Muchos dicen que la vida de barrio ya no existe, menos en una ciudad como Santiago, llena de malls gigantes y autos en las calles. Pero no es tan cierto. Escondidos entre las grandes arterias que cruzan la ciudad, todavía quedan algunos barrios donde uno puede salir a pie a comprar el pan recién hecho a la esquina y hasta aprovechar el viaje para revelar algunos rollos de fotos, de esos que llevan años en un cajón. Esta fue la apuesta de Migo, el nuevo friendly lab de Cristóbal Valdés, un entusiasta de la fotografía. En la esquina de Tobalaba con Las Azucenas nació hace pocos meses este laboratorio fotográfico que busca encantar a la gente con un servicio personalizado, una papelería muy distinta a lo que se suele ver y, sobre todo, esa cosa muy de barrio, con bicicletero, plantitas en la entrada y muy buena onda. Como explica su dueño, acá no existe el “no se puede”.
Con un papá aficionado a documentar cada momento de las vacaciones y paseos familiares, no es raro que Cristóbal haya heredado esta misma pasión. Su primer acercamiento a la fotografía fue cuando su papá se compró una cámara de video y le delegó a él la tarea de las fotos familiares, usando la clásica Canon AE-1. Tiempo después empezó a organizar paseos con un amigo y juntos partían a algún lugar que les llamaba la atención, o a alguna fiesta religiosa, con la única misión de hacer fotos.
Después de estudiar ingeniería civil se puso a trabajar, pero siempre con una idea que le daba vueltas: emprender. Cuando conoció la marca Lomography la cosa quedó clara; quería ser su representante. Estas cámaras fotográficas análogas, creadas en Rusia, generaron todo un movimiento a nivel mundial (de hecho son el movimiento de fotografía análoga más grande del planeta), y en Chile sólo se podían conseguir en un circuito más under. “Me encantó la marca, por su propuesta, por los tipos de efectos y porque había muchos formatos… Y a mí los formatos raros siempre me han gustado”, cuenta Cristóbal. Y es que las Lomo parecen casi cámaras de juguete, porque son plásticas, colorinches y logran las fotos más originales: hay multilente, ojo de pez, cámaras con flash de colores y réplicas de cámaras antiguas. El resultado es siempre sorprendente.
A mediados del 2006 finalmente logró la representación de la marca y el 2008 abrió la primera tienda –que también fue la primera embajada física de la marca en Latinoamérica– en el Drugstore. La idea, además de vender estas cámaras, era promover la disciplina. “Quería defender este nicho, mantenerlo vivo y promoverlo frente a las nuevas generaciones que no lo conocían, generando comunidad, haciendo talleres, exposiciones, actividades ligadas a la fotografía”. Para Cristóbal la cosa no es vender por vender, la idea es aportar. Por eso cuenta orgulloso que antes de abrir la tienda Lomo, los rollos de 120 mm estaban casi desapareciendo en Chile, porque la gente pensaba que ya no había dónde comprarlos o no sabían dónde revelar, y que gracias a la entrada de la cámara icono de Lomography, la Diana, el tema empezó a tirar para arriba de nuevo. La gente descubrió que sí se podía y muchos empezaron a rescatar cámaras antiguas que estaban botadas en sus casas.
Ya con la tienda Lomography andando hace años, Cristóbal decidió emprender nuevamente. Como el revelado es uno de los procesos que más le gustan dentro de la fotografía –los cursos que ha hecho siempre han sido ligados al tema– fue casi lógico el siguiente paso: la creación de Migo, un laboratorio “amigable”, como él dice, donde se pueden recibir todos los encargos de los que por años buscaron un lugar donde dejar sus rollos “raros”. Para armar el laboratorio, se trajo las máquinas usadas de afuera, cruzando los dedos para que llegara algo. Por suerte, resultó, y él mismo se ha dedicado a leer los manuales y a solucionar los problemas. “Me gusta ser maestro chasquilla y meterme. Es parte del emprendimiento también”.
Pero acá no todo es la fotografía análoga. La gracia de este laboratorio es que está constantemente buscando nuevas maneras de satisfacer las necesidades de un público más acostumbrado a la rapidez y facilidad de lo digital. Desde las fotos que se sacan con las cámaras más tecnológicas, hasta las miles que se acumulan en los celulares, acá todo se puede llevar al papel. Incluso las de Instagram, una aplicación imperdible para los que no se despegan de su teléfono y que sirve para poner en práctica una de las 10 reglas de la Lomografía: “No pienses, sólo dispara”.