MI PAPÁ Y YO
Escribir sobre el padre es un desafío a la objetividad, sobre todo cuando ya no está. Todos mejoramos los buenos recuerdos y borramos los malos. Exageramos las anécdotas y hacemos paralelos entre hoy y cuando él estaba. Más aún cuando influenció tu carrera y vida al nivel que lo hizo en mí.
Me preguntan mucho qué hubiese hecho él hoy, a que se dedicaría, cómo hubiese dado un giro a la tele y la verdad, siempre respondo lo mismo: “Desgraciadamente no le puedo preguntar”. Con él no me atrevo a especular. Era impredecible, esa era su mayor genialidad y también el dolor de cabeza de quienes lo rodeaban. Hacía giros de timón en 360 grados y reinvenciones. Salir con él a comprar un regalo al Apumanque y terminar en Melipilla comprando un perro era normal.
Meticuloso. Estar en todo al mismo tiempo, en los permisos de vacaciones con mis amigos, las escenografías, el presupuesto del canal, el destino del próximo viaje, organizar el día de la madre, participar en la elección de los jugadores para la Católica en el directorio, hacer clases, manejar las mesadas y, entre medio, tratar de dormir.
Nunca le acomodó la mañana. Si quien me llevaba al colegio tocaba el timbre, corría riesgo. La noche era lo suyo: dar vueltas, pensar, despertarnos para preguntar cosas insólitas. Mi madre, Marisa Sepúlveda, acompañándolo en todos los desvelos, en las buenas, en las malas: ella se transformó en experta en castings, productora de eventos, guionista o lo que fuese la temática del día. Pero esto partió mucho antes. Hagamos rewind.
TRADICIÓN ORAL
A través de mis tías, su fan club declarado (hermanas por las que dio todo y ellas por él), he sabido gran parte de su vida familiar de infancia. Como no se jactaba de lo que hizo, jamás me lo contó. Yo creo que siempre miró para adelante, desde que nació, el 24 de enero de 1945.
Su abuelo fue una influencia clave. De su papá heredó la política y el fútbol. A su mamá, mi abuela, le tenía un profundo respeto y amor. Era católico, pero jamás pechoño. Tampoco de los que va dejando monedas para sentirse mejor, más bien jesuita, de una religión intensa e individual. Era muy preocupado de ser un gran amigo: con los del barrio, el béisbol, el colegio y la universidad. Súper buen alumno, algo que nunca dejó de ser porque era realmente rápido aprendiendo y captando nuevas tendencias.
LÍDER
Tenía un liderazgo natural y una tremenda capacidad para formar equipos. Desde su potencial rol político (creó las primeras experiencias de voluntariado juvenil y tomó la dirección de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile para evitar su cierre), hasta otros desafíos profesionales, como cuando Frei Montalva decidió que era fundamental crear un canal público y mi papá fue parte de los 52 fundadores de TVN en la década de los 60.
TELEVISIÓN
Era amante de la obra del filósofo Marshall McLuhan, podría recitar “La extensión del hombre” de memoria. Nunca aceptó un puesto de escritorio, siempre se mantuvo en la cancha como empleado, tras las cámaras. Se definía como “un obrero de la televisión”.
Su obra televisiva está dividida en dos. Primero, las transmisiones: como la superproducción de la venida del Papa Juan Pablo II a Chile en 1987, los Mundiales del Fútbol del 78 al 98, la Copa Libertadores de 1991 y las dos más tensas, el debate presidencial de Aylwin–Büchi en 1989 y el Festival de Viña del 2000.
Por otro lado, están sus programas. Sólo por nombrar algunos: Viva el Lunes, Nace una estrella, El Triciclo, Lo mejor del Mundial, Noche de Ronda, Lo mejor es conversar, De cara al país con Raquel Correa, Chile ayuda a Chile, Martes 13, Aplauso, Nuestra hora, Lunes Gala, Noche de gigantes, Esta noche fiesta, Un millón para el mejor y un largo etcétera.
LO POPULAR Y LO CULTURAL
Lo acusaron de no tener contenido, de hacer sólo entretención y no educación, pero para mí la clave de la televisión está en la mezcla: la combinación entre Bombo Fica y Sofía Loren. En el punto medio entre un tipo que se tragaba pescados y Barry White. En apostar por Soda Stereo sin abandonar a Nana Mouskouri.
