Una casa en Talagante que destaca por su sello propio

Las ganas de tener mas espacio y de estar cerca de productos agrícolas puros para cocinar cosas ricas, hicieron que los dueños de casa construyeran esta casa en el monte, cerca de Talagante. Se inspiraron en las construcciones de Brooklyn, pero le dieron toques del campo chileno.

 

De las calles de Brooklyn al campo chileno, la casa de Vicente Rogers y Harold Kandalft en El Monte, cerca de Talagante, es el lugar que siempre soñaron. Tienen espacio para sus seis perros que recogieron de la calle (es una de sus cruzadas); y tienen a la mano buena materia prima para meterse en la cocina y hacer de todo. Esa era una de las razones porque decidieron trasladarse de Santiago: tener más espacio y estar cerca de la tierra. Eligieron El Monte porque su parcela está en un sector entre el río Maipo y el Mapocho, el acceso al agua es fácil, y como dice Vicente, “donde hay agua hay vida”.

Son productores de catálogos de decoración –Harold es el decorador y productor de Homy y está a cargo de toda la tendencia nórdica de la tienda– y viajan por lo menos una vez al año a Nueva York para ver las últimas tendencias en este rubro. Es este lugar su gran fuente de inspiración para armar espacios acogedores, novedosos, y sobre todo vividos. Su casa es uno de ellos. La construyeron basándose en los brownstones, los típicos edificios rojos de ladrillos con marcos de las ventanas metálicos negros de Brooklyn. No encontraron esos colores de ladrillos acá en Chile, así que decidieron pintar la casa blanca, que al final fue para mejor, porque quedó “más acorde con el campo chileno”. Cero pretenciosa, por fuera no dice mucho, la construcción es sencilla. La distribución es simple: una pieza, espacios comunes amplios y un lindo patio interior. Pero por dentro está todo su mundo…

El look es bien industrial, y tiene de todo un poco. Es una de sus gracias, tienen ojo de águila para encontrar objetos en todo tipo de lugares. Una feria de las pulgas local, el persa o algún remate son lugares perfectos para comprar el siguiente “cachivache” que ocupará algún rincón. “La bodega está llena de cosas, así que tenemos la política de que si algo entra a la casa, algo tiene que salir… Tengo un poco el mal de Diógenes”, se ríe Harold.  Y son busquillas: de una venta de garage en una casa en Quinta de Tilcoco sacaron las sillas de su pieza, la mesa de la terraza la encontraron botada en un camino, los lavatorios del baño y de la cocina son artesas para lavar ropa que compraron en la calle Chacabuco, de la feria local sacaron una cafetera de cerámica y el respaldo de su cama es una puerta antigua. Así, suma y sigue. Cada cosa por sí sola tal vez no dice mucho, pero juntas forman una postal única, muy del estilo Pinterest.

Es en la cocina donde se pasan la mayor parte del tiempo, es una de sus grandes pasiones. Por eso este lugar es abierto e incorporado a los espacios comunes, así cuando invitan a sus amigos pueden compartir con ellos mientras hacen una mozzarella. Harold estudió gastronomía y aunque tuvo un café, decidió que esta pasión la podría disfrutar mejor si la dejaba como un hobby. Su amor por las cosas bien hechas es otra de las razones por las que llegaron a este lugar. Acá tiene acceso a leche fresca, para hacer los mejores quesos o manjar. También tienen huevos de campo y todas las verduras que compran en el sector son libres de pesticidas. Y así, les gusta que en su cocina esté lleno de productos lo menos procesados posible para lograr los mejores resultados. Han aprendido a hacer de todo, desde mazapán y turrón hasta salchichas y croissants. Hace poco Vicente se obsesionó con hacer pan; y junto a Harold han hecho de todo tipo como bagels, biscuits y marraquetas. “Lo que me interesa es justamente que sea como una prueba, un desafío… Si tengo que ir a La Vega y conseguir una semilla de la India para hacer un aliño especial, esa es la parte que me entretiene”, dice Vicente.

Su vida es bien tranquila. Reconocen que ya están acostumbrados a viajar una hora a Santiago para trabajar. Pero los días que no tienen que venir, se quedan en su casa y disfrutan del paisaje que los rodea. Detrás de cada objeto que tienen está el sello de personalidad. Es un estilo propio que está en movimiento constante, siempre cambiando. Llevan casi dos años acá y están felices. Este estilo de vida es simplemente lo que les funciona a ellos.

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