Pablo Mekis ha vivido en todos lados, pero la presencia del agua –mar o lago– ha sido una constante. Pasó 22 años en Miami, luego vino la vuelta a las raíces con la casa en Vichuquén, donde su familia siempre ha veraneado. Hace diez meses se instaló en esta casa de coihue en Zapallar.
Las puertas están siempre abiertas para los más cercanos y hay constante movimiento, seguramente porque junto al paisajista cubano-americano Edward Bilbao son excelentes anfitriones. Los fines de semana invitan a sus amigos y los reciben en un ambiente súper acogedor. La música, por ejemplo, es un ritual de todos los días. Hasta hace poco más de un mes seguían usando la terraza todo el día. “Me encanta la piscina, es bien loca, es triangular, y está metida entremedio de tres piedras gigantes que naturalmente estaban ahí en el cerro”, comenta Pablo. De la cocina se encarga Edward, le gusta el cuento y permanentemente está preparando aperitivos ricos, cosas originales que todo el mundo le celebra. Así, los invitados se sienten como en un hotel porque hasta el más mínimo detalle, como el jabón del baño, es muy bien cuidado. Pero de todas formas, el ambiente es más bien relajado. Pueden empezar con el aperitivo a las dos y almorzar a las cinco; sus amigos saben que en este lugar no hay horarios y que cada uno hace su vida.
Así de relajada es también la cotidianeidad. Todos los días Pablo revisa su correo durante una hora y se comunica con sus clientes en Europa y Estados Unidos –exporta cojines, bordados a mano, de lino– mientras la ópera se escucha fuerte. Le encanta hacer ejercicio. Sale a caminar con sus cinco perros westy –Gaspar, Olimpia, Carlota, India y Harry– a la playa de Zapallar, la de Cachagua, la de Papudo, la Quebrada del Tigre y cuanto cerro se le cruce por delante. Pablo cuenta que lo que más le gusta de vivir aquí es que tiene de todo cerca. De hecho, llegó a este lugar justo por lo mismo, estaba buscando un lugar menos aislado que el lago Vichuquén. “Hay cualquier cantidad de actividad, en el verano hay mucha vida, hay exposiciones de arte y muchas cosas más”, dice.
El arte es parte importante de su estilo de vida y Pablo, sin ser decorador, tiene un don especial para armar espacios lindos y combinar sin miedo el color, algo que seguro le viene de familia. Arquitectos, paisajistas y decoradores, los Mekis son conocidos por su gusto exquisito y por ser buenos anfitriones, lo heredaron de su mamá, Chepa Martínez, famosa por su habilidad para decorar y por su buena mano en la cocina, incluso publicó un libro: Cocinando en familia. Mientras Pablo vivía en Estados Unidos, armó una gran colección de arte. Parte importante, como un óleo de Matta que era su favorito, la vendió en Sotheby’s antes de venirse a Chile. Pero todavía tienen cosas importantes. En el living, por ejemplo, cuelga un cuadro de Jorge Tacla y tienen obras del chileno Arturo Duclós.
También invierten en buen diseño. Acá la mezcla es clave, tienen elementos modernos combinados con cosas más rústicas, George Nelson y Gilbert Rohde para Herman Miller, Eileen Grey, Charles and Ray Eames, Thayer Coggin y Wolfgang Hoffmann, además de las reconocidas sillas de Frank Gehry, un sofá de Florence Knoll, una banca de Toyo Ito y la Tulip Table de Eero Sarineen que en esta casa está en el comedor. También les gustan los diseños de los hermanos Campana, las alfombras de cuero de vaca de Ligne Roset, la línea joven Soviet Italy y todo lo que sea Edra de Officio Mondó.
El jardín fue obra de Margarita Alamos y Eliane Lhorente. Los dueños querían plantas que no necesitaran mucha agua, por lo que pusieron especies de la familia de los cactarios, agaves, aloe. Para eso, trabajaron con los viveros MAO, Pullaly de La Ligua y Sol Naciente, cerca de Maitencillo. Además tienen olivos, y, como la casa está en la mitad del cerro, tienen muchas especies nativas.
Nómade hasta la médula, a Pablo le encanta tener proyectos nuevos siempre, armar casas como ésta, con mucho cariño. Todavía no se acostumbra cien por ciento a la vida de playa pero dice que aunque echa de menos vivir en Estados Unidos, no volvería porque fue una etapa que ya cumplió y porque “a uno siempre le atraen sus raíces”. Quién sabe qué se viene para adelante. “Yo creo que el día de mañana voy a volver al lago Vichuquén”, dice entre risas.