Algunos la idolatran, otros la aborrecen. Es un símbolo de lo que muchos consideran un anacronismo aberrante del siglo XXI. Sin embargo, nadie queda indiferente ante su figura. La cabeza de la Casa de Alba, la XVIII duquesa de Alba, bautizada extensamente como María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay, es más conocida en estas latitudes por sus escándalos que por sus nobles actos.
Se dice que es la única católica eximida de arrollarse ante el Papa y en un minuto Oriana Fallaci afirmó que si esta mujer de 87 años llegase a coincidir en la misma puerta con la Reina Isabel II, tendría la preferencia. Es que tiene más títulos nobiliarios que ningún otro. Ella es 5 veces duquesa, 18 veces marquesa, 20 condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa, además de ser 14 veces Grande de España. “Soy Cayetana de Alba. Tengo otra media docena de nombres y unos cuantos títulos. A menudo se ha escrito que poseo más que ningún otro noble en el mundo”, ha dicho.
Y sobre estas mismas posesiones diseminadas por España hablaremos, sobre la hazaña de conservar y reconstruir un patrimonio histórico y familiar tan potente como el suyo. Es al interior de sus casas donde se siente el linaje de más de 500 años. Aquí la historia pesa y de eso no hay duda.
Dónde nació
Liria, en la ciudad de Madrid, es el palacio oficial. Es en esta construcción de 1779 donde se celebra la Navidad y cualquiera de los actos oficiales de los Alba. Símbolo perpetuo de nobleza, aquí aprendió Cayetana el rigor y la responsabilidad que recae con ello. El título nobiliario y la conservación del legado familiar van de la mano. “Liria transmite una lección de orden y de responsabilidad nobiliaria”, dice el arquitecto y autor de los textos del libro Las casas de Cayetana, Rafael Moreno.
En Liria se guarda la mayor parte de la que se considera la más extraordinaria colección privada de los viejos maestros en España, y tal vez del mundo entero. Solamente en esta mansión hay 249 óleos –de pintores como El Greco, Goya, Murillo, Rubens, Rembrandt o Velázquez–, 177 acuarelas, 137 miniaturas, 52 tapices, esculturas, y un archivo histórico valorado en 41 millones de euros. Su sola biblioteca contiene más de 30 mil libros, entre los que figuran los cuadernos de viaje de Cristóbal Colón, el último testamento de Fernando el Católico, la primera edición del Quijote de 1605, las capitulaciones matrimoniales de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, y la primera Biblia traducida al romance, de 1429.
Eso es hoy, porque durante la Guerra Civil el bombardeo destruyó 3.500 metros cuadrados de la casa, tras un recordado incendio que duró días, y que sólo dejó en pie los muros maestros y las fachadas exteriores. Parte del patrimonio se perdió.
Cayetana ha dicho que conservó el palacio porque se lo había prometido a su padre y que su reconstrucción –que tomó 8 años– ha sido su empresa más difícil. En ello invirtió la mitad de todo lo que tenía.
Días de invierno
Si la anterior residencia transmite solemnidad, claramente llegar a Salamanca, al Palacio Monterrey, se transforma en una cátedra de 500 años de historia. La belleza de este edificio, construido en 1539 por Rodrigo Gil y declarado monumento histórico nacional en 1929, radica en su majestuosidad y en no tener paralelo con ningún otro palacio real existente hoy en toda España.
Es –como se ha publicado– una magnífica representación del renacimiento plateresco y de la austeridad y señorío castellanos.
Pero esta joya arquitectónica debía ser cuatro veces el tamaño que hoy tiene. Fueron los problemas económicos los que llevaron a sus dueños, en aquella época la Casa Monterrey, a levantar sólo una de las fachadas, y no la principal (de tres pisos y rematada por una galería de arcos con extremos de crestería). Aunque más adelante se quiso terminar el proyecto original, no se pudo; los paños de tierra aledaños ya habían sido ocupados.
