«Emocional”, así define Martina Bissone el estilo que usó para decorar su casa, una construcción en Bajo Belgrano, en Buenos Aires, que desde hace dos años comparte con su marido, el economista Marcial Sánchez, y sus hijas, Sur y Aura. La casa la hicieron desde cero en un terreno baldío donde sólo había una palmera, junto al arquitecto Pablo Sánchez Elía, padre del dueño de casa, y la reconocida decoradora argentina Laura O, su mamá, “con una fuerte impronta nuestra y de nuestras necesidades”, dice Martina. La construcción tiene cuatro pisos y, como cuentan sus dueños, “se vive bien de varias formas. Es exactamente eso lo lindo que tiene”. En el subsuelo, alimentado de luz por un patio inglés al fondo y la entrada de la casa adelante, está el área de servicios, una cava, el lavadero y la sala de máquinas. Después, en la planta baja, elevada a 1,5 metros del nivel de la calle, está el patio, la cocina, el comedor y el living. En el primer piso, el dormitorio y el baño de los dueños de casa. Y finalmente, en el último, dos dormitorios, un baño y un espacio de juego para sus hijas. “Es una casa de dimensiones reales, que es ideal para la intimidad de la familia. El sistema de ventanas que abren por completo e integran el patio y la pérgola con su mesa debajo, la hacen un espacio ideal para invitar pocos o varios amigos”, cuentan.
No es de extrañar que el centro neurálgico de esta casa, y el favorito de sus dueños, sea la cocina. Martina es la creadora de Farinelli, un restorán que en diciembre cumple 10 años, y además trabaja tratando de mejorar la alimentación de niños en instituciones públicas y privadas. Y Marcial, su marido, no sólo es economista, también tiene un club de vinos online llamado Enófilo y está haciendo su primer vino en Mendoza. “La cocina es el alma de la casa. Su extensión es el horno de barro que está afuera en el patio. Cocinamos para nuestras hijas todos los días, Marcial aún más que yo. En este momento, por ejemplo, está experimentando mucho con fermentos. Es un laboratorio totalmente integrado”, cuenta Martina. La casa se pensó de una manera muy funcional. En los espacios, que se abren y conversan entre sí, todo está a mano, y casi no hay clósets. “Convivimos con los objetos que están en uso por alguno de nosotros de una forma dinámica, va cambiando según lo que estamos haciendo, sobre lo que estamos trabajando, o con qué están las chicas jugando”, cuenta Martina. Con una base completamente blanca, la casa está llena de regalos de amigos y recuerdos de viajes. La mayoría de los muebles los tienen hace años, y la biblioteca, el sillón y las mesas del living son obra de Laura O. “Acumulamos mucho durante mucho tiempo, y ahora tratamos de no hacerlo más”, dicen. Pero si hay algo que no puede faltar aquí son los libros y los canastos, además de las plantas y el fuego, en las chimeneas y en el horno de barro. Siempre listos para recibir.