No creo que las fotos de nuestra cámara sean tan fieles a la realidad. El colorido del desierto y las montañas de Arizona es tan impresionante como difícil de reproducir. Partimos nuestro recorrido por los grandes cañones del Oeste norteamericano bien cerca del Pacífico, en Los Angeles, donde arrendamos un auto con la idea de pasar primero unos días en Scottsdale, Phoenix. Conocida por sus lujosos malls, es además una ciudad moderna y amigable, y con muy buena gastronomía, definitivamente la mejor que me ha tocado en Estados Unidos. Estuvimos en el famoso restorán Maestro (no es una ganga, pero vale la pena) y también en el Geicha-a-Go-Go, un bar con salas privadas para hacer karaoke y una exquisita carta de sushi.
Antes de dejar Phoenix tomamos un tour en globo, y aquí el viaje ya se empezó a diferenciar. No estaba muy convencida de hacerlo, pensé que a nuestro hijo de 6 años le daría miedo, pero todo lo contrario. Es toda una experiencia, porque de partida entre todos los turistas tuvimos que desplegar el globo para luego inflarlo. Nos subimos al canasto (caben unas 15 personas) y partimos en un viaje que duró unas dos horas. ¡Fue una experiencia increíble, desde arriba se ve todo tan diferente! El piloto, muy simpático, tenía el dominio absoluto del aparato, subía y bajaba cuando él quería. Mientras, unas van nos iban siguiendo por tierra porque el globo aterriza donde las condiciones se lo permiten; en nuestro caso fue ¡casi en medio de la calle!
Seguimos nuestra ruta hacia Sedona, a dos horas de Phoenix, una ciudad chica que sería nuestra base para los siguientes días. Ya en la carretera pudimos ver cómo empezaba a cambiar el paisaje, apareciendo el desierto en pleno; los cactus saguaro –los clásicos que parecen hombres de pie con los brazos en alto– estaban por todas partes. Una vez en el valle, entramos a la reserva forestal de Coconino. El paisaje es maravilloso: los montes de rocas rojas y formas extrañas contrastan con las montañas nevadas detrás de ellos. Es un lugar increíble para hacer trekking y paseos en bicicleta.
En Sedona mismo hay harto panorama para hacer. Uno de ellos es ir a ver la puesta de sol a un lugar muy conocido que está camino al aeropuerto. Subimos una larga cuesta, pero la caminata valió la pena porque vimos un atardecer espectacular sobre los cañones de la zona. Las casas de West Sedona, abajo en el pueblo, parecían de juguete en comparación a los montes.
Al día siguiente, fuimos al Montezuma Castle National Monument. Se trata de las ruinas de uno de los poblados que la nación indígena Sinagua construyó en la grieta de unos de los cañones de la zona. Es una de las construcciones más antiguas de Estados Unidos y gracias al clima está muy bien conservada. Los colonizadores del Oeste americano, que no tenían idea de lo que era, lo llamaron así porque asumieron que era un “castillo” que habían hecho unos guerreros aztecas para refugio de Montezuma después de la conquista de México… pero por supuesto ni Montezuma ni los aztecas se aparecieron nunca por allí.
Otro lugar entretenido para recorrer es Puente del Diablo, un arco de piedra natural al que se puede llegar después de una larga caminata. Es cansador e indispensable llevar zapatos cómodos y agua. Como íbamos con nuestro hijo, decidimos hacerlo leeeeento.
Al día siguiente, fuimos por el día a Prescott, pero en el camino paramos en Jerome, un campamento minero abandonado y supuestamente convertido en pueblo fantasma… la verdad es que había varias tiendas de souvenirs, cero ambiente de abandono… da para un par de fotos no más. En Prescott está Whiskey Row, una serie de bares de la época del antiguo Oeste al cual solían bajar los mineros a disfrutar de su día libre. Están muy bien conservados, al igual que un hotel de la época que hay cerca. De regreso a Sedona paramos en Watson Lake, un parque municipal que nos habían recomendado visitar. Fue un verdadero acierto, porque el lago está en medio de un paisaje extrañísimo de rocas redondas de granito. Muy bonito.
Dejamos atrás Sedona y partimos a Meteor Crater, un cráter enorme provocado por un meteorito declarado monumento nacional. Por su tamaño es bien impresionante, pero creo que una hora de tour fue demasiado… Seguimos hacia Flagstaff, que está a poca distancia de allí. Es una ciudad pequeña con mucha oferta de hoteles y restoranes, comercio, una universidad y un barrio histórico con edificios de finales del siglo XIX. Allí está también el Arizona Snow Bowl, que es el centro de ski más grande del estado, el cual no visitamos esta vez.
Tomamos la famosa Ruta 66 y pasamos por el pequeño pueblo Williams; podría ser un típico pueblo más de Arizona pero algunos detalles lo hacen singular… Para comenzar, la Ruta 66 pasa por el medio y eso lo cambia por completo; luego esta el Cruiser’s Café 66, ambientado en los años 50; y dos lugares para alojarse, el Motor Hotel y The Canyon Motel, donde las habitaciones son vagones de tren.
Por fin llegamos al Grand Canyon. En la entrada del parque nos entregaron todo tipo de mapas indicando los miradores, senderos, etc. Lo hicimos todo y después de ver el Cañón por su lado norte y luego sur, puedo decir que es total y absolutamente espectacular. Se veía especialmente bonito porque estaba cubierto de nieve. Yo había ido antes y recordaba perfectamente los colores de las rocas y la topografía general de mesas y acantilados, pero no lo enorme que es. Es que, repito, es ENORME y simplemente increíble. A las cinco y media de la tarde nos fuimos al Hopi Point para ver el atardecer; tiene una vista espectacular de casi 180 grados y la caída del sol resultó preciosa. Escenario perfecto para dejar atrás el Grand Canyon.
Después de esta maravillosa experiencia y cuando creíamos que ya habíamos visto todo, partimos al Antílope Canyon, en Page. Este cañón se alejaba algo de nuestra ruta, pero teníamos muchas ganas de ir. Ubicado en una reserva de indígenas navajos, las visitas se hacen guiadas por ellos porque es muy peligroso en las épocas de inundaciones. Los navajos consideran este cañón como un lugar espiritual y sagrado, y ciertamente tiene algo mágico. Se trata de una formación en la roca a modo de cañón muy estrecho generada por el paso del agua durante miles de años. Aunque se encuentra en una zona desértica de Arizona, las lluvias torrenciales son bastante periódicas. Cuando se camina por entre las paredes rocosas de hasta 40 metros de altura se tiene la sensación de estar en el centro de la tierra. Las formas de las paredes son suaves y onduladas, y en las horas centrales del día, cuando el sol está perpendicular sobre el cañón, pueden verse los haces de luz entrando por entre las grietas y espacios de la superficie, generando efectos visuales impresionantes.
Terminada nuestra ruta cultural, partimos de vuelta a Los Angeles. El más feliz era nuestro hijo, ya cansado de tanta caminata… Paramos en Las Vegas, y él alucinó con las luces, chorros de agua, casinos… Lo único que lo decepcionó y no logró entender era que no dejaran jugar a los niños…
En Los Angeles aprovechamos las playas, la onda relajada y conocimos Manhattan Beach, ubicada en una zona más exclusiva y llena de tiendas y restoranes… Un viaje inolvidable en el que la improvisación de algunos momentos nos entregó gratas sorpresas. ¡Y qué mejor que dejarse sorprender!