Ubicada al norte de Amsterdam, la casa del suizo Ueli Signer y del alemán Florian Seyd es algo así como esos gabinetes de curiosidades propios de los siglos XVI y XVII que exponían todo tipo de cosas fuera de lo común. Para los fundadores de The Wunderkammer, una de las tiendas de flores e interiorismo más selectas de Europa, este lugar es el espacio perfecto para exponer sus cientos de colecciones. Aquí mezclan espontáneamente plantas, insectos, pájaros, conchas, plumas, minerales, cuernos, piezas heredadas y hasta muebles hechos por ellos mismos. El efecto es extraordinario y las sorpresas por descubrir, inagotables. “Amamos coleccionar cosas, así que no hay un estilo concreto en nuestra casa”, explican.
El edificio donde están instalados data de 1892 y fue originalmente la casa de un capitán de barco que por esas cosas de la vida, terminó dividiéndose en dos partes, lo que hace que su actual distribución sea bastante especial: la entrada principal es lo que podría ser el sótano, el jardín está sobre ella y el resto está en la parte superior. Sea como sea, sus dueños adoran estos 140 metros cuadrados divididos en tres niveles y con vista al mar. “Nos gusta que sea una casa antigua con techos altos y que esté cerca de la ciudad, pero lo suficientemente lejos para disfrutar de un pequeño jardín y vivir a orillas del mar”, cuenta Ueli.
Con materiales eminentemente naturales, aquí abunda la madera en los suelos, el mármol en los baños y los metales en la cocina. La mayoría de los muebles son obra de Ueli, como la vitrina de metal y madera del salón (su favorita), la estantería de la pieza de invitados, las jaulas de pájaros con los que conviven o la mesa del baño hecha con un tronco. Según cuenta, lo único que no es posible de encontrar entre estas cuatro paredes son objetos innecesarios de plástico. “¡Lo odiamos!”. Y agregan: “Lo nuestro son las mezclas de lo antiguo con lo nuevo, como hallazgos de ferias y anticuarios, herencias y toques contemporáneos como las lámparas de león de Studio Drift o esculturas de animales de Cedric Laquieze”.
Los muros son también un sinfín de mezclas y colores, que logran un dramatismo digno de un cuento de hadas. Una naturaleza muerta en tonos azules, verdes y amarillos que contienen una antigua colección de mariposas que Florian heredó de su abuelo, exóticos restos de animales –como el diente de narval, uno de los máximos tesoros de esta pareja–, cuadros y espejos. “Hemos crecido con un enorme respeto y admiración por todas las formas naturales, a través de las cuales creamos entornos únicos. ¿Qué nos impulsa? Nuestra pasión por explorar diferentes posibilidades y viajar por el mundo para reunir ideas nuevas”, concluye Florian.