El dueño de esta casa no es chileno, pero a estas alturas es casi como si lo fuera. Colombiano por el lado de su papá y catalán por el de su mamá, Francisco Urrutia llegó a nuestro país hace 18 años. Gerente de Luxaflex, ha sido parte de esta empresa desde que salió de la universidad, trabajó para ella en España, Estados Unidos y luego se vino a Chile, tentado no sólo por la buena calidad de vida sino también por las olas y vientos, perfectos para disfrutar de uno de sus deportes favoritos: el windsurf. El destino se encargó de demostrarle que aquí era donde tenía que radicarse, ya que al poco tiempo conoció a su mujer, Claudia Delfau, y se instalaron en Santiago para siempre. “Decidimos que si estábamos juntos, yo no sería un producto de exportación, así que nos quedamos acá indefinidamente. De eso ya han pasado 16 años y cuatro niños”. Después de arrendar por mucho tiempo diferentes casas de veraneo en las playas del norte y especialmente de disfrutar de los distintos rincones de Cachagua y Zapallar, hace siete años se compraron un terreno en esta zona con la idea de hacer algo a su medida. “Mi cuñado llegó un día diciendo que había encontrado un terreno en Zapallar Norte, a 500 metros del cementerio. Cuando lo conocimos nos encantó e inmediatamente nos imaginamos con una casa ahí para los nietos. Nos gustó la vista, que las rocas se vinieran encima y que estuviera a la distancia justa del pueblo. Fue tanto, que a la semana lo habíamos comprado”. El arquitecto elegido fue Eduardo Delfau, hermano de Claudia, quien siguió al pie de la letra cada uno de los requerimientos de los dueños. “Queríamos una casa que fuera agradable para compartir con amigos. Tenía que ser acogedora, cero fría y además respetar el entorno de Zapallar. No queríamos algo que pudiera estar en la ciudad, por lo tanto la materialidad debía ser 100% playera”. El resultado está a la vista: una construcción de 600 metros cuadrados emplazados en tres mil de terreno, completamente de madera y con enormes ventanales que dan la sensación de estar en un velero, como dice Francisco. Lo entretenido del diseño es que está dividido en dos partes. Por un lado hay un loft equipado con cocina, puerta de acceso aparte y que puede funcionar independientemente. Y por el otro está la casa misma, dividida en dos pisos, con cuatro dormitorios más servicios y dos piscinas, una fría y una temperada. “El loft lo pensamos para mi papá, que pasa gran parte del año en Chile y también para cuando alguno de nuestros hijos se case. Está separado por una terraza exterior, lo que permite que el que esté ahí haga su vida y nosotros la nuestra. Muchas veces nos juntamos a tomar un aperitivo en esta terraza, pero el resto del día cada uno disfruta a su ritmo”. Entre los materiales, se usaron diferentes tipos de madera, una más rústica para el piso, pino laminado para las vigas que están a la vista y almendrillo boliviano para el revestimiento exterior. Además se instaló un sistema de termopanel sip para hacerla completamente hermética y se hizo una gran chimenea sobre una base de 50 centímetros que se prende en invierno y verano. La decoración fue un trabajo en equipo y la idea fue hacer algo muy personal. A Claudia le encanta el tema, de hecho trabajó un tiempo con la decoradora María Teresa Cerveró y Francisco está ligado a la ambientación de espacios por su trabajo. Considerando las constantes visitas de amigos y también los muchos niños que andan dando vueltas siempre, eliminaron de plano el blanco albo y también los diseños náuticos porque los encontraban muy obvios. “Hicimos algo casual pero moderno a la vez, donde predomina el negro y el gris oscuro, logrando una mezcla más ecléctica. Los sofás son de Enrique Concha, la mesa de comedor de Luis Fernando Moro y mi papá aportó con dos esculturas de Marta Colvin. Además tenemos rocas que hemos recolectado de nuestras distintas caminatas y también algunos cochayuyos colgados en los muros. La decoración de esta casa se ideó para disfrutarla, porque si no sería un martirio, por lo mismo todo es muy funcional”. Este 2013 cumplen cuatro años desde que inauguraron el lugar y tal como dicen, siempre han tratado de aprovecharlo al máximo. Durante el verano, Claudia y los niños se van cerca de 40 días, después de llegar de Cartagena de Indias donde pasan unos 20 más. Además, en el año van cada vez que pueden, aunque el papá de Francisco les gana, porque se escapa prácticamente todos los fines de semana. Buenos anfitriones, les encanta llenar la casa de amigos, hacer comidas y fiestas entretenidas, como la “fonda chilocolombiana” que organizaron para el 18 de septiembre, donde armaron una ramada y recibieron a sus invitados con trajes típicos. Durante las vacaciones la rutina es bien simple, la mayor parte del día lo pasan en la playa y se quedan en el restorán César hasta que se pone el sol. También les gusta salir a caminar y la mayoría de las veces el destino es el Hotel Isla Seca, donde llegan a pedir un pisco sour. “Este es el sitio donde más nos gusta estar, al que uno llega y se siente cómodo. Es donde tenemos más tiempo para compartir como pareja, es aquí donde jardineamos, podamos y siempre estamos haciendo alguna transformación. Además, no hay ninguna otra parte en el mundo donde se duerma mejor”.