Amor a segunda vista

María José Jorge no estaba segura de tener una casa en el sur, pero cuando tuvo el proyecto al frente fue imposible resistirse. El lugar tiene carácter, como su dueña, y el rojo es el protagonista.

Terminó conquistándola. La diseñadora de carteras, María José Jorge, siempre ha sido de playa, es argentina, vive en Santiago y su lugar favorito en el mundo es Punta del Este. Desde allá mismo cuenta por teléfono que al principio no estaba muy segura de tener una casa en el lago Panguipulli, en la Región de los Ríos, pero que al final su marido logró convencerla. “Me ganó el corazón”, reconoce. Y las razones están a la vista.

Como las vacaciones en el sur no son de pasada, sino que la gente llega para instalarse por semanas, la idea era tener un lugar que pudiera recibir mucha gente, una casa para el choclón. Ese fue el encargo que hicieron a Leonardo Valdés y Víctor Villalobos del Estudio Valdés. Así, la casa es grande pero los arquitectos se encargaron de que no se notara. Es parte de su sello. Por fuera el color gris ceniza de la casa se asemeja a la corteza de los árboles de la zona fundiéndola en el paisaje, se mimetiza.

También incorporaron el entorno dentro de la casa, en una de las puntas había un “roble guacho” con una piedra en el centro que terminó siendo parte de la terraza. Trazaron el proyecto cuidando que quedara en una posición específica para que las personas se pudieran sentar ahí y admirar el volcán Villarrica, pero la piedra dio para mucho más: “Es la parte más bonita creo yo… Cuando se empezó a excavar para hacer el piso de abajo, la misma piedra que estaba en la terraza apareció debajo de la escala…También sale por un patio hacia fuera y se asoma por una ventana. Es la misma piedra todo el tiempo, es como si el terreno nos hubiera dado la razón”, dice Víctor Villalobos.

Entrar en el lugar es toda una experiencia, cuenta el arquitecto. Como la casa tiene su geometría quebrada, todos los espacios tienen vistas diferentes. El comedor mira a un bosque que en otoño devela colores intensos, el living mira al volcán, la pieza principal mira a otra parte del lago, el quincho donde los hijos de la dueña de casa invitan a sus amigos mira a unos árboles cerro arriba, y así cada espacio tiene su encanto particular.

Desde el minuto uno, la decoradora Alejandra Vicuña trabajó de la mano con los arquitectos, diseñadores y paisajistas. “Yo sola no hubiera podido ni re loca”, se ríe María José. La mayoría de los muebles estuvieron a cargo de Cristián Donoso, y los de la cocina los hizo Pablo Bachmann. Extrovertida y audaz, María José quería que el color inundara cada uno de los espacios. El rojo se transformó en el protagonista. Las lucarnas de la terraza, los muebles de la cocina y otros más, las puertas, todo, está empapado de rojo. Hasta la puerta de entrada es de ese color. Y fue el mismo rojo el que dio paso a otros colores. En cada pieza, el papel mural, la puerta y los muebles del baño son del mismo color. Por ejemplo, hay una naranja, otra azul.

Lograron que cada rincón y cada espacio tuviera un cuento propio. Eso era lo que quería la dueña de casa, carácter. Con madera, cuero, pátinas, y varias texturas más, el resultado quedó a la vista. Muchas veces en los detalles está lo extraordinario, y es por eso que los dueños de casa, decoradora y arquitectos pusieron atención especial a ellos. En la entrada por ejemplo, Alejandra instaló un mapa del lago en donde se puede ver también la parte argentina. Se lo encargó a Carolina Bezanilla, y para que quedara más personalizado, Catalina Abbott lo intervino. Con color y una cruz, marcó un punto específico: “Las Peregrinas”, así se llama el lugar donde está la casa y es el nombre también de la marca de carteras que tiene María José. Las trae de todas partes del mundo y como todo lo que ella hace, se caracterizan por su colorido y fuerza.

Fueron dos largos años de construcción, pero el trabajo rindió frutos. María José y su familia disfrutan el lugar a concho. En el verano, mientras ella baja a la orilla del lago, el resto esquía, anda en bote o en kayak. También salen a pescar y hacen escalada. Abajo en la playa, tienen medio escondido un quincho. Con él, no necesitan subir a la casa en todo el día. Sus dos hijos invitan muchos amigos, por eso arriba tienen otro gran quincho donde hacen asados.

Es el segundo verano que la familia de María José usa la casa, pero en realidad van siempre. De hecho, a ella le gusta mucho más ir en otras épocas del año. “Me gusta la tranquilidad que hay, la luz… Es maravilloso. Incluso cuando llueve es exquisito”.

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