Sebastián Arteaga y Manuela del Valle vivían hace varios años en una casa en Curicó. Pero la construcción de adobe, que era un cuadrado con un patio interior, no resistió el terremoto y tuvieron que cambiarse. Como ya tenían un terreno en otra zona de la ciudad, decidieron dar el gran paso y construirse algo nuevo. La decoradora Luz Méndez, mamá de Sebastián, les recomendó al arquitecto Alejandro Valdés. Como también lo conocían y habían visto su trabajo, le encargaron el proyecto a su oficina Amunátegui Valdés. Manuela cuenta que la idea era armar una casa con tres piezas, oficina y salita, todo bien abierto, y aprovechar el sitio y el paisaje que tenían ahí mismo. “El concepto fue: el bosque en la casa, la casa en el bosque”, dice.
Aparte de eso, el arquitecto tuvo libertad total. “Surgió la idea de estudiar distintos pabellones construidos para ferias mundiales de exposición. Estos, además de lograr espacios diáfanos, en su mayoría emplean técnicas constructivas que están basadas en la simplicidad y velocidad de armado”. Decidió entonces tomar como base el pabellón de Noruega que el arquitecto Sverre Fehn creó para la exposición de Bruselas de 1958. Estudió sus medidas, su metodología constructiva y le agregó todo lo necesario para convertirlo en una casa.
Esta construcción repite la misma idea de la casa de adobe original de la pareja, que era un rectángulo con un patio interior en el medio. Claro que acá casi todo es de madera laminada, logrando un acabado moderno y minimalista. El techo es un detalle que no se puede dejar pasar: está compuesto por vigas laminadas de 25 metros de longitud y, sobre él, se apoya un segundo rectángulo (que forma una especie de cruz) también compuesto de vigas, dejando a la vista un entramado que recorre toda la estructura. La gracia, además, es que no se usaron herrajes, por lo que la terminación es bien impresionante y, a la vez, sirve para esconder todo el sistema de iluminación.
La casa, que tiene 350 m2, está dividida en 3 áreas: hacia el norte está el sector de los dormitorios; hacia el sur, los servicios y en el medio están los espacios comunes, incluido el patio que, como dice Alejandro, “actúa como un gran testigo de todos los movimientos, recorridos y situaciones del interior”. Para los días de invierno, cuando es casi imposible salir a jugar afuera, Manuela armó una especie de pista para que sus hijos anden en bicicleta alrededor del patio interior. “Esta casa es súper rica de vivir, porque, al ser como un loft, donde todo circula alrededor del patio, si estoy en la cocina y los niños en el living, los veo; acá estamos siempre todos juntos”, dice Manuela.