Hay quienes afirman que el buen gusto en decoración es algo que se tiene o no se tiene. Soledad Silva le imprime un sello a sus casas, no importa si se instala en Santiago, Buenos Aires o en India. Vivió en una seudo comunidad en el camino a Farellones, en una de las primeras casas proyectadas por el arquitecto Mathias Klotz, “donde todo era abierto, simple y en el piso” –puntualiza–; algo parecido hizo en su paso por Pune (Maharashtra), en la época que siguió a su maestro Osho; en Buenos Aires volvió a lo más tradicional, en una casona de mediados del siglo XIX en San Isidro y en el country más antiguo de Argentina, en Tortugas. Ya de vuelta en Chile, su opción ha sido clara, pequeños departamentos con un sólo dormitorio.
En este lugar apenas lleva viviendo algunos meses. Estaba muy instalada en un departamento frente al Parque Bicentenario, incluso lo había remodelado, cuando su hija, la decoradora Francisca Goycolea, le comentó de él. Había pensando en una antigua construcción, de cielos altos y totalmente abierta; algo pequeño. Lo visitó y se enamoró, a pesar de que era nuevo.
Donde se mire, se ven las copas de añosos árboles. Cuenta con una amplia terraza que recorre todo el lugar en forma de L, y aunque nadie lo crea, el diseño interior, de líneas contemporáneas, había sido proyectado por el arquitecto de la inmobiliaria como si la hubiese conocido. Una altura de piso a cielo de 2,90 metros, un living comedor y cocina integrados –tal como a ella siempre le ha gustado–, un escritorio conectado al living por dos puertas correderas, y al otro extremo del departamento, en un área más privada e independiente, su dormitorio en suite.
A Soledad, Chol o Sharda, como le dicen sus amigos, no le gustan las complicaciones. No fue mucho lo que se trajo de los años que vivió en Buenos Aires, sólo su cama dosel y poco más. Dice que se acostumbró a la cosa más limpia. “No me gustan los departamentos recargados”, explica. Tampoco tiene susto a lo nuevo ni a experimentar. Puede mezclar con arte y maestría lo que a muchos le resultaría casi imposible, como prints y estampados tan clásicos como los toile de jouy, paisajes chinos, motivos art decó, las coloridas alfombras de Edgard von Schroeder y piezas bien chilenas como las clásicas sillas de campo con asientos de paja y muebles de estilo.
Quizás es ese gen que se hereda, pero que también se inculca. Chol recuerda que su abuela era una arquitecta innata, siempre estaba abriendo vanos y los espacios. Su madre, en cambio, era de las que siempre tenía un lápiz y papel, esbozaba cada puesta en escena de su dormitorio y le decía: “¿Te gusta este color? ¿Cómo crees que queda mejor la cama? ¿Acá o allá?…”. Quizás sea por eso que sus cuatro hijas nunca sabían a qué casa iban a llegar después de las clases en el colegio. Un día cambiaba el orden de los muebles, al otro podía intervenir alguno de ellos, luego pintaba la entrada de color rojo –su favorito– o el living totalmente verde. Hoy sigue igual.