Soy una fanática del esquí y como cualquier amante de este deporte, Aspen es de esos lugares a los que tenía que ir sí o sí. Partí junto a mi familia la última semana de febrero. La temporada había sido una de las menos nevadas de los últimos tiempos, así que íbamos un poco nerviosos, pero por suerte el pronóstico cambió; cuando llegamos a Denver, una preciosa ciudad en el estado de Colorado, había nieve a destajo. Arrendamos un auto y al día siguiente tomamos rumbo a Aspen bien temprano… nos daba miedo que el camino estuviera complicado con tanta nevazón, pero no; en Estados Unidos las cosas funcionan perfecto, la carretera que nos llevó a Aspen es amplia, tiene cuatro pistas, y mientras íbamos en el camino podíamos ver cómo las maquinas de nieve, que andaban a la misma velocidad de los autos, limpiaban las calles, haciendo que el viaje fuera mucho más expedito de lo que hubiéramos pensado (a Aspen también se puede llegar directo en avión, hay un aeropuerto a diez minutos del centro).
Aspen parece un pequeño pueblo de montaña, pero en realidad es una ciudad. Sus calles están llenas de restoranes y tiendas de lujo, y también de muy buenas galerías de arte, muchas de ellas de fotografía. Hay un interés especial por las artes, se hacen conciertos y exposiciones de gran nivel y hasta hay una biblioteca. Ya sabíamos que el tiempo se nos iba a pasar volando.
Las opciones de alojamiento son miles. Hay casas residenciales y departamentos, también muchos hoteles; en todos la arquitectura y decoración están pensadas para entregar todas las comodidades a los esquiadores. Está el Gant, que es un sistema de departamento–hotel. Tiene un lobby, jacuzzi y piscina temperada al aire libre, pero también cocina, lo que permite hacer vida de refugio y de familia.
Los restoranes no se quedan atrás. Está el japonés Matsushisa, que también esta en Nueva York; la crepería francesa Creperie du Village, muy rica y familiar; el Mezza Luna, un italiano que tiene pizzas y pastas buenísimas, ideal para ir a almorzar; el Casa Tua, bien decorado además; y el famoso y antiguo hotel Jerome, entretenido para ir a tomarse un trago o comer, y hasta simplemente conocer.
Pero lo mejor de Aspen sin duda son las canchas. Las alternativas son muchísimas, ahí mismo hay cuatro centros: Aspen, Snowmass, Highlands y Buttermilk, a minutos de distancia en bus entre sí. Uno puede comprar un ticket válido para esquiar en todos. Hay una variedad de canchas para todos los gustos y niveles. Además son preciosas, largas, hay muchos “fuera de pistas” llenos de pinos y árboles y todo está hecho para que uno pueda esquiar lo más y mejor posible. Algunas de las góndolas que te dejan en lo más alto de las canchas tienen parlantes y ofrecen la opción de poner el iPod y escuchar tu propia música.
Una de las cosas que me llamó la atención fue la cantidad de gente de todas las edades esquiando, en especial grupos de gente mayor que van a ski trips y se dedican a gozar la vida… ¡qué mejor que hacerlo en un lugar como ese! Da lo mismo cómo esté el día, mientras haya nieve, en Aspen la gente sale a esquiar. Es un placer por donde se mire, rodeado de naturaleza y entretención para cualquiera, pero por sobre todo para los amantes del esquí… como para volver una y mil veces más.