El Faro de José Ignacio es un pueblo chico donde no vive casi nadie. Lejos de las movidas y glamorosas playas de Punta del Este, en él no hay ni pubs ni vida nocturna. Todo lo contrario, cultiva un bajo perfil, la gente es amable, anda tranquila y, por lo mismo, se ha convertido en uno de los lugares más exclusivos de la zona.
En el sector de playa Mansa, que es igualmente tranquilo, está Playa Vik. Más que un hotel, sus dueños lo consideran un private retreat porque cada vez que llega un turista se transforma en amo y señor. El lugar no tiene sólo recepcionistas o empleados, sino que trabaja con lo que llaman experience concierges, quienes se encargan de ver con los huéspedes cuáles son los gustos e intereses y los acompañan durante toda la estadía. La idea es que cada persona se vaya del lugar con una experiencia diferente.
Fue construido el 2008 con el diseño del arquitecto Carlos Ott, quien se preocupó principalmente de que todos los materiales de construcción fueran amigables con el medio ambiente. Sus decoradores fueron nada menos que Alex y Carrie Vik, los dueños originales del terreno que decidieron probar suerte alojando a los visitantes y ofreciendo lo que tan bien conocen: la verdadera experiencia del rancho uruguayo.
Las seis casas que componen esta villa se distribuyen en L. Todas tienen la misma arquitectura moderna, siguen el estilo del pueblo y los techos tienen una terraza con flores silvestres uruguayas, pero cada una tiene su propio nombre y personalidad. Por ejemplo la Casa Mar, que es la más grande, está dominada por distintos tonos de azul que enmarcan perfectamente la vista que tiene desde su gran ventanal: mira directamente hacia el mar y a lo lejos se puede ver la ciudad de Punta del Este. Al centro de todo está La Escultura, el edificio principal que contiene cuatro habitaciones, además de un bar, comedor y living hechos para reunir a los visitantes cada día.
Hecha en titanio y con un imponente ventanal, su diseño impresiona: tiene una amplia terraza exterior, ideal para disfrutar un aperitivo junto al fuego, y una piscina en altura, de veintidós metros de largo que termina donde empieza el mar; durante el día su agua cristalina refleja las nubes y el cielo y en las noches proyecta un mapa celestial, como si fueran las mismas estrellas las que brillan en el agua. Es el lugar ideal para mirar la puesta de sol, que es conocida como la mejor del mundo por una sencilla razón: en el horizonte se puede ver la ciudad de Punta del Este y al sol esconderse detrás de ella.