Sí. Martín era llorón. Y mucho. Pero su mamá tuvo la gentileza de cambiarle el nombre para no exponerlo. No fuera cosa que esto significara un nuevo motivo para seguir llorando. Así como Martín, también hay un Agustín, una Magdalena, una Margarita, una Carola y una larga lista de personajes y canciones marcadas a fuego en la memoria colectiva de nuestro país. ¿Las responsables? Carmen Lavanchy, Cecilia Alamos, Victoria Carvallo, María de la Luz Corcuera (Lulú), Verónica Prieto, Michelle Salazar y Cecilia Echenique. Siete estudiantes del Instituto de Música de la Universidad Católica que a principios de los años 80 formaron Mazapán, una aventura que voló tan alto como el lindo globito de rojo color.
Sus canciones son inconfundibles, su talento indiscutido y la delicadeza de su armonía, notable. Musicalmente su obra es intachable, sus arreglos estimulan a grandes y chicos y sus letras son producto de sus propias percepciones, recuerdos, vivencias, pensamientos, sentimientos, sueños, juegos, penas y alegrías. Son capaces de sacarle magistralmente sonido desde una flauta, hasta una viola de gamba, pasando por una guitarra, todo tipo de instrumentos de percusión y hasta clips para sostener papeles. Artistas de pies a cabeza, no es difícil entender que para ellas el secreto de su éxito radique en el profundo amor y respeto que tienen por la música.
Érase una vez
La historia de Mazapán partió de la mano de Carmen Lavanchy, una joven y aventajada estudiante de Música que con el fin de oír cómo sonaban en vivo algunas canciones infantiles que había compuesto, congregó a otras seis estudiantes de su instituto. “Sencillamente quería escuchar sus creaciones, no había ninguna intención tras esta convocatoria. Pero sonó bien. Tan bien, que nunca más nos separamos”, comenta Verónica. De este experimento surgió, en octubre de 1980, su primer disco: Cuento y canciones infantiles, del sello SyM, propiedad de las hermanas Sonia y Myriam Von Schrebler. Estas dos famosas cantantes, que dominaron la escena musical chilena de mediados del siglo pasado, fueron las únicas en creer en este proyecto. Su apuesta permitió el lanzamiento de Mazapán y de un disco inédito para un país donde el repertorio para niños se reducía al Caballito blanco y Los pollitos dicen. Así, éxitos como La vaquita loca, La cuncuna Marta Luna y El grillo destronaron los que hasta entonces eran los únicos hits infantiles.
“Recuerdo que repartimos nuestro primer cassette por todo Santiago, nos paseamos por todas las radios y canales de televisión. ¡Si hasta le dejamos uno a Julito Martínez para que nos oyera y nos hiciera propaganda!”, recuerda entre risas Cecilia Alamos. Y agrega: “El único que acusó recibo fue Canal 7, que nos pidió que nos hiciéramos cargo de la música de un programa infantil conducido por Gabriela Velasco que se llamaba El rincón del conejito”.
La televisión fue una plataforma de gran utilidad para estas jóvenes músicas y madres que entre la casa, las guaguas, las mamaderas y los pañales convirtieron a Mazapán en un grupo con una de las discografías más ricas de la música reciente de nuestro país. Fueron años de mucho movimiento, porque sumado a los discos (en tres años lanzaron cuatro), estuvo Teleduc, donde se hicieron cargo de la música de un programa específico, y después Masamigos, primero emitido por Teleonce y luego por Televisión Nacional. “Marta Blanco, directora del Canal 11, nos propuso que hiciéramos un programa de televisión.
Absolutamente en pánico, nosotras le ofrecimos humildemente una cancioncita para ser emitida todas las noches antes de que los niños se acostaran. Y recuerdo que ella nos dijo: ‘No han entendido nada, yo quiero un programa de al menos 20 minutos todos los días”, recuerda Michelle Salazar. Así nació Masamigos, un material completamente nuevo para la época,
que estuvo dos años al aire. “Aquí también el rol de Carmen Lavanchy fue esencial, porque tenía muchísimo material, gran cantidad de canciones e ideas que moldearon el programa”, asegura Lulú.
Pero son sin duda las presentaciones en vivo las que reflejan el éxito y el cariño de su público. “Nuestra primera presentación fue en la Corporación Cultural de Las Condes. Las siete súper concentradas, ninguna se movía y con suerte mirábamos hacia adelante porque no le sacábamos los ojos a las partituras”, recuerda Michelle. Y Verónica agrega: “No sé si por suerte o desgracia, en ese concierto estaba nuestro profesor don Carlos Botto (Premio Nacional de Música 1996), quien furioso nos retó por el excesivo uso del ito y por nuestro afán de escondernos detrás de las partituras. Nos dijo que debíamos aprendernos de memoria toda las canciones, cosa que todavía no logramos hacer”. Sea como sea, de las tímidas mujeres de largas polleras escondidas tras los atriles queda poco (sólo las partituras), porque hoy son verdaderas artistas, que no le temen a la actuación, a los disfraces, ni a las enormes masas de público que congregan.
