Su gracia no está en las playas, y las hay. No es como Sídney, el bullado paraíso surfista con estilo de metrópolis multicultural e instalaciones del primer mundo. Tampoco está cerca de atractivos globales, pese a que el paseo por el día al Great Ocean Road es un imán de turistas. El encanto de Melbourne es otro, uno mucho más cautivante y muchísimo más interesante.
Ubicada en el sureste de Australia y surcada por el río Yarra, le dicen de varias maneras: “capital cultural” y “ciudad de los jardines”, ambas descripciones muy acertadas. Carentes de magia y poco representativas del verdadero encanto de Melbourne, pero acertadas.
Porque esta ciudad, capital del estado de Victoria, es, entre otras cosas, base de la industria cinematográfica y musical del país; todo el año es sede de festivales, de comedia, ballet o diseño, rock, música clásica, pop o folk. Hay eventos para todos los gustos a los que siempre es fácil acceder trasladándose en un sistema público en extremo limpio y eficiente, compuesto principalmente de trenes, trams (modernos tranvías) y ciclovías. Muchas ciclovías.
Una de las cosas que más llama la atención es que sus habitantes son ciudadanos sonrientes, conscientes, amables y en definitiva, felices. Eso es lo que permanece como un dulzor en la boca después de la visita: la gente y su encandiladora empatía. Esa sonrisa desinteresada y simple amabilidad tan propia de los australianos también alcanza para uno, que anda de visita. Aparte, son todos guapísimos. El cliché podrá decir que el australiano promedio es un tipo hippie surfista y puede que muchos lo sean, pero la esencia del aussie street style visto en Melbourne es una combinación de sofisticación, desfachatez y mucha libertad de expresión.
¡Cómo no enamorarse de un lugar así! Una ciudad donde el municipio contrata a los grafiteros para decorar las casetas de electricidad de las esquinas y les da permiso para intervenir los callejones del centro. ¡Lógico que tienen derecho a hacerlo! Si quieren y necesitan un espacio para expresarse, ¿por qué no otorgarlo? Ordenadamente, claro. Y ni una pizca de tinta fuera de lugar.
Aquí el street art es un asunto serio. En 2007 el gobierno regional impulsó un programa en las escuelas titulado “Make art, not tags” diseñado para que los niños aprendieran la diferencia entre el grafitti (las marcas o “firmas” que dejan en las paredes) y aquello que puede ser considerado arte callejero. En casi toda la ciudad se pueden apreciar diferentes intervenciones artísticas, aunque las áreas principales son los barrios de Brunswick, East Brunswick, Collingwood, Melbourne City Center, Fitzroy, South Yarra y St. Kilda.
El respeto por el trabajo de los artistas que dejan su huella en los muros y edificios de la ciudad está más que claro. De hecho, para referirse a ellos en masa se habla de “la comunidad creativa de Melbourne” y hoy la discusión es qué medidas se deben tomar para conservar más y mejor estos coloridos trazos.
Paradas obligadas
Una de las primeras cosas que el buen turista debe hacer en Melbourne es ir al Eureka Skydeck; mide casi 300 metros y permite, obviamente, una vista panorámica a la ciudad. Ubicarse y trasladarse es siempre fácil porque el tren o el tram (tranvía) llega a cualquier punto, por alejado que sea. Hay que poner mucha atención, eso sí, a los horarios de salida y llegada, que están muy bien definidos; sobre todo en la noche, ya que si pierde el último tren o tram, ahí queda. Hay taxis, pero son una opción cara y poco común.
El segundo lugar imprescindible en el itinerario es Federation Square. En vez de decir downtown para referirse al centro, acá le llaman Central Business District (CBD) y con eso hacen referencia a la zona menos residencial y más activa en lo cultural y económico. Allí nos topamos con ese hito (un centro cívico) y en la vereda del frente a la emblemática Flinders Street Station, que data de mediados del siglo XIX y está completamente operativa.
El que ame la arquitectura va a enloquecer con la yuxtaposición de edificios modernos y fachadas victorianas. ¿Quién dijo que el desarrollo y la conservación de edificios históricos no podían convivir? Acá lo hacen de una manera respetuosa y bella. Otros hitos son la imponente catedral St. Paul’s, el Royal Exhibition Building y el Forum Theatre, un venue espectacular que desde los años 30 tiene música en vivo. Después de todo eso y para descansar, hay que encaminarse al Southbank, paseo peatonal de la vereda sur del río Yarra cuya iluminación nocturna es especialmente atractiva.
