Algo tiene la casa de Mónica Cazés que dan ganas de quedarse. Más allá de la vista a las canchas de golf del Sport Francés, del vibrante colorido de su interior, del té especial que sirve apenas se entra, o el olor de una suave esencia india, hay algo en la calidez y en la familiaridad con la que ella recibe a sus invitados que hace que se sientan como en su casa.
Vestida con un pantalón amarillo fuerte y una blusa negra con blanco, Mónica hace del color una declaración de principios que va mucho más allá de su conocido sello como decoradora. Le gusta viajar con su marido, ir a la playa los fines de semana, recibir a los amigos de sus hijos, comer todas las noches con la mesa bien puesta, y atender de la mejor manera a su familia y visitas.
En su casa todo está en su lugar, impecable, cada florero con flores frescas, los adornos bien dispuestos, los cojines estirados… Da la impresión de que acaba de cambiarse y de que todo estuviera recién puesto pero ella asegura que siempre está así, “no es por las fotos”.
Hace casi tres años llegó junto a su marido y sus dos hijos. Cuando se cambió decidió vender todo lo que tenía de su casa anterior, sólo guardó una antigua cómoda y sus cuadros. Quería empezar de cero, con energías renovadas. Durante un buen tiempo el departamento estuvo amoblado con las camas y un comedor plegable. Mónica quería darse su tiempo, encontrar las piezas justas para cada lugar, quería estar convencida de cada mueble. “Soy muy detallista y perfeccionista”, cuenta. Al recorrer su casa es evidente la dedicación que le puso a cada pieza: reenmarcó cuadros, hizo cojines con diseños especiales, encargó cada tapicería a Francia o Inglaterra, reinterpretó muebles y los mandó a hacer, eligió exclusivas piezas antiguas y las intervino… El resultado son ambientes llenos de color, con muebles únicos y una combinación moderna–antiguo. Quizás el lugar donde este juego es más evidente es en el comedor: bajo un candelabro como de monasterio con ampolletas vintage, hay una moderna mesa lacada y sillas clásicas tapizadas de gris y amarillo, la pieza está pintada de negro con hilos de cobre, un enorme espejo cubre un muro completo y en la mitad de éste, un cuadro de Matilde Pérez. “Estuve años buscándolo” cuenta.
Mónica se atreve a usar la paleta entera con una sensibilidad y manejo con los que crea ambientes acogedores y a la vez audaces. “No hay nada que me guste más que el color. Le da vida a las casas. En general a la gente le cuesta atreverse a usar tonos fuertes”. A ella no y quiso extremarlo en su escritorio donde optó por los morados y grises y acentos turquesas.
La vista es protagonista de casi todos los espacios. “A veces se me olvida que estoy en la mitad de Juan XIII”, dice. Los fines de semana incluso puede ver a su marido caminando con sus palos por la cancha de golf desde su terraza amoblada con sillas de bambú antiguas de estilo anglo-hindú. “Todavía me falta encontrar algunos muebles para que todo esté 100 por ciento listo”, cuenta, pero asegura que se lo va a seguir tomando con calma.