Ubicada a pocos kilómetros de Cachagua, esta casa es el destino obligado de todos los feriados, veranos y los fines de semana en que los dueños se pueden arrancar de Santiago, y siempre hay más de un entusiasmado que se suma al panorama. No importa cuántos sean, hay espacio para recibirlos a todos.
Cuando compraron este sitio en el condominio de Beranda, pensaron en construir un lugar de encuentro familiar y su futura residencia, cuando sus cinco hijos se independicen. Es por esto que la construcción se hizo en forma de L; además de esquivar el viento, permite combinar un núcleo central y un sector de visitas en dos áreas totalmente aparte. “Podríamos decir que son dos casas. Una con el mundo juvenil y de invitados y otra más independiente para nosotros”, cuenta el dueño. Cuando van solos, algo no muy frecuente, cierran una parte y se quedan con una especie de loft con espacios muy amplios.
Max Cummins fue el arquitecto y diseñador de este lugar, una casa contemporánea, de hormigón y piso entablado de mármol travertino. Se construyó en un terreno con muy buena orientación hacia el mar, donde nada tapa la vista y la playa queda a menos de cinco minutos caminando. La panorámica permite que en algunos puntos, como la pieza principal, dé la sensación de estar sobre el océano. Por supuesto hay unos enormes ventanales para aprovechar este espectáculo y también la luz natural. “Todos los elementos fueron pensados para permitir la máxima visión hacia Cachagua”, cuenta Cummins.
El tamaño enorme de la puerta principal, hecha de madera de cedro, es símbolo de que acá todos son bienvenidos. Al entrar, nos topamos con un una mezcla de objetos y colores que resaltan con el blanco de las paredes exteriores, las que siguen la misma línea simple y neutra que tiene el hall de entrada, el living y comedor. Según el dueño, el interior de la casa es el fiel reflejo de su señora: una mujer muy artista, que siempre está buscando el color en los espacios. Trabajó junto a Max en la decoración porque es ella quien decide qué se pone y qué se saca, todo tiene que pasar por su aprobación. Su marido reconoce su sello, “una mezcla entre lo tradicional y lo actual”. Los códigos de color en las paredes de las piezas y de la cocina, además de dar un toque veraniego, interpretan su personalidad alegre y acogedora. En un principio, esta idea propuesta por Max buscaba darle neutralidad a los dormitorios de visita para poder identificarlos según los tonos y no su dueño. Sin embargo, reconocen que en la práctica esto no ha resultado, ya que cada uno de sus hijos se ha terminado apropiando de un espacio.
Lo extenso de la construcción permite que cada uno tenga su independencia. “Tenemos puntos de encuentro, como los almuerzos y las comidas, pero entre medio cada uno hace su propia vida”. Cuenta el dueño que a él le gusta leer, escuchar música y escribir, mientras que su señora pinta en el taller, sale a pasear a los perros por la playa o cuida el huerto que tiene en un sector del jardín. “En el fondo, es una casa que combina nuestros intereses”, afirma. Los hijos tienen un cuento aparte con sus amigos.
El lugar de reunión cuando el día está lindo es el quincho, donde tienen de todo para cocinar: un horno de barro, una mesa con plancha incorporada y dos parrillas, una a carbón y otra a gas. Es el rincón favorito de los jóvenes, que frecuentemente se lo toman sin previo aviso. Ahí cada uno muestra sus dotes para la cocina, pero hay veces en las que recurren al cuidador de la casa, que es un gran cocinero; con él se van a la segura de que la comida les va a quedar exquisita. En los días más fríos, el aperitivo es en la terraza o en el living, siempre acompañado de buena música. “Lo peor de la casa es que te da mucha pena cuando te vas…”, asegura su dueño.