Lo que pasa dentro de esta casa es un verdadero misterio. Fue concebida literalmente como un búnker para alojar por temporadas a sus dueños, quienes por seguridad, para mantener la privacidad durante su estadía y protegerse del viento, querían una construcción cerrada al exterior.
El joven y reconocido arquitecto Cristián Izquierdo Lehmann fue el encargado de este proyecto ubicado en el kilómetro 451 de la Panamericana Norte, a pocos metros de la playa de Morrillos. Con uno de los dueños como co-autor –“trabajamos juntos de principio a fin”, dice– y una única cuadrilla de carpinteros a cargo de todo (no se externalizó nada), levantaron un sólido refugio sobre la arena.
La Casa Morrillos tiene una estricta relación con el terreno y por lo mismo es que a pesar de ser una construcción potente visualmente, no parece haber “aterrizado” sobre el paisaje. “La vegetación del lugar es escasa; no hay grandes árboles, los arbustos no dan sombra, y eso nosotros no lo quisimos alterar”, explica el arquitecto. En cambio optaron por patios interiores que permitieran a sus dueños tener esa vida de terraza tan propia de la playa, pero en armonía con el paisaje semi desértico de la zona. La única intervención que se hizo –mínima, por lo demás– fue crear senderos hacia la playa, usando las plantas existentes como guía.
Uno de los aspectos más importantes para Izquierdo es la organización interior, algo que él llama “coreografía”. “La arquitectura pre-hecha intenta crear muchos espacios que sean bien distintos entre sí: que el comedor sea una cosa, el living otra, la salita otra… y se esmeran en hacer resaltar esas diferencias mediante puertas, materiales, hasta colores. Soy muy de trabajar con plantas abiertas y centralizadas porque veo que la vida doméstica se hace de una manera más conjunta que lo que a veces creemos”. Al igual que otros de sus trabajos, esta casa la proyectó en cruz, donde el centro lo ocupa la cocina y en cada esquina hay un espacio –tres piezas más el living– con su propio baño y patio interior.
Como material sólo usó madera de pino sin nudos, lo que hizo que la arquitectura ganara en radicalidad. “Todo el trabajo lo hicieron cinco carpinteros de Coquimbo: desde los marcos de las ventanas a las vigas a los muebles de cocina. Eso le dio también integridad a la construcción, y por supuesto hizo que el proceso mismo fuera mucho más fluido”, recuerda Izquierdo.