«Lo desafiante fue llegar a un lugar donde no había nada”, cuenta el arquitecto Cristián Winckler, quien junto a Felipe Fritz y Pablo Saric, sus socios en 01 Arq, recibieron el año 2008 el encargo de construir esta casa en Huentelauquén (a 25 kilómetros al norte de Los Vilos) donde sólo crecían cactus y había un montón de rocas. “Buscábamos realizar algo abstracto que no compitiera con un paisaje tan potente como este: árido, plano y horizontal”.
Analizaron las condiciones del terreno y dejaron que la arista que enfrentaba simultáneamente al mar y a una quebrada lateral determinara la ubicación de la casa. “Desde ahí proyectamos un sistema simple: un living-comedor-cocina, un dormitorio en suite, más dos piezas y un baño de visitas. Planteamos un visor largo al Pacífico, que mirara a la vez hacia el horizonte y la quebrada”, dice Fritz. “Estando en primera línea no le podíamos dar la espalda a ese paisaje natural, así que proyectamos la fachada completa frontal al océano”, cuenta Winckler.
Hoy, cuando han pasado ocho años de su construcción, la casa literalmente se abre al mar. Son 135 metros cuadrados interiores construidos y otros 200 metros cuadrados exteriores con terraza y patios. En el área lateral hay dos patios separados por el acceso: el patio de arena, donde hay tumbonas y se prende fuego en las noches, y el patio de las carpas, donde la casa se puede “ampliar de forma muy barata para recibir más visitas”, como cuentan sus arquitectos. Esta estrategia de tener patios protegidos del viento fue pionera en el lugar y se replicó en otras casas que se construyeron después.
Los arquitectos le dieron mucha importancia al living-comedor-cocina porque ahí se hacía explícito el vínculo con el paisaje y el mar. La particularidad de esta casa es que sabe integrar una complejidad que define naturalmente al lugar: Huentelauquén está determinado por un fuerte viento sureste. “Si corre mucho viento la arista junto a la quebrada se cierra y si no hay viento se puede abrir. Así se conecta la terraza con el interior y el patio. Entonces la casa entera se transforma en una terraza abierta”, dice Winckler.
El interior está definido por la transparencia, la luz y las líneas simples. La chimenea, que es un mueble isla junto a la cocina, se transformó en el bar de la casa. “Este un espacio muy flexible, mientras unos pueden estar cocinando, hay otros echados afuera, funciona de forma muy suelta”, dice Cristián. Y es que el encargo de una casa playera tenía que ver con actos que no pasan en la ciudad. “Cuando alguien se hace una casa en la playa está dispuesto a tener una cocina abierta, a que todo se comparta, que se juegue cartas en la misma mesa donde se come. La idea es hacer estos recintos flexibles”, dice Fritz.
Seis años después de la construcción de este proyecto, la oficina 01 Arq se disolvió; Winckler y Fritz se reagruparon en Winckler Arquitectos Asociados (W+AA) y desde sus actuales oficinas en Vitacura recuerdan que el costo de la casa fue otro de sus desafíos: “Queríamos que la economía formal tuviera un correlato material. Por eso tanto las ventanas como las alturas de las maderas están pensadas en su máximo estándar, la plancha de vidrio la aprovechamos casi en su totalidad, lo mismo que la longitud del vidrio”.
Huentelauquén fue también un factor determinante en la realidad de la casa: en el lugar no hay luz eléctrica, así que toda la energía de la casa se maneja con placas solares y batería. El criterio de iluminación sigue la misma línea del encargo original: simpleza y funcionalidad. Las luces son contadas y puntuales porque es una casa iluminada naturalmente. Para integrar el paisaje los arquitectos se propusieron que los correderos superiores de las ventanas desaparecieran. “Fue una exploración técnica importante, la ventana pasa por delante del nivel más alto del cielo, entonces desde dentro no se ve el perfil horizontal, queda escondido y sólo ves el encuentro entre el cielo y el techo”, cuenta Fritz.
La idea era diluir o desaparecer. Y la casa lo logra: cuando atardece, los vidrios reflejan el color del cielo y al anochecer sus muros de pino impregnado de teñido negro, desaparecen. Sólo el techo y el piso, que también son de pino vitrificante con tinta blanca, quedan a la vista. “Tiene el efecto de una pantalla, donde rebota mucho la luz”, dice Fritz.
“Los colores de la casa están relacionados con la paleta acromática del lugar: el blanco de la espuma del agua y el negro de las piedras. Esta es una construcción filosa, sin aleros, muy limpia. Es un volumen puro que dialoga con las masas rocosas y las quebradas. Los reflejos del vidrio también quieren eso, fundirse con el cielo. Pasar desapercibidos. Eso buscábamos: un traspaso limpio al horizonte”, dice Winckler.