El sonido del mar, palmeras iluminadas, cielo estrellado, velas, música de fondo, un gran fogón, pisco sour en mano… Sólo buenos pensamientos, ¿hay algo que pueda ser mejor?
Hace un buen tiempo que los chilenos venimos oyendo las maravillas de Máncora, la pequeña caleta de pescadores peruana que se puso de moda por sus buenas playas, su verano eterno, su ambiente relajado… Un lugar apartado, bastante rural, sin grandes supermercados ni muchas construcciones, que produce una sensación similar a la de estar en San Pedro de Atacama o en la Patagonia: la desconexión es inmediata, la idea de sentirse física y mentalmente lejos, pero con todas las comodidades del mundo. Efectivamente la distancia es larga: hay que llegar a Lima y luego tomar un avión a Piura (su aeropuerto queda a dos horas y media de Máncora en auto) o a Tumbes (a una hora y media), que además de ser más cerca, ofrece un espectacular paisaje costero y de playas desiertas. De todas maneras le recomendamos esta última alternativa.
Partió siendo, y lo es hasta hoy, un destino más bien hippie, donde se hace surf y donde hasta hace poco no había mucho donde alojar; sólo uno que otro hotel, entre ellos Las Arenas de Máncora, uno de los más antiguos, un clásico entre los peruanos, en una ubicación privilegiada, en playa Las Pocitas, que debe su nombre a las exquisitas piscinas naturales que se forman entre las rocas, y un paisaje verde, gracias a las muchísimas palmeras que sus mismos dueños plantaron y que le dan una atmósfera más tropical. Pero era un hotel simple, que se fue quedando en el tiempo, y que no estaba a la altura de la gran demanda de este destino, hasta que decidieron remodelarlo y se transformó en el lugar increíble que es hoy, todo lo que uno sueña y quiere para las vacaciones. Cambió hasta el nombre, Arennas Máncora, con una n más, lo mínimo para sus muchos upgrades y la fantástica sensación de bienestar que produce estar ahí. A cargo de su arquitectura estuvo el peruano Gonzalo García García y del interiorismo, la oficina de Enrique Concha, con el arquitecto Germán Margozzini a la cabeza del proyecto.
El hotel mantuvo su distribución de habitaciones separadas en distintas villas, pero éstas se transformaron en 22 suites de lujo, muy amplias (de entre 48 y 62 metros cuadrados), con buenísimos baños, todas con ducha interior y exterior, grandes terrazas, algunas con piscina privada y otras con salida al jardín, decoradas con la misma simpleza y sofisticación que caracteriza el resto del lugar, muy bien hechas y fáciles de usar. Al rato de estar ahí uno se da cuenta que nada es así no más, el sofá a los pies de la cama está puesto en el lugar perfecto para la siesta, las sillas de la terraza son cómodas para conversar y contemplar la vista, suma y sigue…
El servicio de room service no se puede creer: desde el desayuno hasta el almuerzo y la comida, todo se lo pueden servir en su pieza o terraza, por lo que si quiere no sale de su dormitorio y hace vida de playa, la que además se encuentra a sus pies. También puede ir a la playa privada del hotel o a la piscina, y en todos estos lugares encontrará la misma atención de lujo: toda la gastronomía peruana que se ha hecho famosa en el mundo entero, pero con toques gourmet, y ese modo servicial de sus mozos, que verdaderamente disfrutan dando una buena atención y viendo cómo los huéspedes gozan con las exquisiteces que le sirven. No es porque sí; detrás de este hotel hay gente con experiencia, el grupo Los Portales, el mismo que opera el hotel Country Club en Lima, y durante todo su desarrollo también estuvo la oficina de Yasmine Martin, Estrategias Turísticas MiraMartin.
Todo está decorado en color arena, pero en un estilo muy actual, y absolutamente todos los espacios comunes del hotel son abiertos, porque aquí jamás llueve y hace calor todo el año. “Al llegar a este lugar lo más increíble son las palmeras, el mar y el color del paisaje es bien arena, entonces pensamos hacer todo de este color, para que los protagonistas sigan siendo la arena y el mar, el entorno, la naturaleza… También queríamos que tuviera algo contemporáneo, así llegamos al negro… Antiguamente en el hotel estaba todo separado y muy encerrado, considerando que es verano siempre, decidimos abrir todos los espacios y unificarlos con un mismo piso, un deck que permitiera incluir las palmeras en la decoración y unir el living, bar, restorán…”, nos explica Germán Margozzini.
Es un lugar simple, pero con mucha decoración y, al mismo tiempo, extremadamente playero y relajado: el recibimiento es en un lobby al aire libre, inmediatamente ofrecen tomar algo en el bar, está lleno de lounge con exquisitas reposeras para echarse a contemplar la vista, música, muchos estares para el “piqueo”, como le dicen los peruanos al aperitivo sagrado en sus panoramas, un gran fogón en el jardín, muchos chales arriba de los sofás para las tardes más frescas, sombreros de paja para el sol… es un lugar donde las cosas están hechas para usarlas y donde no hay protocolos estrictos. Si quiere almuerza en el restorán, si está cómodo en el living, entonces ahí le van a armar una mesa. Todo rápido, eficiente y natural.
Casi todos los muebles y objetos son de manufactura peruana, tan bien terminados como lo sería algo hecho a medida en Italia, pero con la gracia de pertenecer al lugar. “En la zona se usa mucha cañita, que es como el coligüe chileno, así que lo utilizamos en sillas, mesas, pisos, lámparas, pero pintado negro para que fuera más contemporáneo”.
También jugaron mucho con celosías para dar la sensación de cierre a los espacios, y tramas de madera con un tallado que recuerda el estilo colonial, pero del siglo XXI. La idea fue no perder la identidad peruana del hotel, “que siguiera siendo Perú, y no Miami o algo más urbano”. Esta descripción es perfecta, el hotel tiene todos los adjetivos positivos del lugar en que se encuentra, con esa magia y calidez peruana, pero en un contexto muy moderno, tan bien pensado como una casa de veraneo, pero con una atención boutique, perfecto para ir en pareja, con la familia, los amigos… Todo el mundo va a encontrar una manera distinta de disfrutarlo… En Arennas Máncora se está en la playa sin pisar la arena.