Ubicado en plena Plaza de Armas, el Museo Histórico Nacional (MHN) reúne diversos objetos patrimoniales, que van desde vasijas precolombinas hasta una grabación de Los Prisioneros, para dar a conocer y comprender la historia de Chile. Pero solo una pequeña parte de su colección es lo que se exhibe de martes a domingo, el resto se almacena en un edificio cuya ubicación se mantiene en secreto, bajo estrictos protocolos de conservación y seguridad.
Es una tendencia: los museos suelen ser tener depósitos externos para salvaguardar las piezas de sus colecciones y el MHN no es la excepción. En su reserva –cerrada al público, pero abierta exclusivamente para nosotros–albergan cerca del 70% de las piezas de la institución. Ahí, las conservan para que puedan resistir el paso de los años.
Entrar a la bodega de la historia de Chile es un recorrido fascinante. Con paredes llenas de cuadros que esconden su arte bajo telas blancas, mobiliario de cientos de años cubiertos por fundas hechas a la medida en cartón blanco o piezas de artesanía guardadas en pulcros cajones, el recorrido por estas instalaciones es revelador y se siente como un museo incógnito; un secreto muy bien guardado.
Para ingresar hay que cumplir con un riguroso control y registro, solo se puede acceder dejando en la entrada las pertenencias personales y quienes trabajan ahí lo hacen con zapatos especiales y guantes para tocar cada pieza.
En este lugar oculto de la ciudad, nada es al azar: la temperatura es la adecuada, la humedad está controlada, en algunas de las galerías hay luz natural, y en otras no. Y todo, absolutamente todo, está perfectamente clasificado y enumerado para ser encontrado rápidamente.
La responsable de todo esto es Carmela Guarello, conservadora del Museo Histórico Nacional, quien llegó a este puesto el año 2017, cuando comenzó a rearmar el lugar. “Tuve que preguntarme cómo enfrentar la conservación, reorganizar todo –la circulación al interior era muy difícil–, optimizando el espacio para que todo estuviese ordenado y de fácil acceso”, cuenta. Su gran orgullo es que ahora todo está perfectamente etiquetado y en solo tres minutos pueden localizar cualquier pieza. Ella sabe perfectamente dónde está cada cosa y es la responsable de su cuidado: el embalaje se limpia, no se debe acumular polvo y se revisa periódicamente que no haya plagas.
“La conservación es como la medicina, hay que estar constantemente estudiando, actualizando técnicas y materiales. Hay que cuidar los elementos que aquí tenemos para que las futuras generaciones los conozcan, eso es lo que nos motiva: contar la historia a través de estos objetos”, sentencia Carmela.
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Este reportaje fue publicado en ED Habitar I.
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