Más allá de la música
Amigas, compañeras, socias y confidentes, estas mujeres han pasado toda una vida juntas y mientras sigan disfrutando con lo que hacen, aseguran que continuarán haciendo música. “Lo pasamos muy bien cantando (y no cantando también)”, afirman. El único cambio en el equipo fue el 2000, con el alejamiento definitivo de Cecilia Echenique, quien se embarcó en su carrera de solista. Otro cambio, pero menos drástico, fue hacia 1985, cuando Carmen Lavanchy dejó de actuar con regularidad del grupo para concentrarse en la composición, en las grabaciones y en la dirección, labor que realiza hasta el día de hoy.
Aquí no hay divas ni mandonas y cada una tiene su rol. Según Victoria, al principio eran súper mateas y rigurosas, cada una tenía una tarea específica y nada más que esa. “Por ejemplo: yo tocaba la guitarra y punto. No podía ni abrir la boca para cantar ni agarrar un cascabel. Hoy nos hemos chasconeado mucho más y la idea es justamente que todas cantemos
–aunque sea a correazos– y hay permiso para experimentar con todos los instrumentos”.
Aunque muy afiatadas, la individualidad de cada una está marcada en cada canción. Tanto, que en su página web (www.mazapan.cl) cada una de las integrantes está presentada de manera específica. Cecilia Alamos es La Voz (“la toz”, según ella hace algún tiempo). Y, fuera de bromas, este calificativo se debe a su precioso timbre vocal, y su alto registro. Según sus compañeras, cuando Cecilia Echenique dejó el grupo –ella era La Voz original– la Cecilia agarró papa y se quedó con este título. Victoria Carvallo es Manitos de Plata, por su impresionante talento para tocar cualquier instrumento de cuerda; la Lulú es La Pianista y además, “lejos la más afinada de todas”; Verónica es La Vestuarista, ya que impone el buen gusto y la parte estética, además de su preciosa voz aguda y su inalterable calma. Michelle Salazar es La Creativa y a juicio de todas el motor del grupo. Ella es la que hace los guiones para los recitales, es una actriz innata y toca muchos instrumentos. Finalmente Carmen Lavanchy, apodada por ellas como Carmen Bach, es la Directora Musical y Espiritual del grupo.
Sin embargo, son unas convencidas de que esa cosa “semiprofesional” es la que más le gusta al público. Esa que las llena de anécdotas divertidas y chascarros en vivo que las hace ahogarse de la risa. Como por ejemplo, la vez que la Cecilia se cayó del escenario en la mitad de una actuación en Viña; o aquella en que se les quedaron las baquetas de los tambores en el hotel y tuvieron que tocar con ramitas que recogieron del jardín; o cuando en plena grabación de Masamigos, Verónica pasó caminando con su vaca al revés (imagen que quedó grabada porque no había tiempo para corregir). “Los condoros son parte de nuestra vida cotidiana y eso que le ponemos harto empeño”, reconocen.
Pero, la verdad sea dicha, lo de semiprofesional es bastante relativo, considerando que suman a su haber más de 200 canciones, 15 discos y más de 15 libros, diez de ellos de partituras con sus respectivos discos. Además se reconocen sumamente exigentes en lo musical. Cada melodía, cada acorde, cada letra, cada ritmo tiene un trabajo por detrás en el que participan todas. Y el objetivo es muy sencillo: “Cuando escuchas una canción bien hecha, bien lograda y que además es buena, cualquier persona puede enganchar con ella. Por eso insistimos que no sólo le cantamos a los niños, sino que a toda la familia”.
El último recital de Mazapán, Viajando con Mr. Pugh, en septiembre pasado, fue todo un éxito. Las tres funciones no fueron suficientes para satisfacer la demanda de verlas actuar en vivo y, una vez más, volvieron a pedir la Cuncuna amarilla desde la primera canción. “Más de una vez hemos pensado cantarla 17 veces seguidas y ya está. Es, sin duda, el top one de nuestro repertorio”.
Es justamente este público fiel, incondicional y transversal –niños, jóvenes, padres, abuelos– el que más las anima a seguir cantando. “Son muchos los jóvenes que se nos han acercado para rogarnos que sigamos o para agradecernos el haberlos inspirado para estudiar música o pedagogía. Más de alguien nos ha dicho que de niño, el programa Masamigos era el único momento rico y calentito del día. En una oportunidad una madre nos agradeció el haber sanado a su hijo a través de nuestras canciones. Cosas realmente increíbles, que nos reafirman que la música hace milagros”, aseguran emocionadas.
El domingo 8 de diciembre Mazapán dará un concierto gratuito en Casas de Lo Matta a las 19:00 horas.