Un living en paleta neutra, con pocas cosas y todo perfectamente ordenado. Muebles minimalistas y objetos cuidadosamente seleccionados en tonos beige. Se ve bien, resulta armónico, pero también se siente un poco frío. Como un departamento piloto: sin historia, sin huella personal.
En respuesta a esa estética impoluta —que durante años dominó revistas, redes sociales y tableros de inspiración— resurgió el maximalismo. Esta corriente decorativa, que tuvo su auge en los años 70 y luego en los 80 con el impulso del diseño postmoderno, propone lo contrario al “menos es más”: aquí todo suma. En los últimos años ha vuelto con fuerza como una forma de expresión más libre, lúdica y personal, frente a la frialdad muchas veces asociada al minimalismo. Y junto a este regreso, han aparecido nuevas versiones que reinterpretan su espíritu desde otros ángulos, como el grandmillennial, el cottagecore o el cluttercore.


Este último, también conocido como “desorden intencionado” y con influencias de los estilos bohemio, vintage y ecléctico, se caracteriza por ser alegremente caótico, menos calculado y mucho más genuino. Pone en el centro algo que muchas veces se olvida al decorar: la historia de quienes habitan el espacio. Así, integra recuerdos de viajes, colecciones de objetos, retratos familiares, antigüedades y curiosidades. Incluso, en las versiones más audaces, aparecen peluches, muñecas y otros objetos que remiten directamente a la infancia, rescatados no solo por nostalgia, sino también por el encanto visual y emocional que aportan.
Gracias a esta tendencia —que algunos han llamado una “rebelión contra la estética limpia de Marie Kondo”— las fotos de las vacaciones ya no tienen que estar escondidas en un álbum lleno de polvo, la colección de tazas heredadas de la abuela ya no se luce solo cuando los invitados toman café: con el cluttercore todo sale a la vista y se exhibe como parte de la decoración. El resultado es un espacio más íntimo, nostálgico y hogareño. Y eso es justamente lo que diferencia del maximalismo, en que este es una declaración de estilo, muchas veces vinculado a la moda, lo barroco, lo excéntrico. El desorden intencionado, en cambio, busca crear un refugio emocional, no impresionar.
El término comenzó a popularizarse en 2020, durante los confinamientos por la pandemia del COVID-19. Su difusión masiva se dio a través de la plataforma TikTok, donde usuarios comenzaron a mostrar sus espacios desordenadamente decorados, defendiendo la idea de que rodearse de cosas que uno ama puede ser reconfortante, especialmente en tiempos de incertidumbre.
La directora de arte y decoradora de interiores Josefina Petrinovic lo resume así: “Me encanta esta tendencia, soy una fanática del ‘más es más’ donde se puede jugar y mezclar colores, patrones y texturas sin miedo. Siento que hace de las casas un lugar único y acogedor que representa a los que viven ahí”.
No es del gusto de todos porque para muchos suena a acumulación desmedida, pero lo cierto es que el cluttercore funciona bajo otra lógica: cada objeto tiene una razón, una historia y un lugar. No es un homenaje al mal de Diógenes, sino una forma de componer con lo propio. Una manera de dar valor a lo cotidiano y construir belleza a partir de lo personal. “No se trata de acumular, es darle un sentido a los espacios”, dice el arquitecto y diseñador de interiores Hugo Grisanti, quien se siente muy identificado con esta tendencia.
¿Cómo incorporarlo en las casas para que efectivamente funcione? Grisanti sugiere “mantener una paleta cromática para no saturar el espacio”. En la misma línea, Josefina Petrinovic propone “basarse en un color que sea el hilo conductor de la composición, ya que eso hace que a la vista se vea armónico”. Además, hace un llamado a darle un espacio especial al coleccionismo: “si tienes una colección de tazas o vajilla preocúpate de ponerla en una bonita vitrina o colgar los platos en los muros”. Como tip, antes de crear cualquier composición en la pared, sugiere usar papeles del tamaño de los objetos, para probar distintas disposiciones antes de intervenir el muro.
Eso sí, Grisanti pone paños fríos al exceso: “Es importante dejar espacios libres, generar ciertos vacíos dentro de esta estética. Otra opción es usar esta estética en algunos lugares y dejar otras áreas más despejadas”.