Visitar un monumento histórico es toda una experiencia cultural, y eso es exactamente lo que propone el hotel Casa Real, de la Viña Santa Rita. La casa, que fue construida en 1881 por el arquitecto alemán Teodoro Burchard como residencia para el fundador de la viña, Domingo Fernández Concha, combina el estilo europeo, tan de moda en esos años, con algunos elementos propios de la tradición rural chilena.
Ubicada a sólo 30 kilómetros de Santiago, en Alto Jahuel, esta casona se transformó en hotel a mediados de los 90, cuando Ricardo Claro compró la Viña. Para devolverla a su estilo original, la casa fue sometida a una acuciosa restauración hecha por los arquitectos Jorge Swinburn y Álvaro Pedraza, que duró cuatro años. Renovaron las galerías, se recuperaron los colores originales de zócalos y muros, rediseñaron el patio central, restauraron la gran escalinata al parque y se reconstruyó el nuevo patio de acceso. “Lo que aquí hay es cultura, patrimonio, historia. Conservar esa tradición y proyectarla a la modernidad, es lo que estamos tratando de hacer”, cuenta Elena Carretero, gerenta de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad de la viña.
El hotel tiene 16 habitaciones (todas con vista al parque o al patio interior), salones, corredores y galerías, y aunque ya tienen a un público norteamericano y europeo que cae rendido ante este lugar, hoy quieren potenciarlo también para los chilenos; una escapada patrimonial y cultural, perfecta para un fin de semana, y que se puede disfrutar en cualquier época del año.
Uno de los grandes atractivos de este hotel es el parque que lo rodea, uno de los más grandes y mejor conservados de la zona centro de nuestro país. Los huéspedes pueden disfrutar exclusivamente de un parque de 40 hectáreas diseñado por el paisajista francés Guillermo Renner, siguiendo el estilo francés, con algo de inglés e italiano, y que se mantiene cuidadosamente. Pasear por ahí, entre fuentes y laberintos, es un panorama que hace que uno se olvide que está a pocos kilómetros de Santiago, y se siente casi como un viaje en el tiempo. Además de eso, tiene una colección de esculturas muy impresionante, como Las cuatro estaciones, que hizo el francés Mathurin Moreau para la fundición Barbezat et Cie, en Val d’Osne, Francia, hacia mediados del siglo XIX. También se puede ver al famoso Niño taimado, del escultor chileno Simón González, una copia en cemento del original en mármol, que está en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Junto al hotel está también la capilla, diseñada por Teodoro Burchard, una construcción de estilo neogótico que en el interior tiene arcos de medio punto y cúpulas abovedadas propias del estilo románico. Para preservar todo el estilo, esta iglesia fue restaurada después del hotel, por un equipo que también había participado de la restauración de la Capilla Sixtina en Roma.
Otro panorama imperdible es una visita al Museo Andino, un edificio que fue proyectado por los arquitectos Jaime Burgos y Mariano Campos, a quienes se sumó el escultor Vicente Gajardo, autor de los muros de piedra y de una clava mapuche de tres metros de altura que da la bienvenida a este espacio. El museo tiene una colección privada –donada en vida por Ricardo Claro Valdés y su viuda María Luisa Vial a la Fundación Claro Vial– de más de tres mil piezas de las culturas mapuche, diaguita y rapanui; un recorrido por el Chile precolombino y post conquista.
Después del paseo por el museo, el café La Panadería es parada casi obligada. La construcción era la antigua panadería del fundo, cuando vivían cerca de 60 familias en la viña, y todavía se puede ver el horno que se usaba en esos años para hacer la “galleta de peón”, que se entregaba a todos los trabajadores. Realmente un paseo por la historia.
Además, los huéspedes pueden disfrutar de distintos recorridos turísticos guiados, catas de vino, una visita a las bodegas de vino subterráneas más antiguas de Chile y maravillarse con la propuesta gastronómica que pueden encontrar en el restorán Doña Paula y en el hotel, donde el vino, por supuesto, es protagonista.