Rodeada de plantaciones de nogales, paltos y viñedos experimentales, esta casa –que se levanta como un oasis a orillas del río Choapa– aparece entre el paisaje, completamente integrada. “La idea era que emergiera del lugar y quedara suspendida sobre éste sin tocarlo”, cuenta Samuel Claro, el arquitecto a cargo del proyecto. Para lograrlo creó un diseño muy simple, una línea continua compuesta por dos losas de hormigón que flotan sobre las rocas naturales.
Casi como los vagones de un tren, todas las piezas, el living y el comedor, están en línea, mirando hacia el sur y las plantaciones. Por el norte las fachadas se protegen del viento y se abren a la luz con un patio sumergido, que cruza los recibos de la casa. Además, para aprovechar el sol, hay tragaluces y muros traslapados, que dejan entrar la luz durante todo el día.
Para que la casa conversara con el resto del paisaje sin problemas, tanto en la arquitectura como en la decoración decidieron llevar partes de la naturaleza al interior. En el living, el arquitecto armó un muro de piedras que se rescataron de una antigua pirca en desuso del mismo campo, que se extiende hasta el exterior. “Todo el entorno de la casa mantiene el espíritu natural del paisaje del norte”, cuenta Claro.
La decoradora Francisca Varela fue la encargada de darle vida al concepto que tenían los dueños. Ellos querían crear un espacio lo más relajado posible, agradable y que invitara a estar y aprovechar todos los lugares. “Que no fuera casa hecha por decorador”, le dijeron.
Para lograrlo trabajaron con artesanos de distintas partes que crearon piezas pensadas especialmente para el lugar, siempre con materiales nobles. El resultado es una casa con una paleta de colores muy orgánica, con sillones hechos en lino, alfombras de llama y harta madera. El toque de color lo dan pequeños detalles, como los cojines que mandaron a hacer a Perú.
Otra de las preocupaciones de la decoradora fue que los espacios tuvieran buena circulación. “Está pensado para que todo tenga cabida para mucha gente, siempre teniendo en mente en cómo iban a ocupar la casa”, cuenta.
Uno de los espacios más impresionantes está en el exterior. Ahí, entre un montón de grandes piedras, el arquitecto armó un spa de agua caliente. “El agua brota de entre las rocas y los árboles y se abre al cielo y las estrellas en la noche. Al llenarse, el agua hace desaparecer los bordes hasta topar con las rocas naturales como un pozón de río”, cuenta Claro. Realmente, un sueño.