Viaje al corazón de Chile

Espíritu de fiesta, gratuidad, disposición a conversar y compartir; los grandes tesoros que guardan nuestros pueblos.

Fueron dos años de fiesta en fiesta. Primero, por el libro Chile en Fiesta, editado en 2007, para el cual participé junto a un equipo de fotógrafas en una veintena de fiestas tradicionales del norte, centro y sur del país; y luego por el libro Fiesta en el Desierto, publicado en 2009, para el cual viajé a otras tantas celebraciones religiosas y costumbristas de la zona del Salar de Atacama. Creo que han sido los años más entretenidos de mi vida, que se mezclaron con el nacimiento de hijas que de alguna manera se las arreglaron para afirmarse en mi guata siguiendo empinadas procesiones y sobrevivieron al estruendo de bombos y trompetas (tal vez por eso salieron tan chillonas… ).

Sumergirse en las fiestas tradicionales de nuestros pueblos es un viaje en el tiempo y en el espacio que enriquece el espíritu con emociones nuevas, sobre todo para quienes habitamos las grandes ciudades, donde desgraciadamente han quedado atrás costumbres que dan cuenta de un profundo aspecto del ser humano. Hay fiestas religiosas, fiestas relacionadas con faenas agrícolas, fiestas que manifiestan el sincretismo que se produjo entre las culturas de los pueblos aborígenes y la impuesta por la colonización española; en fin, fiestas de distinta índole pero todas con el elemento común que define la fiesta: constituir un reflejo de afirmación del mundo y de la vida.

El filósofo Joseph Pieper ha postulado que la fiesta auténtica no se deja ceñir a un determinado ámbito particular, ni al religioso ni a ningún otro, pues abarca e inunda todas las dimensiones de la existencia humana; ha establecido que en la medida en que se da una afirmación cotidiana de la vida, pueden darse miles de motivos legítimos para celebrar: desde la llegada de la primavera hasta la caída del primer diente. El sustrato sobre el cual “se arma la fiesta”, entonces, es una sociedad que reafirma el mundo y la realidad de las cosas, la existencia y la creación tal como son, con gratitud y en espíritu de gratuidad; con fe, con esperanza. Incluso ante las circunstancias más misteriosas y dramáticas, tales como la muerte, celebra con una alegría callada, el don de la vida. Pese a la pobreza, la enfermedad, la desgracia, la vida es la vida, y se agradece.

Creo que ese es el gran tesoro que guardan nuestros pueblos y las ciudades más pequeñas, donde todavía prevalece el asombro y la humildad. Donde todavía las personas no se engañan con la ilusoria idea del control. Donde no es el uso calculado y eficiente del tiempo el que rige los actos y las relaciones humanas, como ocurre en la gran ciudad. La fiesta, con todo su colorido, su estruendo y su gran banquete, es la manifestación viva del espíritu de comunidad con sentido de pertenencia, de la fe en la abundancia del paraíso, de la concepción de la vida como un regalo. Es la celebración porque sí.

Algo de este espíritu vislumbramos todos, casi sin querer, en septiembre. Las fiestas patrias reavivan algo que duerme el resto del año, pero que a veces, con una pequeña cueca de música de fondo en el supermercado, despierta la emoción.

Está la tradicional fiesta de la Pampilla de Coquimbo, donde los festejos se prolongan hasta por casi una semana. Entre los faldeos de los cerros y con vista al mar, un enorme anfiteatro natural acoge a cientos de miles de personas, gran parte de las cuales se instalan con carpa para disfrutar de las fondas, ramadas y en torno a diversos espectáculos. Es una fiesta masiva, que tal vez agotaría a muchos, pero que tiene una historia y una tradición. Si tiene la oportunidad y anda por la zona, una vuelta en la mañana o a la hora de la puesta de sol es una buena idea: se ven los niños encumbrando volantines, carreras a la chilena, juegos populares y una buena expresión del espíritu dieciochero.

