Querían un rincón al cual llegar los fines de semana, sobre todo considerando que tenían un campo inmenso ubicado a menos de una hora de Santiago. Las más de 100 hectáreas de viñas de la Hacienda Chada –cerca de la laguna Aculeo– se habían tomado el lugar, así que lo único que tenían claro era que no harían grandes cambios en el entorno. Es por esto que el proyecto inicial era sólo un quincho, una gran área común que los recibiera por algunas horas. “Un poco también para validar su uso”, explican sus dueños. Si todo resultaba bien, pensarían en una segunda etapa.
Para su construcción quisieron algo lo más simple posible. Eligieron un modelo de casa prefabricada de vigas de pino laminadas, de 80 m2 y de buena altura. Un espacio rectangular, rodeado de ventanales y sólo destinado para el living, comedor, cocina y dos baños, además de una terraza techada. En cuatro meses estaba listo.
La creatividad y los detalles se los dejaron a las decoradoras Ana Domínguez y Francisca Goycolea, a quienes les pidieron como único requisito que la decoración fuera ante todo sencilla, campestre y práctica. Bajo esta premisa, la dupla optó por colores neutros, tanto para los objetos elegidos como para las terminaciones de la casa. De ellas fue la idea de teñir el interior de la construcción de blanco y el exterior dejarlo de un gris cafesoso. Para el comedor, eligieron un look más bien rústico, con una mesa de madera y sillas de ratán, alfombra de sisal y pantallas del Taller Maíz. Aquí el protagonismo se lo lleva el gran tríptico con una fotografía en sepia, como un reflejo del gusto de esta familia por los caballos. El living cumple además la función de sala de estar. Para conseguirlo, instalaron cuatro grandes sofás con fundas de lino, dos mesas de madera y fierro diseñadas por ellas, una chimenea y un panel pensado especialmente para la televisión y sus respectivos accesorios. Una decoración limpia y acogedora, como la describen las decoradoras. Al final de cuentas, es la vista la reina del lugar.
Y aunque aquí la naturaleza habla por sí sola, se necesitó del ingenio de la paisajista Carola Barzelatto para dar vida a las cuatro hectáreas que se destinaron para jardín. “La verdad es que fue un proyecto bastante difícil por las características del terreno, ya que además del desnivel, nos encontramos con una gran cantidad de piedras”, explica Carolina. Por eso, la mejor alternativa fue hacer distintas terrazas y crear un juego entre curvas y líneas rectas para incorporar este espacio al entorno. “Lo principal era integrarlo al máximo, que fuera parte de los cerros y viñas”. Un jardín suelto, pero que a la vez tiene un orden y cierta lógica. Además de buscar especies que se dieran bien en esta zona y que permitieran tener un colorido variado durante todo el año, Carolina se dio el tiempo de rescatar la vegetación propia de este campo. Reconoció el valor que tenían espinos, cactus, peumos y maitenes, los limpió y trasplantó a sectores donde resaltaran más. Junto a esto trasladó grandes robles, olivos y jacarandás desde otros campos de la familia, que complementaron con lavandas, salvias, kumquats, lirios, astromelias, watsonias, ceanothus azules y agapantos, todas plantas resistentes al viento de la tarde y que no necesitan de grandes cuidados diarios. Un detalle característico del trabajo de la paisajista es la incorporación de elementos de agua. Por un lado, como una forma de complementar la arquitectura y por otro, para generar sensaciones entre quienes recorren el jardín. En este caso, diseñó una línea de agua de 100 metros que recorre por completo el centro del parque, truco que se complementa con la piscina infinita –también diseñada por ella– que por uno de sus lados termina en una pileta de agua.
Con este resultado y después de sólo meses de uso, el proyectó fue más que “validado” y los dueños del campo ya piensan en la segunda etapa, en la que construirán dormitorios, pero como unidades independientes para los distintos integrantes de la familia. Es que al final, dan ganas de pasar más que unas horas aquí.