Cuando contactamos a Ignacio Liprandi para visitar su departamento nos imaginábamos algo con un look más convencional, muy bien puesto y con varios cuadros y una que otra escultura. Pero grande fue la sorpresa cuando llegamos a este antiguo departamento de estilo francés plagado de obras en formatos y tamaños tan poco tradicionales que automáticamente nos obligó a recorrerlo con calma y con el mismo interés con el que se visitan las mejores exposiciones del Malba.
Los 440 metros cuadrados, el impecable piso de parquet, cielos altísimos y antiguas molduras de su departamento de los años 20 no hacen más que resaltar cada una de estas piezas. Fue su separación la que lo trajo hace doce años a este lugar ubicado en La Recoleta. Apenas lo vio supo que era el indicado, ya que cumplía con tres importantes requisitos: era lo suficientemente grande para su colección, con buena luz natural y de arquitectura clásica que, a juicio de Ignacio, sería el contraste perfecto para sus obras de arte contemporáneo… y no se equivocó. La vista tampoco estaba nada de mal: el living y comedor dan hacia la plaza Rodríguez Peña, que durante la primavera es todo un espectáculo con su calle central llena de jacarandás. Para suerte de Ignacio, el departamento estaba en excelentes condiciones, por lo que tuvo que modificarlo muy poco. “Cuando uno se encuentra con un buen trabajo, es estúpido tratar de cambiarlo”, explica su dueño. Sólo fue necesario refaccionar espacios muy específicos, como los baños, pero todo lo demás se dejó tal cual.
Aquí no hace falta, o mejor dicho, no hay espacio para objetos decorativos. “Cuando la arquitectura es buena, no es necesaria la decoración, sólo tener buenos muebles o arte. De lo contrario, me parece que molesta”. Cada rincón, esquina y hasta los techos están cubiertos por piezas que llaman la atención a primera vista. Es que en los más de 15 años que este trasandino lleva buscando obras de arte, ha sabido desmarcarse de la imagen clásica que se puede tener del coleccionista y la selección que ha formado es reconocida como una de las más importantes de Argentina. Su historia empezó en 1997. Se acababa de instalar en su departamento de recién casado y el lugar se veía como tal: impecable, muy moderno y con sus paredes en blanco. Fue así como en mayo de ese año decidió ir a ArteBa con la intención de comprar algún cuadro.
Sin ser un entendido en arte –tenía 30 años y entonces se desarrollaba como licenciado en administración de empresas– y sin la menor intención de meterse en ese mundo, al año había adquirido 20 obras. Fue aprendiendo en el camino, se asesoró por expertos y no perdió oportunidad de visitar cuanta feria y galería se le cruzaba por delante. Si en un principio sentía cierta tendencia hacia el arte clásico, en poco tiempo cambió su perspectiva y se centró principalmente en obras de estilo contemporáneo, con una importante presencia de argentinos. De tanto recorrer, se dio cuenta que en su país hacían falta más galerías –y profesionales– que ofrecieran una mayor y mejor oferta a los posibles compradores, pero que además velaran por las carreras de los artistas. Hace tres años abrió las puertas de la galería que lleva su nombre y ha conseguido lo que muchos sueñan: estar presente en las mejores ferias a nivel mundial. Es que el hombre sabe cómo moverse y tiene más que claro que es necesario dejar los pies en la calle por cada uno de sus representados. “Vivo concentrado en la galería, trabajo 20 horas por día”. Así y todo, disfruta de cada minuto que está en su casa, que durante el invierno se convierte en el mejor centro de reuniones, en torno a la chimenea, disfrutando de excelente comida –reconoce que es un muy buen cocinero– y obviamente, con las mejores conversaciones.