Ignacio Irarrázaval, abogado, y Patricio Browne, ingeniero, son amigos desde que estaban en el colegio. Han veraneado y viajado junto a sus familias en muchas oportunidades, incluso a ver el cometa Halley con sus hijos. Hace tres años empezaron una nueva aventura: la creación del Hotel Refugia en Chiloé. La idea partió cuando Andrés Bravari y Drago Bartulín, dos profesionales de Chiloé y futuros socios de este proyecto, les ofrecieron el terreno. “Cuando te vas poniendo viejo existe una preocupación por hacer cosas que te entretengan, y este es el resultado de eso. Es un proyecto de viejos, de gente con tiempo; imagínate que viajábamos una semana al mes a ver las obras. Es nuestra chochera y entretención”, cuenta Ignacio.
Lo primero que hicieron después de comprar el terreno –una parcela de 10 hectáreas con salida al mar, a 20 minutos de Castro– fue elegir a los arquitectos para que se hicieran cargo del proyecto, una decisión nada de difícil considerando que el hijo de Patricio es parte de la oficina Mobil, responsable de proyectos como la Clínica Las Condes. Y antes de hacer siquiera un plano, Ignacio y Patricio partieron junto a todo el equipo a Chiloé. Estuvieron tres días sentados en el terreno, discutiendo qué es lo que querían hacer, hasta que lograron definir la idea principal del proyecto: que el edificio, en su ubicación, en su anclaje al suelo y en su revestimiento, debía confundirse con la naturaleza.
De vuelta en Santiago empezó el trabajo. Proyectos, planos y maquetas que cambiaban constantemente: “Como el cerro daba tantas posibilidades, hicimos una maqueta de la topografía y ahí íbamos poniendo la cajita de fósforos, para ver dónde quedaba mejor. La idea era encontrar la forma de aprovechar el sol y la vista, optimizando al máximo los recursos naturales”.
Para la realización encontraron a un constructor en Villarrica que era casi como un artesano y que se trajo a todo su equipo desde allá, supervisado por Bravari y Bartulín. Toda la construcción fue hecha a mano, eligiendo tabla a tabla, durante dos años y medio. “Es un trabajo hecho más como mueble que como edificio”. La mayoría de las maderas que usaron son chilotas, como alerce, ulmo y mañío, obtenidas de árboles caídos.
Con el exterior del proyecto en proceso, empezaron a pensar en el interior. Se reunieron con varios decoradores para encontrar al perfecto, hasta que se dieron cuenta que tenían tan claro lo que querían que se lanzaron a un nuevo desafío: decorar el hotel con sus propias manos. “Por la geometría y fuerza que tiene la arquitectura del hotel, tenía que tener un amoblamiento que no interfiriera, porque la obra es la arquitectura y los muebles son la facilidad para disfrutarlo”.
Entonces Ignacio empezó un viaje por todo Chiloé, buscando a los mejores artesanos. Como no existe un registro, la única posibilidad era ir pueblo por pueblo, isla por isla, preguntando dónde estaban. Encontró a más de 60, de los que seleccionó a siete.
Con ellos creó una relación especial, que mantiene hasta hoy. Un día, dos semanas después de haber estado con una tejedora, le sonó el teléfono. Era ella. “Don Ignacio, usted que recorre tanto Chiloé, ¿no le pasó nada en el choque de Castro?”, le preguntó preocupada. “Son así de cariñosos. Se crean muchos lazos”, cuenta. Y de historias como ésta tiene montones.
Después de todo el recorrido, el hotel se empezó a llenar de artesanía en madera, tejidos en tonos neutros –sólo usaron tintas naturales– y piezas de cestería. Además compraron materiales en Chiloé y mandaron a hacer muebles a Santiago, siempre con la idea de crear cosas simples, sencillas y que fueran realmente chilotas. La tarea la lograron con creces; estar en el Refugia es como tener lo mejor de Chiloé en un solo lugar. La magia de sus historias, la artesanía impecable, los paisajes y, por supuesto, la gastronomía.
Con los mejores mariscos y pescados, papas de todos colores y unos corderos preparados por los que realmente saben, era imposible no lograr platos de primer nivel. Para asegurarse de tener sólo lo mejor, se asesoraron con chefs chilenos e internacionales para crear un menú que cambia todos los días.
Y así como Ignacio puso todas sus energías en recorrer la isla buscando artesanos, Patricio, su socio, se dedicó por completo a dar vida al hotel, sobre todo al barco que fabricaron especialmente para salir a navegar, una embarcación con capacidad para 25 personas: “Él es fanático de la navegación y se encargó de la construcción de la lancha chilota. La mandó a hacer en un astillero en Castro hace un año y medio y toda la instrumentalización es de última generación”, cuenta Ignacio. Hay paseos para salir a conocer las islas y otros pensados para disfrutar del paisaje tomándose un trago por la orilla del litoral.
El hotel va a empezar a funcionar a principios de septiembre con un sistema todo incluido: desde la comida a las excursiones, la idea es ir sin ninguna preocupación, a disfrutar.
Para seguir con el relax total, en el segundo piso, donde están las 12 piezas, tienen un spa con todo lo que uno podría pedir. Un sauna húmedo y otro seco, jacuzzi y masajes. Todos los productos que se usan fueron hechos especialmente para el hotel, con esencias naturales, olor a manzana y una base de murtilla.
Entre los paisajes que se ven en el barco, el relajo del spa, la gastronomía y las piezas con vista al mar, es fácil entender qué fue lo que llevó a estos dos amigos de infancia a crear este refugio chilote. “¿Te has fijado que cuando tú ves algo bonito en la naturaleza como que te pones alegre? Porque tú puedes ir a una exposición y ver un cuadro bonito, pero no es lo mismo. Es eso que pasa cuando ves una oveja comiendo una hojita al lado de un árbol precioso y te da como esa alegría interior: eso es lo que queremos transmitir de Chiloé”.