Literalmente en la punta de un cerro en Casablanca y rodeada de viñas, esta casa es completamente off the grid, como dice su dueña, una norteamericana que se instaló en nuestro país hace más de dos décadas. Y es que uno de sus principales objetivos al construirla era que no necesitara casi nada de tecnología: acá hay paneles solares y no hay calefacción; en vez de aire acondicionado, el espacio se enfría gracias al viento que viene desde la costa y que cruza la casa. “Mi compromiso siempre fue no contaminar el valle”, cuenta la dueña.
Pero la decisión de construir en este lugar no fue tan fácil. Por muchos años, su dueña arrendó casas en distintos lugares de Chile. De Punta Pite a Zapallar. De Zapallar al Cajón del Maipo. Hasta que finalmente decidió comprar un terreno. Fue a Tunquén, un lugar que le encanta, y no encontró nada. Siempre se había imaginado en una casa en la playa: en su familia son todos surfistas, y ella es bióloga marina. Frustrada, en el auto de vuelta a Santiago, su mejor amiga, que la acompañaba, le dijo: “Tú siempre has hablado de comprar una viña. ¿Y cuántas veces pasas por Casablanca en camino a algún lugar? ¿Entremos?”. “Y entramos, por cualquier calle”, cuenta. Ella, que se crío en el norte de California, se sintió como en casa rodeada de viñas, no lo podía creer. Su plan original era comprar un terreno plano, con parrones y animales. “Una granja cool”, dice. Pero todo cambió cuando vio una meseta medio escondida, con arbustos y espinos, en la parte más alta de un cerro, “lo más lindo que he visto en mi vida”. Ahí era imposible construir su granja, pero eso no lo importó.
Después de comprar el terreno, el encargado de la construcción fue el arquitecto Pablo Riquelme, de la oficina de arquitectura Alvano y Riquelme, que proyectó una casa que es casi como un pequeño refugio rodeado de terrazas, una reinterpretación de las clásicas casas de campo chilenas, esas con largos corredores, pero en una versión más moderna. Y el proyecto encantó a la dueña de casa desde el primer momento: “No cambiamos nada, entendió perfecto lo que yo quería”, dice.
Aquí, los espacios interiores fluyen naturalmente hacia las terrazas y corredores exteriores, borrando el límite entre la casa y la naturaleza que la rodea. “Fue maravilloso resolver todos los desafíos presentados por un ambiente salvaje y natural en una sola construcción. La casa es parte del paisaje natural y está separada de él por la galería perimetral, las diferentes pendientes en su techo y la geometría controlada de la colina. Es una plataforma para disfrutar de la impresionante vista”, cuenta el arquitecto.
La decoración siguió la misma línea de la arquitectura, bien minimalista. A cargo de la decoradora Ximena Tannenbaum, el objetivo era trabajar de manera orgánica y sustentable. “Usamos materiales nobles de acuerdo con el entorno, que potenciaran la vista maravillosa que tiene”, cuenta. La paleta de colores neutra ayuda a transmitir esa desconexión instantánea que se siente al llegar a este lugar. Además, en el exterior plantaron frutales, olivos y colas de zorro, puras plantas que se mantienen con la menor cantidad de agua posible.
Y aunque finalmente no está junto al mar, puede ir a la playa cuando quiere, y está al lado de Santiago. Mientras conversamos en un café en Ñuñoa, me dice: “Si al terminar esta entrevista me dan ganas de partir, me subo al auto y en menos de una hora estoy ahí. Así de simple”. ¿Qué más se puede pedir?