Mucho antes de que a los hombres les interesara la gastronomía, ésta era exclusividad de la dueña de casa; antes de que los programas de cocina enseñaran exóticas recetas con ingredientes tailandeses, éstos explicaban cómo preparar una buena pastelera; y mucho antes de que Jamie Oliver o Nigella Lawson fueran un must del cable, en la televisión chilena el referente culinario era Mariana Salinas, más conocida como Mónica. Para quienes crecieron con las transmisiones en blanco y negro y con sólo cuatro canales a su disposición, programas como Cocinando con Mónica eran un clásico que religiosamente acompañaba durante las tardes (después fue en las mañanas) a todas las dueñas de casa. Mónica, más que un chef, era la vecina, la “amiga” que compartía sus tips y datos. Y quizás fue esa familiaridad que proyectaba la que la mantuvo al aire durante 30 años. Sus segmentos aparecieron en todos los canales de la época, partiendo por UCV, luego en el canal de la Universidad Católica, en Televisión Nacional y en el 11 de la Universidad de Chile. Fue testigo de los inicios de la televisión hasta la llegada del cable, desde los programas animados en los 70 por Gabriela Velasco hasta los de Felipe Camiroaga. A Mariana la guió el destino, como ella dice, para estar en el lugar adecuado en el minuto preciso.
Todo empezó en Viña, donde llegó a vivir a los 18 años recién casada. Nunca había entrado a la cocina, pero sus vecinas, dos tías inglesas de su marido –de esas mujeres nacidas a principios de siglo que sabían hacer de todo– le enseñaron a cocinar. “Ellas preparaban desde las conservas hasta los caramelos que comían mis hijos. Nunca compramos nada hecho”. Diecisiete años viviendo junto a ellas fueron suficientes para que Mariana aprendiera a cocinar lo que fuera y fuese además capaz de enseñárselo a cualquiera. Mientras estaba metida en sus ollas y cacerolas, la televisión empezó a tomar forma en Chile y las primeras transmisiones se empezaron a hacer justamente en Valparaíso en el canal universitario. “Estaba muy intrigada con todo esto de la tele, me metí a unos cursos de verano de televisión en la Universidad Federico Santa María. Mi profesora, una cubana americana, me dijo que tenía pasta, que me metiera ahora a algún canal, que aprovechara que estaba empezando”. En este curso inventaron un programa que se llamaba El hogar de Mónica –encontraron que sonaba mejor que Mariana– y lo ofrecieron a UCV, que decidió trasmitirlo. Era una especie de precursor de los matinales, un programa femenino donde Mariana era la anfitriona que vivía diferentes situaciones cotidianas en un estudio que estaba amoblado como su casa, literalmente: para cada grabación trasladaban los muebles del living y del comedor para ambientar el set. “Era todo muy artesanal, teníamos dos cámaras que habían fabricado ahí, yo llevaba a mis hijos, iban mis amigas, etcétera. Enseñábamos desde cómo maquillarse, hasta cómo cuidar a un niño con alfombrilla”, cuenta. Bastaron un par de apariciones en la tele para que Mariana supiera que eso era lo de ella: “Cuando te vacunas con el bicho de la tv, te vacunas para siempre”.
A medida que el canal de la Universidad Católica de Santiago profesionalizaba sus transmisiones, quiso contar con Mariana entre sus rostros. Así fue como se trasladó a la capital a cocinar en un programa de Gabriela Velasco. Luego vino Televisión Nacional, el único canal con cobertura a lo largo del país en ese tiempo, que la reclutó para Buenas Tardes Mirella conducido por Mirella Latorre, que la transformó en toda una celebridad. En los 80 participó del primer matinal de Chile, Teleonce al despertar, con Jorge Rencoret. Así continuó la historia, pasaron la Coneja Serrano, la Margot Kahl, la Tati Penna, Felipe Camiroaga, cambiaban los programas, llegaba la tele a color, y Mónica seguía ahí. “Yo cocinaba para la dueña de casa, las recetas eran mías. Preparaba porciones para seis personas, eran guisos abundantes para las familias grandes que había en ese tiempo. A veces hacía ciclos: una semana acompañamientos, otras galletas y queques de Navidad, o enseñaba qué hacer con un cuarto de carne molida… La idea era ayudar a las dueñas de casa, hacerles cundir el presupuesto”.
Llegaron los 90 y junto a ellos el auge de los chefs como Coco Pacheco y Christopher Carpentier. La gente empezó a viajar, a tener más poder adquisitivo, aparecieron nuevos ingredientes, la cocina fusión, y las pasteleras de Mónica dejaron de tener cabida. “Llegó un minuto en el que no quise seguir más. Dejé de trabajar de forma tan intensa. Quería disfrutar de mi vida, de mi jardín, de mi marido”. Mariana se había casado por segunda vez con Enrique Rodríguez Sanfuentes quien, como cirujano, viajaba muchísimo, y ella quería tener la libertad para acompañarlo. “Me tocó vivir la época más bonita de la televisión, su nacimiento… Tengo mucho que agradecerle, me dio muchísimo. Salí de la televisión con una profesión, recibí mucho cariño… Tengo sólo buenos recuerdos. Era una época mas romántica. Éramos todos muy amigos y buenos compañeros de trabajo. Existía una lealtad que yo creo que se ha perdido”.
Mariana Salinas acaba de cumplir 80 años, sigue manteniendo esa cercanía que proyectaba en la tele, y esa voz ronca y melodiosa. Todavía la reconocen en la calle. “El otro día estaba pagando en un supermercado y la cajera me dijo: señora Mónica, la reconocí por la voz”. Confiesa que ya no cocina tanto: “la gastronomía es una actividad cuyo fin es ser compartida”. Sin embargo, cuando recibe a amigos o a su familia vuelve a sacar sus ollas para hacer platos tradicionales (aunque también puede hacer unos muy sofisticados, últimamente está fascinada con la comida agridulce y picante); haga lo que haga, confiesa que siempre recibe elogios. Llena de energía, cuenta que todavía tiene proyectos en mente “Con una sobrina queremos hacer comidas caseras preparadas para repartir. También me gustaría poner un bazar de muebles antiguos recuperados”. Mónica tiene mucho que contar, habla de los viajes que hizo a lugares exóticos con su marido de quien enviudó hace siete años y del que sigue hablando como si estuvieran recién casados. “Soy una agradecida de la vida, conocí el amor, el engaño, la lealtad… Creo que hay que vivir de todo para aprender y para saber apreciar lo bueno”. Aunque es tentador quedarse para un café y seguir oyendo sus historias, ya es tarde. Cuando le pedimos alguna receta para llevarnos a la casa ella dice: “Ser positivo y agradecer siempre”.