No se sabe mucho de las actividades de Cayetana en Monterrey, pero sí está claro que es su preferida en invierno. En los 80 se empeñó en restaurar la fachada del palacio, con sus áticos, torreones y cubiertas, reintegrando fragmentos de sus cresterías en mal estado. Esto le valió el premio Europa Nostra por su labor de salvaguardar el patrimonio.
La primavera llega
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla…”, escribió el poeta Antonio Machado de la casa donde nació, curiosamente otra de las residencias de la duquesa. El era hijo del administrador.
En el Palacio de Dueñas, en Sevilla, Cayetana se casó con Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, el padre de sus seis hijos. El New York Times catalogó el matrimonio como el más costoso de la época, con nada menos que 2.500 invitados, y hasta opacó el enlace de la princesa Isabel, la futura Reina de Inglaterra, que se hizo un mes después. Ahí también se casó con Alfonzo Diez, su tercer marido, esta vez de manera más sencilla, con apenas una treintena de invitados. Bajo las puertas de esta construcción del siglo XV los novios bailaron una recordada sevillana; un escudo del ducado de Alba pintado sobre azulejos del siglo XVII recuerda la época en que este palacete gótico-mudéjar se hizo parte del patrimonio familiar de los Alba.
A modo de renovación anual, la casa se pinta y se recompone cada año. Los jardines se rastrillan y se revisten de albero. Los setos de boj y arrayán se recortan. Florece el azahar. “Para Cayetana, las Dueñas, ese edificio frágil que moriría sin ella, es ese lugar perfecto que descubrió en la primavera de su vida y donde siempre renace y vive y vivirá enamorada”, dice Rafael Moreno.
Casas de veraneo
Las otras dos residencias no son las más impresionantes ni las más antiguas de los Alba. De hecho, son modernas. Mezclan dignidad y modestia en sus materiales. Una, Arbaizenea, en San Sebastián, proviene de la herencia de los duques de Montemayor, y la otra, S’Aufabaguera (la Albahaca) en Ibiza, es una construcción nueva.
Cuentan que al llegar el verano, en junio, Cayetana huía a Marbella, a Las Cañas, otra de sus tantas residencias. Pero que la cambió por San Sebastián, el lugar de veraneo por excelencia de la nobleza española de fines del siglo XIX y principios del XX, al que le atribuían una temporada sin mucho deporte acuático, pero sí mucha etiqueta. La casa era la residencia veraniega familiar, el lugar de retiro de Luis y Cayetana luego de su matrimonio, de estilo colonial inglés, el que había mandado a construir el padre de su primer marido, en 1881. Un tanto exótica y alejada, es una casa encerrada en un parque de más de 15 hectáreas de jardín con árboles de la región y muchos setos de hortensias.
Años más tarde, ya casada por segunda vez, quiso incorporar una nueva propiedad a su larga lista de posesiones, una de las más sorprendentes porque muestra una faceta más libre, abierta y anticonvencional de la duquesa de Alba. Fue el entorno social frívolo de Las Cañas, en Marbella, lo que hizo que el segundo duque, Jesús Aguirre, la “arrastrara” hacia un nuevo refugio: Ibiza.
S’Aufabaguera se convirtió en su más íntimo divertimento arquitectónico, una construcción de muros de blanca cal, sencillas vigas de madera natural, cojines, telas, una gran hamaca y muchas velas blancas y sombreros de paja. Era 1978 y Cayetana quería una casa para el placer de la vida sencilla, junto al mar, y para sus aficiones pictóricas.
Esa misma década, dio un paso más allá en la promesa que le había hecho a su padre. Formó la Fundación Casa de Alba justamente para conservar, restaurar y difundir el patrimonio de su familia. “Muera el hombre, viva el nombre”, dice la duquesa de Alba. Y nosotros decimos: ¡Dios salve a Cayetana!”.