Hace 17 años, Carolina Garib decidió que quería un refugio para ella y su hija en el lugar familiar de siempre, Zapallar norte, pero con independencia. Pescó un lápiz y un papel, trazó un par de líneas y se consiguió un buen jefe de obra quien se comprometió a levantarlo en 45 días. Ni uno más ni uno menos. Carolina recuerda que el maestro le hizo una lista de los materiales necesarios y ella personalmente partió en su camioneta a Higuerillas y luego a Viña, donde se abasteció de lo imprescindible, desde el cemento hasta el fierro, incluido el piso de Batuco y las maderas. Las ventanas y las puertas las compró en una demolición, así que tuvo que acomodar su bosquejo inicial para hacerlas calzar, eso sí, sin alterar los ajustados plazos.
Ella quería un espacio pequeño, de techos altos, lindas vistas y muy acogedor. Un sitio donde poder escaparse con su hija los fines de semana a descansar y disfrutar de la naturaleza. Un lugar que reflejara su naturaleza, su gusto por las mezclas y la estética europea y asiática clásicas, que nada tiene que ver con las últimas tendencias ni las modas.
Probablemente la experiencia de haber vivido largos años fuera de Chile –dos en Nueva York y diez en Roma–, de sus constantes viajes, de haberse involucrado con otras culturas y de conocer a fondo el mundo del arte, colaboraron con la puesta en escena de este lugar, un espacio colorido, contrastante y muy personal. “A pesar de ser economista, tengo alma de arquitecta. Me gustan los proyectos, adoro el color, las mezclas y las cosas con historia”, comenta.
Y este lugar es el vivo reflejo de sus palabras. Aquí cada espacio está pintado de un color vibrante, tonos que con los años han ido cambiando sin perder intensidad: en el living turquesa, el dormitorio principal lavanda, el baño índigo y para la pieza de su hija escogió un rosado muy femenino. Sobre esta base, sumó detalles como techos trabajados con un diseño de casetones, hechos con el mismo pino de toda la casa, pero en forma de panal cuadriculado. Además hay muy buenas telas (mucha seda), algunos muebles antiguos y abundante agudeza estética. Porque aunque hay muy buenas cosas, también hay adornos comprados en la ferretería de Higuerillas, sillas recogidas de la calle en Roma y muebles hechos en obra diseñados y adornados por ella. “Aquí hay cosas de toda la vida, recuerdos que me han acompañado desde siempre”, concluye.