Martes 13 partía siempre con un musical. Eso hasta el día en que le ganó en rating Mea Culpa, de TVN, y él llegó a la casa frustrado porque ‘el Tila’ se había transformado en algo más importante que cualquier artista del mundo. Me acuerdo que comentó “se acabó la música en televisión”.
Lo genial vino con el giro: armó un programa que se llamaba Conversábado, en que tres animadores comentaban actualidad de forma desordenada. Al ver la idea, le pareció mejor crear un relajo en el peor día de la semana. Así nació Viva el Lunes.
NUESTRA VIDA
Somos cinco hermanos y siempre fuimos cinco: los tuyos, los míos, los nuestros y claro, el concho bisagra entre todos, yo. El menor, genéticamente hijo único y al que no le gustaba el deporte. Pésimo
mix con mi padre.
El era absolutamente sobreprotector y pese a estar con la cabeza en mil partes, tenía una antena siempre en sintonía con nuestras necesidades. En eso lo admiraba profundamente y de a poco sentí que cada vez era más empático. Que dejaron de importar mis notas, mi ropa, mi pelo y empezó a pesar más de qué se iba a tratar la obra de fin de año, el premio del espíritu del colegio, cómo tocaba la batería, lo que escribía y la cámara.
Tal como en todo, se adaptó, y supo leer que los niños no eran como antes. Fue en ese mismo descubrimiento donde decidió abandonar algunos miedos que tenía arraigados. Desde el mar hasta los aviones, todo estaba ahí, pero ahora se atrevía a desafiarlos.
VIAJAR
Nunca dejó de viajar. Fue a España muchas veces y se repitió Broadway hasta el cansancio. Desde Rusia a Bariloche con la misma pasión, descubrió que existían miles de puntos de vista, paisajes, personas, caminos por recorrer, amaba ver comerciales, programas, leer revistas, sacar fotos, hacer videos, comer… gozar.
No creo que le haya faltado conocer un lugar. Eso no quita que hayamos tenido que lograr en plena década de los 90 conseguir un fax en un barco para que le mandaran unos planos de una escenografía, pero, como ya he contado, era parte de nuestra vida normal.
PASARLO BIEN
Trabajaba harto, pero sabía pasarlo bien. No bailaba, pero cerraba la fiesta. Era buen anfitrión y cuando enganchaba, nadie se podía ir de la casa. Las Navidades eran masivas, no sólo la familia, sino que todos los que quisieran celebrar con nosotros. Siempre nos decía que la Navidad era para compartir y que todos los que no tuvieran con quien pasarla se nos unieran.
Tenía un sentido del humor absurdo, que rozaba lo fome pero que terminaba siendo divertido. Cuando se reía, lloraba. Heredé eso. Y cuando realmente comemos algo rico, estornudamos como si fuese alergia.
Eso es parte de la misma vida de contraste: risa con llanto, satisfacción con alergia.
CIERRE DE TRANSMISIONES
Pese a ser muy anunciada, su muerte nos dejó a todos en un estado parecido a pegarte fuerte en la cabeza. Recuerdo pocas cosas, por lo mismo, es como si me hubiese desmayado y un día estaba rodeado de miles de personas, algunas conocidas, otras que jamás en mi vida había visto y todos me abrazaban.
En su estadía en la clínica, en Houston, Estados Unidos, hubo momentos increíbles. Cosas muy simples. Jugar carioca. Reírnos de ir a comprar calcetines en el Seven Eleven. Comer tallarines con salsa en el supermercado de la esquina. Desde la clínica él veía sus programas en un computador fatal, con una conexión lentísima, daba instrucciones por teléfono al equipo con un delay de cinco minutos. Pero eso lo
dejaba en paz.
Ya en Chile, cuando terminaba el último capítulo de Viva el Lunes, mi mamá recibió una llamada y le dieron el rating. Le dijo “ganaste otra vez”. Nunca más se emitió un capítulo del programa. Falleció a los 56 años.
Luego del funeral, una señora se me acercó y me dijo: “Y dígame, ¿qué se supone que voy a hacer ahora los lunes?”. No tuve respuesta. Eso producía mi papá. Es lo mismo que pensamos todos el día que murió… ¿qué se supone que voy a hacer ahora?