María Inés Ossa es una mujer de múltiples facetas. Toca guitarra, es dueña de casa, ha hecho varias decoraciones y es educadora de párvulos. Aunque ya no trabaja en la sala de clases, se encarga de recaudar fondos para la fundación Alto Las Condes que tiene el colegio San Esteban Mártir en Lo Barnechea. “Es súper gratificante trabajar ahí”, nos cuenta y agrega que una de las misiones que tienen es lograr que los 1.200 niños que van al colegio –de entornos sociales vulnerables, casi todos del Cerro 18– estén apadrinados por alguna familia para que se aseguren una buena educación. Ella junto a su marido, un empresario naviero, ya han apadrinado a alrededor de 15. Haber estudiado educación le abrió otras puertas: tenía varios ramos de arte y manualidades y se dio cuenta que el tema estético se le daba fácil. Y así, con este talento –y un equipo de primera– logró armar esta, su nueva casa, en la que junto a su marido y sus hijos más chicos viven hace menos de un año.
Desde el living de doble altura se puede ver todo Santiago. A la derecha, desde su pieza, se ve un cerro verde; y a la izquierda, al abrir las cortinas del comedor, está la cordillera, que en invierno parece venirse encima. Fue una de las razones por las que se cambió: la vista. También la sedujo la luz que llega a todas horas a cada rincón. Al principio la casa parecía inabordable. Hasta que Mané la visitó con el arquitecto Juan Pablo Nazar de UN Arquitectos, y le pidió que le presentara un proyecto para remodelarla. Una vez que vio la propuesta –de menos espacios, pero más amplios, líneas puras y rectas para simplificar la arquitectura que originalmente tenía muchos quiebres espaciales– quedó fascinada. “Le dije a mi marido que nos embarcáramos en esto, que sería la última vez que nos embarcaríamos en algo así. Y la verdad es que ha sido súper lindo”, cuenta emocionada.
Armó un equipo de primera. Junto a UN Arquitectos, trabajó la decoradora Ana Domínguez del Estudio Domínguez+Goycolea y las paisajistas Macarena Maturana y Claudia Zunza. “Fue un proyecto súper entretenido”, cuenta Ana. Dejaron los pies en la calle recorriendo tiendas para ver muebles, lámparas, arte y todo lo que necesitaban. Disfrutaron el proceso a mil y sin duda eso se ve reflejado en el resultado final. En cada espacio está el sello de la decoradora: colores neutros, telas livianas y todo lo que pueda aportar para crear ambientes cálidos y acogedores. A su vez la dueña de casa se identifica cien por ciento con la decoración: “Es primera vez que tengo una casa en que todo me gusta, cada cosa es a la pinta mía”. El living, en donde las cortinas de lino se levantan con la brisa de las tardes creando una atmósfera tranquila, es de sus lugares favoritos. Acá pusieron dos trabajos de Roberto Matta y uno de Gonzalo Cienfuegos. Otro elemento importante son los espejos; los hay por toda la casa, a Mané le encantan porque amplían los espacios.
El jardín también lo modificaron entero y armaron un quincho perfecto para pasar las tardes de verano. La idea era sacarle el máximo de partido al espacio, por eso nivelaron el terreno y lo contuvieron a través de gradas y escaleras. Inspirada en Italia, Macarena Maturana hizo un jardín estructurado pero no “tieso”, dice. Incluyó plantas nobles como cipreses italianos y laureles de comer. Los agapantos, phylicas y jazmines estrella alrededor de la casa dan un cierto orden y una de las terrazas la enmarcaron con cítricos y vitadineas en el suelo para “soltar un poco la rigidez de los pastelones de mármol”. En el otoño, los ginkgos y spireas empapan el paisaje de colores cálidos.
En menos de un año, y aunque siguen haciendo algunas remodelaciones, Mané siente que esta casa es especial. Es el lugar oficial de las reuniones familiares donde se juntan sus cinco hijos, pololos, nueras y su nieta; aprovechan el quincho al máximo, y pasan las tardes de calor en el jardín disfrutando de la imponente vista que les da el lugar. Se demoraron alrededor de un año en remodelar y decorar todos los espacios, pero la espera valió la pena. “Hemos sido súper felices”, remata.