La historia de esta casa parte con Carlo Nasi, un italiano de Piamonte proveniente de una familia de antiguos abogados que sirvieron tanto a los Papas como a Puccini. Siguiendo la tradición familiar estudió Leyes y durante la Segunda Guerra Mundial luchó contra el fascismo haciendo una guerrilla en el norte de Italia. Lo dieron por muerto siete veces y cuando Mussolini se ensañó con la aristocracia italiana, decidió empezar todo de nuevo junto a su madre y sus bienes más preciados en Chile. Cruzó el Atlántico y la cordillera y llegó a Talagante, donde al poco tiempo se casó y compró un fundo. Hay un dicho italiano que dice chi sta bene non si muove (quien está bien no se mueve), y en su caso no se pudo aplicar de mejor manera. Carlo Nasi nunca más se fue de este lugar.
La construcción original que tenía el fundo era una casa de capataz de adobe. De a poco la fue agrandando y renovando: le construyó un corredor con columnas en la fachada, botó muros para dejar un solo gran espacio para el living y la sala de estar, le cambió el piso por baldosas, e hizo un parque con una explanada de pasto y caminos entre añosos árboles. Los muebles y antigüedades que trajo de Europa llenaron con gracia los espacios: la biblioteca, a la que se entra a través de un portal de columnas corintias; el piano de cola y las lámparas de lágrimas le dieron un carácter de villa italiana a la antigua construcción.
De a poco fue comprando otras piezas de anticuarios para complementar los espacios. Una de las anécdotas preferidas de sus descendientes alude a cuando su mujer partió con una camioneta a remover los escombros que dejó el bombardeo de La Moneda. Los dos pilares de madera que están en la entrada de la casa los sacó de ahí.
Hace siete años murió Carlo Nasi y el fundo se repartió entre sus hijos. La casa hoy está a cargo de uno de sus nietos, Giancarlo Nasi, un abogado de 27 años y productor ejecutivo de las productoras Don Quijote y Forastero, que decidió instalarse en el fundo cuando volvió de estudiar Derecho en Francia. “Me gusta la tranquilidad del campo, poder olvidarme del trabajo, escribir guiones, el silencio…”, cuenta. Para él esta casa es el vivo recuerdo de su abuelo, la persona que más lo ha marcado en la vida. Ahí siguen intactos el taller donde pintaba y escribía, la biblioteca con sus libros, los cuadros de los antepasados… Junto a sus padres se ha preocupado de mantener el mismo espíritu que tenía el lugar cuando su abuelo todavía vivía ahí. Cada objeto y cada mueble es una pieza de anticuario. “Mi familia sufre un mal por las antigüedades. Es como una enfermedad, es algo incontrolable”. El mascarón de proa en el corredor, los sillones de un claustro o la cama de bronce, son algunas de sus últimas adquisiciones. “Son muchos los recuerdos que tengo de esta casa. Han vivido cuatro generaciones acá… Si algo le pasara a este lugar gastaría todo lo que tengo en recuperarlo… Quiero que me entierren acá”, concluye Giancarlo.