También en septiembre se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe de Ayquina, en el pueblo que se levanta 90 kilómetros al interior de Calama. Por las características del lugar y su ubicación entre grandes quebradas, seguramente Ayquina era un sitial de culto prehispánico que con la llegada del cristianismo cambió el objeto de su devoción. Actualmente son más de 50 grupos de bailes religiosos los que se juntan a rendirle honores a “la Chinita”, como llaman los fieles a la Virgen, que en quechua significa “servidora”. Es una fiesta linda y emocionante, que realiza una procesión en medio del desierto llena de música y color. Puedo recomendar además un lugar muy especial para alojar cerca, en Chiu Chiu, llamado Murtra Santa María del Silencio, donde una pareja de españoles creó un espacio de soledad abierto a todos los que llamen a la puerta (www.murtra.org).

Es un mes también en el cual se celebran varias fiestas religiosas en el archipiélago de Chiloé, donde se registran más de 300 festividades tradicionales en honor a santos patronos y diversas advocaciones marianas, que abren las iglesias y reviven ritos y costumbres establecidas hace doscientos años por las misiones franciscanas y jesuitas. En Calbuco, la Fiesta de las Luminarias ilumina la noche del 28 de septiembre en conmemoración a San Miguel, patrono del pueblo. Las familias calbucanas comparten en torno a las hogueras cantando, comiendo y quemando, de pasadita, los malos espíritus que los han rondado durante el año.

Después de los libros de las fiestas, hemos seguido buscando proyectos editoriales que nos lleven a viajar por pueblos y ciudades de regiones. Creo, siento, que el corazón de Chile está en ellos. Para el Bicentenario sacamos una publicación que presentó 365 personas de distintos trabajos y oficios a lo largo del país. Por fin teníamos una razón concreta para acercarnos y sentarnos a conversar con distintas personas sobre su vida, sus trabajos, sus motivaciones para hacer lo que hacen: lustrabotas, arquitectos, conserjes, cobradores de peaje, sepultureros, notarios, agricultores… Viajamos por todos Chile retratándolos y preguntándoles cómo viven su trabajo, qué sentido dan a lo que hacen, qué les gusta, qué les da lata.

Hace un par de años, un libro de artesanía nos permitió reanudar también la conversación iniciada hacía un tiempo en los mercados y ferias que se instalan en las mismas fiestas, con los cultores de nuestra identidad. Fue un proyecto precioso que nos llevó a testimonios de vida de artesanos enamorados de su oficio, que a través de su técnica y su trabajo dedicado son portadores de un saber ancestral poderoso que los busca como medio de expresión. Fue una experiencia muy potente de conocer historias y legados de una fuerza casi atávica que todavía quisiera manifestarse entre nosotros.

Creo, finalmente, que esa es gran parte del viaje también: la conversación con los lugareños, el diálogo sencillo y espontáneo que lleva a nuevas realidades. La genuina curiosidad por entender cómo funciona la mente y el espíritu de personas que viven en mundos y entornos diferentes al nuestro. Lejos del apuro de la ciudad, pareciera haber tiempo y espacio para eso; personas con mucho que entregar y compartir dispuestos a esa conversa.

  • Festejos a la virgen de Las Peñas, al interior de Arica.

  • La Fiesta de San Pedro en Horcón.

  • La Fiesta de Todos los Santos en Caspana.

  • La preparación por parte de las cofradías toma meses.

  • El espíritu de gratuidad y el sentido de pertenencia son los elementos propios de la celebración.

  • Montaje de alimentos y objetos que recuerdan a los difuntos en la Fiesta de Todos los Santos.

  • La Tapati Rapa Nui se celebra la primera quincena de febrero para revivir tradiciones y competencias deportivas.

  • La Fiesta del Nazareno de Caguach es de las más importantes de Chiloé.

  • La fiesta da cuenta de uno de los aspectos más profundos del ser humano. La gratuidad y el sentido de comunidad todavía convocan en nuestros pueblos del norte, centro y sur del país.

  • Nguillatún mapuche de acción de gracias en la zona de Curacautín

  • Fiesta de Todos los Santos en Caspana.

  • Música y baile en la Fiesta de la Virgen de Las Peñas.

  • Imagen del cementerio de Caspana decorado con flores de papel.

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