Mientras Luis –un perro blanco y chascón– da vueltas y salta por el living de la casa buscando jugar; Nico y Teo, de cinco y tres años, se pegan a la ventana de entrada. Cuando llegan sus papás, Nicolás Valdés y Constanza Hagemann, los niños corren a saludarlos. Ambos son arquitectos, trabajan juntos y tienen cerca de su casa su propia oficina: Panorama Arquitectos. El colegio de los niños también está cerca, les queda a diez minutos caminando. “No necesitamos mucho el auto… Ha sido parte del plan”, dice Nicolás.
Luego de haber vivido en Londres cerca de tres años, este matrimonio se instaló en el barrio El Golf. Después de un tiempo, la familia empezó a crecer y el departamento de Presidente Riesco les quedó chico. Se pusieron a buscar una casa, y encontraron por internet esta de 1963, en Vitacura. Como no salía la dirección exacta, y Nico es bien “busquilla” –cuenta la Coty– llegaron a ella por pura intuición. Al conocer la casa, revisaron el entretecho y vieron que el cielo falso escondía unas vigas de roble increíbles: no lo pensaron dos veces, la compraron.
“Siempre tuve la idea de una casa de un solo piso con los tijerales a la vista”, comenta Constanza. En siete meses tuvieron todo listo. La idea era no intervenir mucho la casa, mantener lo más posible la estructura original. Nunca pensaron en una cocina cerrada, lo importante era integrar los espacios al máximo. Por eso conectaron cada sector, y con las ampliaciones generaron dos patios interiores. Uno para sus hijos, y otro que da a la cocina y comedor donde tienen una huerta en la que con los niños han plantado tomates, albahaca, cilantro, ají rocoto, zanahorias, lechugas y todavía más. Con estos mismos patios lograron que la luz natural se colara por todas partes. Y para mantener la privacidad, lo único que cerraron completamente, con madera, fueron los dormitorios.
Aunque la casa no alcanza a tener 140 metros cuadrados, se ve mucho más grande porque todo está conectado, al igual que la dinámica familiar. “Los tiempos han cambiado, nosotros estamos siempre en la casa y hacemos todo”, explica la Coty. Y si bien tienen una persona que los ayuda de lunes a viernes, siempre plantearon su casa con cosas y espacios más funcionales. En la mañana se levantan todos al mismo tiempo y Nico prepara el desayuno mientras que ella se encarga de vestir a los niños. Toman desayuno los cuatro y parten al colegio. “Yo creo que somos de los pocos papás que vamos a dejar mamá y papá a los niños al colegio”, dice la Coty. Después parten los dos a la oficina. “Nos gusta este estilo de vida”, agrega Nico.
El lugar favorito de Constanza es el escritorio. “Ahí puedo estar tranquila”, dice. Pero el lugar que más ocupan es la cocina, comedor y salita. Cuando tienen visitas, separan cada espacio con unas puertas correderas que fabricaron con los postigos de la casa antigua. La mesa del comedor y la de la terraza, también las hicieron con maderas originales.
Ambos son de alma recolectora y por eso la decoración ha sido espontánea. Aunque les gusta el diseño, la mayoría de los objetos se les han ido cruzando en el camino. Una alfombra de Paquistán, un tronco del lago Ranco y un librero lleno de libros de Mongolia, China, Myanmar, y varios otros lugares exóticos (además de juguetes de los niños y un nido que encontraron en uno de los árboles cuando recién se cambiaron a esta casa) son parte de su historia. Llevan diez años juntos.
El muro de madera del living, de sequoia, era de la casa del abuelo de Nicolás. La mesa detrás del sofá también era de su abuelo, era su mesón de trabajo donde hacía muebles y otras cosas. En la cocina tienen un cuadro de la pintora Matilde Pérez, en el escritorio una escultura del chileno José García Chibbaro, y en la pieza de los niños un mapamundi enorme, que ocupa un muro completo. “Ahora, hablando de esto, me doy cuenta que tenemos un apego sentimental a las cosas y la casa se ha ido armando de esto”, afirma el dueño de casa.
Y aunque el jardín estaba avanzado cuando llegaron –había unos árboles enormes que según Nico le dan un “cuento” a la casa– el trabajo de paisajismo lo hizo Bernardita del Corral. Tienen espacio para una hamaca, un lado donde los niños pueden jugar y otro sector con plantas que se sobreponen las unas con las otras, dándole un look más silvestre. Pero al jardín todavía le falta. “Nos proyectamos aquí un buen rato. Queremos ver cómo el jardín va creciendo más y absorbiendo todos los medianeros. En este momento la casa nos ofrece todo lo que hemos querido”, dicen.