No es un departamento cualquiera. Por lo menos no es la idea que tenemos antes de tocar el timbre del de Jordi Castell. Las expectativas son tan altas, que hay que sacarle el jugo a cada minuto porque probablemente tendrá poco tiempo para responder.
Pero la llegada cambia bastante el panorama. Abre la puerta con una enorme sonrisa, ofrece un cuanto hay de exquisiteces antes de empezar a conversar y nos instalamos en un sofá con música clásica de fondo junto a la Abigail y la Virginia como espectadoras, “señoras de la tercera edad” que lo acompañan desde hace más de diez años. De ahí en adelante, nos vamos olvidando de la pauta tan estructurada de preguntas y también de los minutos. La “conversa” se va alargando más de lo presupuestado, pero es inevitable. Es que el fotógrafo es un excelente anfitrión, tan acogedor como lo es su departamento en el que dan ganas de quedarse un rato más. Así es su doble vida, dice él: muy lejos de las cámaras y del personaje que estamos acostumbrados a ver.
A este lugar llegó hace más de dos años junto a su pareja cuando, sin muchas expectativas, se encontraron con este departamento ubicado en un antiguo edificio muy cerca del Parque Araucano, de cuatro dormitorios y con hartas puertas, clósets y pasillos. Sus 170 metros cuadrados eran ideales para reconstruir todo a su pinta. Dice que tiene la costumbre de ir tocando las paredes para ver qué es lo que se puede botar, y en este caso, se dio cuenta que el potencial era muy grande. Pero fue la luz que entraba por todas partes la que los hizo decidirse. “Soy fotógrafo y para mí la luz es primordial. Vine a verlo el día más oscuro del año, pero el departamento era luminoso y tibio”. No se aguantó y sólo esperó un mes a que los maestros avanzaran en el proceso más complicado que era, literalmente, hacer desaparecer dos piezas, una despensa, el comedor de diario y la logia para dejar el máximo de espacio a la cocina. “¡Imagínate los kilos de escombros, puertas y ventanas que salían de acá!”. Es que los requisitos que tenía este gran cocinero no eran pocos: no sólo quería incluir el comedor sino que además lo quería con muebles altos aptos para él, con cubierta de hormigón y cajones lacados en distintos tonos de grises y por ningún motivo quería tener muebles sobre su cabeza, por la sensación de claustrofobia que le da. Pero para todo lo demás, quiso estar ahí mismo. Dice que no hay nada que le guste más que ver los avances día a día y estar junto a los maestros en la toma de decisiones. Nada de delegar. Así se asegura que todo se haga tal cual como lo tiene pensado, sobre todo con exigencias poco comunes. “El maestro no podía entender que no quisiera poner los tiradores de la cocina bien centrados… no le cabía en la cabeza”.
En el caso del living, lo dejó completamente abierto, integró la terraza, tapó una ventana que poco aportaba, pintó la puerta de entrada naranja y empapeló algunos muros con un diseño listado gris y plateado, además de cambiar el piso de madera por porcelanato gris, el mismo que eligió para la cocina. Otro de los dormitorios lo convirtió en escritorio, rincón al que todavía le faltan algunos detalles. En el fondo, su idea fue dejar todo bien amplio y lo más espacioso posible. Harto trabajo, pero le encanta. Es casi como un hobby y reconoce que se pasa la vida viendo cómo mejorar distintos aspectos de su casa.
Lo mismo pasa con la decoración. Aquí no hay demasiados muebles, sólo lo justo y necesario. Algunos de ellos fueron heredados de sus bisabuelos y otros, encontrados en el Parque de Los Reyes, como gran parte de las mesas del living. El sofá Chesterfield acompaña a Jordi desde hace un buen tiempo y el gris –con un diseño asimétrico en sus cojines– fue retapizado especialmente para este nuevo espacio. Lo realmente importante en este departamento es el arte y las fotos de Jordi y sus amigos fotógrafos, junto a las distintas colecciones que el también animador ha ido formando a lo largo de los años. Como la decena de figuras caninas que están repartidas por el lugar y descubrirlas se convierte en algo así como buscar a Wally. Algo totalmente distinto a lo que pasa con la colección de autos que tienen designado un rincón especial. Jordi la empezó a los 8 años y la ha completando con piezas encontradas en distintos viajes o con regalos de amigos. En definitiva, ha sido una búsqueda constante de objetos que puedan convertirse en un aporte, aunque aclara que nada ha sido muy pensado, más bien “accidental”. “Si te fijas, no hay materiales nobles ni nada por el estilo. Es poco pretencioso y cálido, como toda casa que se habita y vive mucho”.