La Carlota, una alegre golden retriever, mueve la cola sin parar. Ella es la que da la bienvenida a todos los que llegan a la casa de Paula Parot. Casi parte del inventario, se le considera una hija más. En la entrada, una mesa del ebanista Cristián Donoso hecha a medida y una alfombra calipso con blanco forman la primera imagen. De fondo, un ventanal, que da a una fuente de agua con peces, es la antesala del jardín verde intenso que se luce con sus árboles frondosos bajo el sol de primavera.
Paula y su marido Pato, junto a sus cuatro hijos, llegaron a esta casa hace casi seis años. Fue amor a primera vista: la circulación y la luz que tiene todo el año, gracias a todas sus lucarnas, los enganchó desde un principio. La construcción, obra del arquitecto Gonzalo Mardones en la década de los 90, había estado abandonada y junto con él la remodelaron un poco, cambiaron los revestimientos y otros detalles chicos. Aun así, su esencia sigue siendo la misma: una casa llena de rincones y espacios para aprovechar en familia.
Los catorce años en los que Paula trabajó como productora de la revista VD ayudaron a construir su gusto y también esta casa. Esta es un espejo de todas las casas que ha fotografiado a lo largo de los años y de sus viajes. Es clásica, pero no tanto. Mezcla estilos, pero con cautela. La gracia está en la atención que le pone a los detalles. Estudió diseño en Chile y luego Historia del Arte en Estados Unidos. Allá hizo producciones para la tienda por departamento Bloomingdale’s y de vuelta en nuestro país, llegó directo a la revista ED. Aunque el gusto por las cosas bonitas lo ha tenido desde siempre, la producción fue su escuela. Llenó su casa de cosas que no la cansan, con colores neutros y otros más vivos en los cojines y papales murales. Tiene una salita, al lado del living, que es uno de los lugares que más la identifican. La mezcla es novedosa: un sofá de cuero que compró en Estados Unidos frente a una mesa de Enrique Concha, un cuero de cebra en el suelo, una chimenea, sobre ella un televisor y dos sillones tapizados con un género a rayas forman el espacio donde la familia ve películas y partidos de fútbol, lee el diario y hacen aperitivos. Así y todo,Paula no se decide por un espacio favorito. Le encanta la terraza y el jardín (remodelado por la paisajista Karin Oetjen pero obra original de Juan Grimm), la cocina la usan todos los días y su pieza es un espacio de descanso para toda la familia. El escritorio, el mismo que usaba su marido cuando estudiaba en Chicago, es SU lugar. Con sus apuntes, mural, computador y una terraza que mira a los árboles del jardín y más atrás los cerros, acá trabaja en todos sus proyectos. El último: MP TOUCH, una empresa de asesorías en decoración y compras, además de producciones de catálogos y revistas, que formó junto a su socia, la productora Macarena Fernández.
Llena de vida, los fines de semana la casa se llena de amigos suyos y de los niños. Como buena anfitriona, si hay algo que celebrar o algún evento, es la primera en ofrecerla. Le gusta la cocina, recibir gente y le fascina poner la mesa: “tengo una obsesión”, se ríe Paula. Usan los dos livings y el comedor que da a un patio junto a la terraza con una parrilla y una cama saltarina. Es entretenido para grandes y chicos.
Las piezas de sus niños son como ellos. La del mayor, Nicolás, que es ultra ordenado, tiene un espacio neutro con cada cosa en su lugar. La Clara, que es muy artista, remodeló su pieza hace poco en tonos grises, negro y blanco. “Me encanta como le quedó”, dice Paula. La Olivia, más pausada y dulce, como la describe su mamá, tiene un espacio en tonos grises y rosados. Y la Ema, que es la más chica del clan, tiene una pieza con más color. Así cada espacio representa la identidad de cada integrante de la familia.
La casa la ha ido armando con los años. Y se ha preocupado de tener cosas que perduren en el tiempo: muebles hechos a medida, lámparas de Restoration Hardware y varias obras de arte. En el comedor por ejemplo, una obra del pintor venezolano Jesús Soto se roba toda la atención. En amarillo casi fosforescente, Paula se enamoró de él hace un par de años en una galería. La primera vez que lo vio no lo compró, la segunda, al año siguiente, tampoco, hasta que al final no se pudo resistir.
Dulce y tranquila, se nota que Paula está agradecida del lugar donde vive. Con paciencia y tiempo –el proceso de decoración fue lento, le tomó años tener la casa como la muestra hoy– ha ido armando cada rincón asegurándose de que tengan personalidad, un look único. Le ha puesto toda su alma a cada uno de los espacios y por eso, se ve contenta. “Mi casa me produce una sensación de paz y eso me encanta”.