Ahora, más allá de sacar la foto en el edificio típico, interesa perderse un rato, tal como lo recomendaba una de las campañas publicitarias de la ciudad: Lose yourself in Melbourne. Y con justa razón. Es ahí cuando uno se va encontrando con adorables stencil en lugares precisos, angostos callejones, callejuelas y pasillos donde hay pequeñas tiendas boutique, restoranes, pubs y cafés. Aquí les llaman city laneways y la mayoría de ellos están en el CBD a lo largo de las calles Swanston y Elizabeth.
Imperdible es Hardware Lane, Degraves Street y por supuesto el Cherry Bar en AC/DC Lane (llamada así en tributo a la banda australiana).
Melbourne tiene una fascinación especial por el café, y es imposible (lo comprobé) encontrar una cafetería mala. No existe. Para desayunar un rico latte hay que instalarse en las afueras del Queen Victoria Market, que ocupa varias cuadras y también es un hito del CBD. Otro lugar para perderse un buen rato porque hay de todo. Productos frescos como carnes y mariscos, frutas y verduras, todo un galpón de productos orgánicos, otro dedicado a la ropa y los zapatos y los más variados souvenirs. El Queen Victoria Market está abierto todos los días y, durante el verano, los miércoles se transforma en un entretenido mercado nocturno.
Verdes y pedaleros
Alejados del CBD, en los barrios Brunswick y Brunswick East también abundan los restoranes y bares, pero como es una zona residencial tiene otros encantos. En árboles, postes y estacionamientos de bicicletas hay trazos de yarn bombing (un tipo de intervención urbana que usa lana en vez de pintura) y uno se topa con las entretenidas Op Shops, donde de todas maneras conviene invertir una mañana completa. El nombre viene de Oportunity Shops (la tienda de la oportunidad o la ganga): locales de ropa y objetos usados cuyas ganancias van 100% a caridad. Es básicamente el paraíso de los cachureros: la gente lleva ahí las cosas que ya no usa, desde chalecos y vestidos hasta cosas de casa como lámparas, sillones y mesas. Los donan a la tienda (que de todas maneras hace una selección) y uno los compra a un precio ultra conveniente. ¡Reutilización al máximo! Fascinante, para pasar horas buscando un pequeño tesoro para llevar de vuelta.
En Brunswick East hay que recorrer Lygon Street para profundizar en el espíritu ecológico y sustentable de Melbourne. Ahí hay una sucursal de Organic Wholefoods, una cadena nacional de supermercados que tiene sólo productos amigables con el planeta, fair trade, libres de gluten, etc. También hay varias tiendas que van en esa misma línea, como Bee Sustained, un local precioso de un emprendedor local de miel y productos apícolas orgánicos que además tiene manuales y equipamiento para empezar a construir una vida autosustentable, instrucciones para saber cómo producir tu propia comida en casa y ese tipo de iniciativas para los que se preocupan por su impacto medioambiental. Pero dentro de la ruta ecológica de este barrio lo que más destaca es CERES, el Community Environment Park. Una organización sin fines de lucro con un foco educacional instalada en cuatro hectáreas que solían ser un vertedero. Ahora, en ese terreno florece una comunidad amigable con el planeta que alberga cafés, una feria, una guardería y por supuesto un programa regular de talleres y charlas.
Definitivamente, uno de los encantos de la ciudad es su preocupación por el impacto ambiental y esto se refleja en la gran importancia que tienen las bicicletas. Aquí, pedalear es un medio de transporte hecho y derecho y las ciclovías están de verdad en todas partes. Para hacer un paseo entretenido hay que recorrer el City trail completo: una ciclovía que da vuelta a la ciudad y pasa por parques hermosos, bosques y recorre el borde del río Yarra.
Todo sería perfecto en Melbourne si no fuera por su clima endemoniado. Quizás exagero, pero es cierto que hay que adaptarse. Cuando estuve allá me di cuenta que cada día, al momento de vestirme, tenía que tomar una decisión crucial: ¿pasaré frío o pasaré calor? Porque acá los veranos son calurosos, pero en 20 minutos se cubre el cielo, sopla viento y se larga a llover intensamente. Y por más que revises el pronóstico, fijo que vas a pasar frío o calor. Según lo que decidas en la mañana. ¿Vestido y balerinas? Rico mientras brilla el sol, frío asegurado cuando empiece el viento y la lluvia. ¿Jeans y zapatillas? Calor a todo sol y comodidad bajo la lluvia. La esquizofrenia climática es el único punto en contra porque, fuera de eso, ¡Melbourne es una maravilla!