“Este fue un encargo bien sui generis, porque partió por la amistad de mi hija con la familia de los dueños de casa”, cuenta el arquitecto Jorge Román sobre la casa que construyeron hace ya cuatro años en Zapallar. De hecho, Jorge recuerda que hace muchos años los dueños de casa les habían dicho que el día que decidieran construir, lo harían con la oficina Román y Basualto (@ryb_arquitectura). “Como nos conocíamos, el encargo fue bastante entretenido y fluido”, explica.
La familia dueña del terreno, que está en primera línea, colgando frente al mar, quería dos volúmenes separados donde pudieran estar cómodamente con sus cinco hijos y todos los nietos. El terreno tenía ciertas complejidades, porque hay mucha roca y pendiente. “Planteamos la casa después de observar el mar y ver sus movimientos. Así generamos dos volúmenes que están haciendo una especie de movimiento de la ola, uno más atrás y otro más adelante, sobre un zócalo”, cuenta el arquitecto.
La casa, que nació como un lugar de veraneo, tras la pandemia se convirtió casi en la casa oficial de la familia. Vendieron su casa en Santiago, se cambiaron a un departamento más chico, y ahora hacen gran parte de su vida con vista al mar. Por lo mismo, tuvieron que hacer algunos ajustes del proyecto original, como transformar la terraza de la pieza principal en un home office.
Uno de los requerimientos de los dueños era que la casa fuera práctica cuando estuvieran los dos solos y también cuando llegaran los hijos y nietos. Con ese pie forzado, los arquitectos proyectaron en el piso superior todo lo que los dueños de casa pueden necesitar: el dormitorio y el baño, junto a los espacios comunes, como el living, comedor, cocina y baño de visitas. Y en el piso inferior, el zócalo, están las piezas para los hijos, la piscina y la salita de juegos. Ahí también crearon un patio inglés, que desde el inicio del proyecto bautizaron como “el patio de los nietos”: un espacio de 5 metros de altura por 27 metros de largo, que está contenido entre el volumen del zócalo y un muro de contención. Ahí hay pavimento, árboles, vegetación; es el espacio perfecto para que los más chicos puedan jugar sin preocupaciones. “Aunque probablemente a futuro eso se va a convertir en el lugar del carrete”, dice Jorge entre risas.
La casa se fabricó 100% en hormigón a la vista y aprovecharon los moldajes de madera de pino que se usaron en el proceso para hacer todas las terminaciones interiores. La paleta de colores siguió también esta línea, y tomó como base el gris del hormigón. El gran final estuvo a cargo de la dueña de casa, que se hizo cargo de la decoración, con ciertos aires de estilo brasileño, toques de color y humor. La serie de atardeceres que se ven en living fueron hechos especialmente para la casa por el artista Marcial Ossio.
El arquitecto destaca también el paisajismo, que estuvo a cargo de Beatriz Garín, y que se planificó desde los inicios del proyecto. “No sé cómo lo hizo, pero en un año teníamos un bosque del sur, algo que es súper complicado de lograr acá, por el tipo de terreno”, explica. Beatriz, que vive desde el 2000 en Santo Domingo, cuenta que lograr ese espacio fue todo un desafío. “Lo primero y fundamental, fue incorporar camionadas de tierra y compost para mejorar el suelo, además de aplicar polímeros que retienen la humedad para lograr un jardín siempre verde, sin un gasto hídrico elevado”, explica. Fue también por esa razón que decidieron no instalar pasto, sino hacer un mix de plantas como rustrentas, phillicas blancas, calle calle y diosmas, que conviven junto a maitenes, madroños y olivos. También se preocupó de armar senderos con escalinatas en obra, que sirven para hacer más amable la pendiente original. “Fue mágico lograr en tan poco tiempo un jardín tan verde y feliz”, dice la paisajista.