Nadie se sorprendió tanto como la misma Cazú Zegers cuando se enteró que la antigua casona que estaba a punto de transformar en hotel había sido levantada por su propia familia. Era 1929 y el famoso arquitecto Eduardo Costabal Zegers, su tío abuelo, junto al ingeniero de estructuras Alfonso Zegers Baeza, su abuelo, tenían la misión de construir una casa para Ana Zegers, también tía abuela. De estilo neogótico, el edificio ubicado en la calle Huérfanos mantuvo su carácter residencial hasta que fue convertido en oficinas comerciales, estudio de abogados y luego abandonado. Recién el 2010 sus nuevos dueños decidieron convertirlo en hotel.
El Hotel Magnolia –que debe su nombre a un árbol de esta especie que crece justo en frente– fue como un imán apenas abrió sus puertas a mediados del 2016. En pleno centro de Santiago y a pasos de los barrios Lastarria y Bellas Artes, no hubo turista que dejara de postear en las redes fotos de su fachada, el estar, los muros con ladrillos a la vista y más. En poco tiempo apareció además publicado en el New York Times y en las revistas Hospitality Design y Surface. Fue un buen comienzo, sobre todo considerando que uno de los objetivos que se planteó la arquitecto fue devolverle a esta casona su carácter de centro social, un espacio para la reunión y la conversación. Con su particular visión sobre el territorio y un respeto por el patrimonio, Cazú Zegers siempre ha buscado que su trabajo impacte más por las experiencias que es capaz de albergar que por lo materialmente visible. Y como suele pasar con la gente realmente talentosa, logró las dos.
El primer desafío que enfrentó su equipo fue el de “hacer crecer” el edificio en tres pisos, lo que implicaba una importante decisión con respecto a la fachada original. Optaron por tomar una foto de los pisos uno, dos y tres e imprimirla de manera invertida sobre vidrio, con el fin de hacer patente la relación entre tradición y modernidad. El paso siguiente fue iluminar el interior; como cualquier construcción de la época, la casa tenía muy poca luz. El equipo dejó la construcción original intacta, pero botó algunos muros para crear circulación y dar coherencia al espacio. Para eso abrió los tres patios existentes y se hicieron dos nuevas escalas en torno a las cajas de ascensores, que también se concibieron como patios de luz. Con eso el panorama cambió radicalmente: el edificio adquirió calidez y vida. En los pasillos se reutilizaron los pisos antiguos para revestir los nuevos muros mientras los existentes fueron raspados para dejar a la vista los antiguos ladrillos.
El corazón del proyecto –aún no finalizado– es la terraza ubicada en la cubierta del edificio. Es ese espacio el que le da perspectiva al edificio y lo relaciona con su entorno: las montañas y el cerro Santa Lucía en particular. Y es que el trabajo de Cazú está siempre ligado al lugar. “El rol del arquitecto no es sólo pensar el espacio, sino quién es el usuario”, dice. Por eso es que quiso rescatar esa bohemia y efervescencia que existió en los 50 y 60 en torno a esta casona para que el hotel se transforme en un lugar donde se presenten libros, se converse, haya vida cultural, intelectual, social. Un lindo regreso a sus orígenes, pero con una mirada contemporánea.