Para esta numerosa familia, el invierno se vive intensamente en este refugio en La Parva. No hay fin de semana que no suban, aprovechando la nieve y el exquisito departamento que tienen en el último piso de un ochentero edificio.
“Es el lugar en donde más nos gusta estar en invierno, más allá del deporte, es el ambiente acogedor y relajado que se vive en él. No hay nada más rico que un buen asado, una buena película y para qué decir de esas largas tardes jugando cachos y cartas juntos en familia. Siempre en compañía de muchos amigos”, cuenta la dueña de casa.
El hecho de que su hija menor entrene hace varios años en el Club Andes los hizo comprometerse como familia a acompañarla, pero el enamoramiento con la nieve partió mucho antes, 20 años atrás, cuando las vacaciones de invierno las comenzaron a pasar en casa de una amiga de la familia. Sumando y restando eran casi dos decenas de personas, una gran patota, entre los hijos de ellos y los de la dueña de casa. Al final, el ambiente tan agradable que se generaba se tradujo en una “gran inspiración” para que se decidieran por fin a comprar su propio refugio para continuar con aquellas escapadas a la cordillera.
El nuevo lugar era estándar. Los tres dormitorios, living comedor, cocina y dos baños no bastaban para los dueños de casa y sus hijos, de muy diferentes edades. Claramente necesitaban sacarle más partido a los 230 metros cuadrados que tenía. Esa fue la tarea que le encargaron al estudio de arquitectura, diseño interior y decoración de Max Cummins, y él lo supo de inmediato al pisar el departamento. “Definitivamente no mostraba su potencial”, recalca el arquitecto.
La atmósfera debía ser de profunda serenidad, donde el silencio los calmara luego de una semana inmersos en la intensa vida de ciudad. A esa conclusión llegaron en conjunto con Cummins. El resto fue mantener todo el sabor de un clásico refugio en la montaña, pero refrescándolo con una personalidad contemporánea y haciéndolo inexorablemente confortable, acogedor y con un carácter tipo spa, con espacios de doble altura, silenciosos y calmos. Un nido que albergara las ganas de pasarlo bien, estar en familia y que convocara esa necesidad de aprovechar al máximo la oportunidad de tener este refugio.
El interior se rehizo por completo para hacerlo habitable para esta gran familia. Se demolió todo con el objeto de dejarlo como una planta libre y luego darle una nueva vida acorde a la dinámica familiar. Se sacó provecho a los 4,30 metros de alto para rescatar la doble altura y potenciar el living, así como también lograr que este departamento se transformara en dúplex.
La reconversión logró repartir el lugar en dos plantas: abajo, una cocina cerrada y patio de servicios, un living con doble altura y comedor, más cinco dormitorios; arriba, un estar y segunda kitchenette, la cual funciona de manera totalmente autónoma, y otra pieza de niños.
Los materiales que eligió el arquitecto debían trabajar muy bien con el ruido. Alfombras especiales, madera dilatada y un revestimiento entre ésta y los muros fueron algunos de los que se ocuparon. Todo con el objetivo de “mejorar la aislación acústica y proyectar ese templo de silencio que los propietarios buscaban”, cuenta el arquitecto.
La madera es el hilo conductor en todos los espacios. El resto de la ambientación se armó con texturas con personalidad, muebles hechos a medida y funcionales acorde a la gran familia que son, y pocos objetos decorativos. La paleta de colores y el trabajo de iluminación terminaron por generar un gran dramatismo, ese contraste entre el interior que cobija y el ímpetu de la majestuosa montaña.
Es la increíble vista a gran parte de Santiago, El Colorado y Farellones y a la pre-cordillera en general, desde la pieza principal, lo que este matrimonio más disfruta. “No hay nada más bonito que ver la puesta de sol…”, comenta la dueña de casa. En cambio para sus hijos, la independencia de la sala de estar en el segundo nivel lo es todo.