Estamos en Uruguay, a unos cincuenta kilómetros al norte de la ya concurridísima Punta del Este, en un universo en el que las playas de arena se confunden con pinedas y brezos. Los que se han ido hacia estos rumbos son los pioneros de un estilo de vida más cercana a la naturaleza, que respetan y preservan como pueden. También una forma de vivir las vacaciones sin protocolo.
Pablo Reinoso, artista plástico, escultor y diseñador argentino de fama mundial que vive en París desde hace más de treinta años, pasa aquí sus vacaciones en familia en una casa que él mismo remodeló para un amigo, que además es el dueño del lugar. Originalmente se trató de una vivienda que evocaba las construcciones del oeste norteamericano, a lo cual Reinoso le agregó un ala que proporciona una visión óptima hacia el mar en la que reposan una cocina, un dormitorio y un baño.
La construcción se hizo sobre la base de elementos mínimos que respetan la tradición campestre y marítima de Uruguay. Una estructura de madera anclada sobre las dunas que reposa sobre pilotes, techo de chapa acanalada y despojo radical de todo lo superfluo. Materiales simples que conservan un carácter discreto y el buen gusto de respetar el sitio geográfico, ya que se inscriben perfectamente en una naturaleza predominante. Aquí no se pueden derribar árboles sin un permiso estricto y Pablo, asombrado por la variedad de formas, incorporó a la arquitectura muchos troncos que conservan sus particularidades. Hay variedades tales como ceibos, canelones, chañares, espinillos y mirtos.
En el interior, la elección de los muebles es muy simple, aunque Pablo ha dejado su huella con sillas compradas en la región. Muchas de ellas son de fabricación Thonet, que él colecciona particulamente ya que gran parte de su trabajo artístico se basa en esta silla, icono del diseño industrial del siglo XIX y sobre todo una referencia en nuestra vida cotidiana desde hace 150 años. Con su creativo e ingenioso talento Pablo las reinterpreta a través de entrelazados y extensiones y las transforma en esculturas que podemos ver –en su taller y en muchos museos del mundo– con formas de lo más improbables.
En resumen: una casa de autor sin lujos superfluos, excéntrica y libre, con la espectacularidad de la naturaleza que la rodea. Su belleza salvaje hace de ella un tesoro escondido para vivirla como una escala fuera del tiempo.