana hace sus entretenidas clases a grupos donde todos meten la mano y hasta tienen sus propios delantales. En el segundo nivel, hay cuatro dormitorios para los niños y el dormitorio principal, más una sala de estudio.

La casa estilo inglés con una distribución poco funcional y espacios compartimentados, pasó a ser un lugar salpicado de una buena ración de color, vitalidad y frescura. Sus reformulados 450 metros cuadrados fueron construidos a medida para esta familia achoclonada y numerosa… amasados tal cual un buen pan, con ingredientes simples, mucha paciencia y una cuota de buena mano.

En el tiempo que duró la remodelación Valentina fue atesorando cosas que compraba en una bodega. Un poco de aquí y otro de allá. No había ni una receta escrita, sólo puro instinto. Un paseo por una tienda cualquiera, una liquidación de una multitienda, muebles hechos a medida por maestros súper dateados y bien buscados, algún remate final de CasaCor, algo de un viaje… Nada es muy producido y con la pura convicción de que “lo lindo, por definición, siempre se mezcla bien con otra cosa linda”, aclara la dueña de casa.

Aquí el ejercicio ha sido “súper improvisado”. Ese modo de ambientar de Valentina nace de una familia donde lo estético siempre predominó y el uso del colorido también, todos sus hermanos son artistas. En la casa donde se crió de igual forma había mezclas fuera de lo común y muchísimo color. Había mosaicos o complementos de la India mucho antes de que estuvieran de moda. Esta publicista de profesión y chef autodidacta aprendió a cocinar tal como su mamá decoraba o sus hermanos enfrentan un lienzo de tela, sin mayores complicaciones, con materiales simples y cosas sencillas. De igual forma ha afrontado su nueva casa. “Es la antítesis de la formalidad”.

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