Será su vegetación, la playa sobre sus pies o las olas del mar que casi entran por las ventanas… Esta casa tiene un imán especial que hace que los que llegan no se quieran ir más. Linda, sencilla y escondida entre ligustrinas y senderos de piedra, es el destino soñado de cualquiera que quiera descansar y desconectarse de la civilización.
Diseñada por Leonardo Valdés hace once años, sus dueños son un matrimonio con hijos chicos. Inspirándose en las edificaciones de la costa mediterránea este arquitecto diseñó esta construcción que da la sensación de que hubiese estado ahí desde siempre. Con grandes ventanales, techos altos y mucha luz, se usaron vigas de madera, postigos, tejas y piedra de la zona para los muros, con la idea que se camuflara con el entorno y llamara lo menos posible la atención.
Práctica y funcional, aquí todo se pensó en pos del relajo y la vida sin complicaciones. Por lo mismo, hay muebles en obra y la decoración es simple y con lo justo para no tener que limpiar y ordenar de más. Tal como cuenta su dueña, la casa se armó con lo básico porque no quería que compitiera con la materialidad del interior. El piso de mármol natural, el techo de madera con vigas a la vista y la rugosidad de los muros son parte de la decoración. Se eligieron linos para los sofás, las cortinas y la ropa de cama, y maderas nativas para las puertas y parte de los muebles. Todo en tonos neutros, grises y crudos porque los colores fuertes lo dan los cuadros del living-comedor que son del artista chileno radicado en Nueva York, Pablo Jansana.
El último proyecto lo inauguraron este año, un living exterior para aprovechar al máximo el aire libre, ya que aquí la vida se da afuera tanto de día como de noche. A partir de un muro curvo que está a un costado de la casa armaron este rincón. Su dueña explica que su hermano le dio la idea de ponerle una chimenea y una banca en obra. También lo techaron con una estructura liviana para protegerlo del frío y de la brisa del mar que sube en la noche.
En el jardín se mantuvo la vegetación autóctona de la zona, siendo las ligustrinas los árboles fundacionales, como dice la dueña de casa, porque han sido los únicos que han resistido la fuerza del mar, la sal y el viento. A esto se suman algunas calas, nalcas y docas que han crecido gracias a unas vertientes de agua dulce que hay cerca.
La rutina de esta familia es envidiable. Descanso extremo, caminatas por las rocas y el cerro, y vida de playa sin reglas ni horarios. Tal como eran los veraneos de antes, relajados y cero sofisticados, donde el panorama se hace ahí mismo con muchos niños, primos y amigos dando vueltas por todas partes.