En el nobilísimo barrio parisino de Trocadero, la arquitectura de esta construcción de fines de 1900 no podía sino ser burguesa, pero la mano del arquitecto interiorista y diseñador François Champsaur la transformó por completo. El departamento tiene cerca de 500 metros cuadrados repartidos en forma de U, con techos altos y largos pasillos que bordean las habitaciones; todas ellas tienen vista a la Torre Eiffel por un lado, y a un patio interior por el otro. “Quería sacar partido de su esencia clásica y aportar lo necesario para convertirlo en un lugar de vida confortable”, dice el arquitecto. “También quería despojar los elementos decorativos de la arquitectura, como las cornisas originales recargadas, para concentrarme en lo básico, aunque dando énfasis a detalles fuertes que tienen más en común con la arquitectura de diseño de interiores”. Esta era una propuesta excepcional que le ofrecía un doble desafío: “Lograr que sus habitantes convivieran en armonía con piezas importantes y –aún más difícil– conseguir que estas piezas dialogaran entre sí. Para eso aposté a un mobiliario hecho a medida que hace que se respire tranquilidad y que se combinan, en un juego de tonalidades y texturas, con iconos puntuales del siglo XX”.
François Champsaur armó su estudio en 1996 y desde ese momento se hizo conocido por crear muebles y accesorios de acabado artesanal. Ama los materiales brutos y naturales como la madera, la piedra y el mármol, que a su entender transmiten una energía positiva, y detesta el plástico y todo lo sintético, ya que los siente como inertes, sin alma y contaminantes. Obsesivamente perfeccionista, trabaja cada detalle con un enfoque poco común para despertar sorpresa y emoción. Para él, el diseño es sobre todo una experiencia sensorial.
De alguna manera, este departamento evoca la arquitectura japonesa, donde el vacío es lo que más resalta y coexiste en armonía con pocos muebles, pero todos de muy buen diseño. También es fundamental el rol que juegan la luz y los materiales. Aquí las puertas corredizas tienen tres metros de alto, y el mármol y los elementos de madera curva se leen como paredes que generan continuidad y dan sensualidad a los espacios.
François Champsaur reelaboró por completo el plano original de la casa, creando una sucesión de potentes y ligeros espacios minimalistas. El gran pasillo se abre hacia el salón, y la cocina hacia el comedor. Para aumentar la sensación de espacio, introdujo paredes y puertas curvas, como es el caso de la ducha en uno de los baños, que se encuentra entre dos paredes de mármol redondeadas. Mientras, a algunos paneles que recubren paredes les dio un efecto de color; el azul en la pieza principal evoca un paisaje marino y crea un ambiente relajante.
El parquet original fue reemplazado con tablas de pino de seis metros de largo. La cocina se ha convertido en una gran sala de estar, siguiendo la tendencia actual de ser un lugar para socializar y comer, el corazón de la casa.
“La idea era crear una especie de caja grande rediseñada por completo”, explica el arquitecto, “una especie de villa romana donde la arquitectura es todo lo que se necesita”. Y así es. Acá el espacio fluye, los materiales resaltan, los muebles lucen y la luz entra a caudales.