Tanta gente fue a ver Light Show en el centro cultural de CorpArtes –88 mil personas– que una de las salas –la de la obra de Carlos Cruz-Diez, Chromosaturation– tenía que ser pintada entera, incluidos los pisos, dos veces a la semana durante los cuatro meses que duró la exposición; sólo así se mantenía impecable cada vez que abría las puertas al público. Era de esperar, ya que esta muestra itinerante que partió el 2013 en la Hayward Gallery de Londres (también con récord de visitas) y terminó en nuestro país no sólo contenía importantes piezas de arte, sino que además era atractiva de por sí: “Light Show reunió grandes nombres del mundo del arte de los últimos 60 años que usaban la luz como material escultórico, como materia. La luz atrae, fascina y tiene un efecto biológico en todos nosotros, y eso creo que fue lo que atrajo a tanta gente”, dice Laura Parrilla, coordinadora de exposiciones de la Fundación CorpArtes. “No tenías que ser un experto en arte para dejarte seducir por muchas de las obras que estaban expuestas. La gente podía sentir, experimentar, tocar de forma diferente e inmediata”.
Todo partió el mismo año en que se presentó la muestra por primera vez, cuando miembros del equipo de CorpArtes visitaron la exhibición curada por Cliff Lauson en Inglaterra. Fue tal su fascinación, que al poco tiempo comenzaron los trabajos de gestión y coordinación para que pudiera presentarse en Chile. Una vez aprobado esto, comenzó lo más difícil: trasladar las obras (mediante agencias de transporte especializadas) y organizar el montaje en el país.
Fueron necesarios dos meses para montar la exposición. Lo primero fue rediseñar las salas de la galería de arte especialmente para la muestra; eso implicó, entre otras cosas, levantar 180 metros lineales de muros de cuatro metros de altura. Además, cada una de las 17 obras tenía un requerimiento especial para su instalación, y el equipo técnico de CorpArtes tuvo que trabajar con especialistas de todo tipo para poder materializar de la forma más fidedigna posible la voluntad del artista. Nada se podía dejar al azar o a la subjetividad. En el caso de la obra Cylinder II, de Leo Villareal, se tuvo que construir una estructura especial para colgarla y elevarla, dado que pesaba 700 kilos. “La sola instalación demoró 10 días y fueron necesarios arquitectos, calculistas, ingenieros, especialistas en luces led y más de ocho personas para levantar este gigantesco ‘candelabro’ que colgaba del techo y que contaba con 19.600 luces”, recuerda Laura Parrilla.
El recorrido de Light Show no era cronológico, sino que estaba dado por cómo las obras se iban montando en cada sala de manera que el espectador tuviera una mejor recepción de ellas. Esto era fundamental; el éxito de la muestra estaba dado por la posibilidad de interacción del público con la obra, que invitaba a la exploración de los sentidos. Era, en palabras del propio curador de la muestra, una experiencia visual y corporal, y así se vio en las redes sociales. Tal como años antes lo hizo al visitar la exposición de Yayoi Kusama, el público compartía sus fotos al lado (o al centro) de la ya mencionada Cylinder II, que crea una cascada de luz en constante movimiento, o dentro de Reality Show, del chileno Iván Navarro, una cabina telefónica a la que se ingresa y en la que el espectador se veía reflejado miles de veces gracias al efecto de varios espejos.
Terminada la exposición, y luego de tres años, cada obra volvió al estudio o colección de donde había salido… no sin antes pasar por un complejo proceso de desmontaje, que requirió un gran número de especialistas también.