Es entretenido conversar con la decoradora María Teresa Cerveró. Es histriónica, apasionada por lo que hace y muy expresiva. Tiene miles de anécdotas pero hay un par que la han marcado. Como la de su primer “proyecto de decoración” cuando tenía sólo 12 años. “Una vez fui al fundo de un tío y mientras todos fueron a andar a caballo pedí permiso para hacer un cambio en su living. Me encontró lo más rara”, se ríe. Reordenó algunos muebles, puso una mesa detrás de un sofá y armó unos floreros con hortensias. Así, le dio un aire nuevo a ese espacio en el que “sentía que algo faltaba”. “Siempre tuve el arte muy metido adentro”, agrega.
Todo en su vida como decoradora parece haberse dado de forma natural y con un poco de suerte. Después de haber diseñado su primer departamento de recién casada como regalo sorpresa para su marido, se empezó a correr la voz de que tenía talento. Tanto así, que la invitaron a participar en la primera muestra de decoración que se hizo en Chile en 1986. “Estaban todos los clásicos; yo en cambio era súper anónima”, cuenta. Su participación fue un éxito, ganó el premio a la mejor realización y con eso su carrera despegó.
Hoy, con años de experiencia, ya es una consolidada en el rubro; su tienda en la esquina de Nueva Costanera con Alonso de Córdova es un emblema de ese barrio y además tiene una oficina de asesorías en la que trabaja personalmente cada uno de sus proyectos. Es a esta última área a la que está más dedicada: renueva las casas de personas que han vivido por años en el mismo lugar y también trabaja con aquellas que quieren irse a un departamento, los ayuda a elegir qué cosas llevarse y cuáles no, hace los proyectos de iluminación y decora con aires nuevos “para que cuando entren a sus casas digan ‘esto es lo más lindo del mundo’. Ese es mi logro”, cuenta enfática.
Con todos sus hijos fuera de la casa, necesitaba un nuevo lugar para una nueva etapa. Así llegó a este departamento. Recorrió todos los edificios de la ciudad hasta que encontró la vista que buscaba. No lo pensó dos veces y firmó.
María Teresa dice que cuando entra a un lugar por primera vez –ya sea a un proyecto o a la que va a ser su propia casa– cierra los ojos. Lo que se imagina en ese minuto es lo que el espacio terminará siendo finalmente. Es más visceral que cerebral y ni una gota de tímida. Así también es su diseño. Desde el minuto que entró por primera vez a este lugar empezó a ver todo con claridad: botaría el muro que separaba la puerta de entrada con el ascensor, en la entrada iría un santo del siglo XVII que compró hace años en un remate, sacaría el quincho de la terraza (a pesar de las súplicas de sus cuatro hijos para que dejara la parrilla) y pondría una fuente de agua con plantas para armar un jardín. Además transformaría dos de las piezas en una sola sala de estar y escritorio con chimenea. El cuarto dormitorio lo dejaría como una sala de juegos para sus cinco nietos. En cuanto a los colores, María Teresa cuenta que en una prueba de vestido para el matrimonio de una de sus hijas reconoció en un género de la modista, un azul eléctrico. Con ese pintó el muro de la entrada. Para el resto –living y comedor– eligió el negro. Y para su pieza y la sala de estar decidió aplicar tonos más claros, que aportan calidez.
La decoradora siempre le dice a sus clientes que una renovación o cambio de casa no significa deshacerse de todas las cosas. Ella misma tiene algunas que jamás dejaría atrás. Como todos sus cuadros clásicos que puso en el comedor, la lámpara antigua –que perteneció a su bisabuelo, Ramón Barros Luco– o su mesa con cubierta mármol verde alpi, que compró en un viaje. También dos esculturas que la han acompañado desde siempre, “la Alegría y la Esperanza” que instaló en el jardín.
Se define como una mujer de detalles, por eso en el muro del comedor puso un espejo; pero ella misma hizo las pruebas con diferentes colores y vidrios para que tuviera un reflejo imperfecto, más bien una sombra. En un espacio del living, en donde el techo es de doble altura puso, como si fuera un fresco, una alfombra que da un toque distinto.
Aunque estudió sicología, María Teresa siempre ha estado obsesionada con la estética. No hubiese llegado a ser el ícono que es hoy, sin la perseverancia y constancia que la caracterizan. El éxito de su vigencia sólo se puede atribuir a la “locura”, como dice ella que siente por la creación y porque se ha ido reinventando constantemente. “Mis dos amores incondicionales son mi trabajo y mi familia. Suena siútico, pero es verdad”, cuenta entre risas. Tiene años de oficio y talento innato, pero reconoce que la tarea de decorar su nuevo departamento no fue fácil por la cantidad de detalles a los que tuvo que poner atención. Cuando le conté que su reportaje iría en la revista enfocada en mujeres, por el día de la madre, le pregunté cuál era su interpretación de lo femenino en la decoración. Ella respondió: “La intuición”.