José Robles es un caballero. De traje, pañuelo en el bolsillo, una clásica corbata a rayas y zapatos bien lustrados, es además experto en relojes antiguos fabricados antes de 1900. A los 72 años, se siente orgulloso de su carrera y de los 55 años de expertise que tiene a su haber: fue uno de los primeros relojeros chilenos capaces de arreglar piezas de cuarzo (con pila) en los 70 –en pleno boom de la industria– y atribuirse reparaciones de emblemáticos relojes patrimoniales en Santiago que estuvieron parados durante años, como el de la torre del Museo Histórico Nacional en la Plaza de Armas, el del Club de la Unión, la Corte Suprema y las iglesias de San Ignacio en Santiago y Valparaíso.
Lo ubicamos en su recorrido habitual de los días lunes para ir a dar cuerda a los relojes iconos de Santiago. No puede fallar. Su autonomía se mantiene apenas por siete días y si él no lo hace, estas piezas patrimoniales se quedarían paradas. Son las 8 en punto de la mañana, según delata con alta precisión el puntero de su Omega Seamaster, un original de 1960. Este reloj está calibrado con el cronómetro del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile, quienes son los que entregan la hora oficial en el país.
Partimos en la Alameda, en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Sigue el torreón de la Intendencia de Santiago, donde José se encarga del Westminster de 1900, una pieza electromecánica que funciona con tres pesas, el cual fue encargado por Benjamín Vicuña Mackenna y es una réplica del Big Ben. Luego, el Conservador de Bienes Raíces de Santiago, y por supuesto uno de los más emblemáticos de una veintena que existen en la ciudad, el del Museo Histórico Nacional (ex Palacio de la Real Audiencia), que alberga en su torre una de las más antiguas piezas en el casco histórico. Este reloj data de 1868, año en que fue traído desde Inglaterra; gracias a su intervención, está en perfecto estado hoy: estuvo parado por años, desde 1982, y a pesar de que vinieron famosos expertos relojeros europeos y japoneses nadie pudo arreglarlo… hasta que en 2004 José detectó la pieza mala, una rueda de escape desgastada con el paso del tiempo. Cuenta que después del terremoto del 2010 tuvo que volver a repararlo, esta vez por completo. Encontraron todas sus piezas, 108 en total, amontonadas entre los escombros de la torre Benjamín Vicuña Mackenna (llamada así en honor del intendente a quien se atribuye haber traído este reloj).
José Robles se fascinó desde chico por los relojes. A los 17 años se convirtió en técnico relojero; en 1962 hizo su práctica en la relojería Tic Tac sobre la calle Compañía, una de las más renombradas y grandes en el país. Su dueño era el ingeniero relojero alemán Kurt Balmer; José reconoce que mucho de lo que hoy sabe se lo debe a él. Ya en los años 70 se independizó con el beneplácito de su mentor y se instaló en la calle Nueva York, y a fines de los 80 viajó a Suiza a la fábrica de Longines a especializarse en relojes de antes de 1900. Hoy, en su nuevo taller en el quinto piso de un edificio en la calle Ahumada, se puede ver además a este dotado relojero arreglando delicados modelos mecánicos, piezas de alta relojería de marcas tan reconocidas como Longines, TAG Heuer, Omega y Patek Philippe.
Ahumada 370 oficina 518. Teléfono 2269 70166.