Después de hacer un proyecto en la Toscana, el arquitecto argentino Fernando Malenchini quedó muy ligado al proyecto y al lugar. “Mi familia es originariamente de allá, siempre era un sueño volver de alguna manera”, cuenta. Por eso, empezó a buscar una casa para arrendar durante el verano junto a su pareja. Fueron a ver algunas y al poco tiempo, lo llamaron de una de las casas que había ido a ver para decirle que la estaban vendiendo. “Tienes que ver, es una oportunidad”, cuenta que le dijeron, aunque realmente no le interesaba comprar.
Los dueños de la casa se estaban divorciando y estaba a punto de irse a remate público. “Con mi pareja dijimos: bueno, tiremos un disparate, total no va a salir nunca esto”, cuenta Fernando. Pero tres meses después, ya de vuelta en Argentina, sonó el teléfono con un mensaje que ninguno de los dos esperaba: “Te quiero avisar que eres el feliz propietario de una casa en Toscana”, escuchó con sorpresa.
A los 20 días estaban en Italia. “Nosotros siempre decimos que la casa nos eligió a nosotros, no nosotros a la casa”, explica Fernando entre risas. Semi abandonada hace tres años, la construcción de casi 500 años era apenas habitable. “La planta baja estaba muy derruida y la planta alta solo era habitable porque la habían arreglado con el mínimo presupuesto y habían dejado algo de calefacción. Los jardines estaban tomados por los jabalíes, que habían agujereado la tierra”, recuerda.
Junto a su socio en el estudio Pondal-Malenchini (@pondalmalenchini), el arquitecto, urbanista y paisajista Diego González Pondal, empezaron a ver cómo encarar esta remodelación que, con las restricciones que existen para intervenir estas construcciones, fue todo un desafío.
Conseguir los permisos necesarios para abrir y unificar algunos espacios fue difícil, pero lo consiguieron. “Pudimos abrir las paredes, pero eso implicó que tuviéramos que hacer pórticos metálicos, porque son paredes que sostienen toda la estructura de la casa. Después los tapamos y parecen parte del muro, pero nos permitieron unificar los espacios para hacer la casa medieval más vivible”, explica Fernando.
Hágase la luz
El otro gran desafío fueron las ventanas, que eran muy pequeñas y en su mayoría no se podían intervenir. “Toda ventana o apertura que se viera de lejos no se podía tocar, solamente las que estaban en la planta baja, que pudimos convertir en puerta-ventana para que ingresara más luz. Todo lo que se ve desde lejos tiene que mantener la misma imagen que hace 500 años. Por eso también Toscana es Toscana, porque se sigue manteniendo ese paisaje con los olivos y los viñedos y las ventanitas medievales, y uno dice ‘qué fantástico es esto’, pero en la realidad de la vida cotidiana a uno le falta un poco más de luz”, cuenta Malenchini.
Otra forma en la que lograron iluminar el interior fue usando el color. “Lo que hicimos fue traer la luz dentro de una manera indirecta. O sea, toda la remodelación de los interiores la hicimos muy colorida”, explica el arquitecto. En los muros mantuvieron el color vainilla que le da calidez, pero en los muebles y en las aberturas de las ventanas se la jugaron con colores como celeste y amarillo, que le dan una identidad única a esta casa en San Polo in Chianti.
“El color es un aporte fresco, joven, que corresponde a nuestra época. Es salirnos un poco de esos ambientes pesados italianos, que a ellos les cuesta mucho. O sea, la historia al italiano le pesa un montón. Nosotros que venimos de América, tenemos la particularidad de poder romper un poco eso, porque venimos con otras influencias”, reflexiona Malenchini.
Nueva vida al granero
Otra parte interesante de esta remodelación fue el trabajo que hicieron en el granero que estaba pegado al fondo de la casa. En general, en Italia estas estructuras no se pueden tocar, porque se busca preservar el exterior tal y como era originalmente: con una estructura de ladrillos ventilada.
En esta remodelación, decidieron convertir el espacio en una especie de loft, que es la casa de invitados. Para hacerlo, construyeron una estructura independiente en el interior. “Todas las ventanas miran a través de esta especie de juego de ladrillos, que la luz entra muy filtrada. Le genera un clima muy simpático”, dice Fernando.
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